Hannia Novell
Las invisibles
Las invisibles
Todos tienen una historia que contar, a veces es propia, a veces nos la encontramos por ahí… Quisiera ser contadora de historias como mi abuela, aunque las que escucho no siempre son amables, no siempre son bonitas, a veces duelen y me llenan de tristeza. Ésta es la de Gloria.
“Entró sigiloso pasadas las dos de la mañana, todos en casa estábamos ya dormidos, parecía que él había dejado su cuerpo en la calle y sólo su sombra se desplazaba sigilosa por la casa. Quizá por eso nadie lo escuchó, ni Camila mi pequeña de seis años.
“Aún no sabemos si llegó pasado de copas o era ya su intención. El caso es que cuando amaneció, me dirigí a la recámara de Camila para alistarla y llevarla con su abuela, eran vacaciones y ella me la cuidaría; cuál fue mi sorpresa al entrar a la habitación: la encontré tendida en la cama con un hilo de sangre manchando su pijamita. Él la había violado al grado de dejarla inconsciente.
“Cuando por fin pudo hablar, Camila apenas pudo decirme que tenía miedo, que le dolía y que papá le había dicho que era un juego.
“No se le puedo perdonar… Y sí, lo maté.”
Gloria reconoce su crimen y acepta su culpa. Como ella, en Santa Martha, cárcel de mujeres, todas tienen una historia que contar; a veces verdadera a veces no tanto, lo que es cierto es que todas ellas aquí viven una doble condena. El estar procesadas por un delito es la primera y por lo que el sistema ya las juzgó, pero su otra condena y quizá la más dura es su soledad. Purgan sus sentencias prácticamente solas (no es lo mismo cuando un hombre cae en la cárcel que cuando a ellas les toca estar aquí). A la mayoría las abandonan, apenas unas visitas esporádicas durante los primeros meses, luego, conforme el tiempo va transcurriendo, sus parejas, si es que las tenían, las abandonan a su suerte.
Asesinas, ladronas, defraudadoras, inocentes, pobres, ricas con y sin abogados. Deambulan por los pasillos, cuentan los días, miran al cielo. Marcan sus cuerpos con tatuajes, se vuelven adictas, las adictas se vuelven distribuidoras y las distribuidoras ladronas… Este círculo vicioso sigue girando sin parar. La droga circula, los celulares también. Todo entra por las vaginas de las pocas visitas. Es Santa Martha.
Un sistema penal que lejos de rehabilitar, encuentra castigos sobre los castigos. Aquí aún existe el apando, aunque ya no es en las catacumbas de la prisión, ahora se trata de un piso donde permanecen a oscuras en una celda aisladas del resto de la internas durante semanas, dependiendo de la falta que hayan cometido.
Datos de un estudio encargado por el Instituto Nacional de la Mujer, que se llevó a cabo en penales de Morelos, Jalisco, Sinaloa y Chiapas, aseguran que sólo 11% de las 9 mil 853 reclusas que hay en el país reciben visita conyugal. En el penal femenil de Santa Martha hay mil 724 reclusas, pero no cuentan con servicio médico, esto según un reporte de la segunda visitadora de la Comisión de los Derechos Humanos del DF.
Según las reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos de la ONU, “deben disponer de la existencia de instalaciones adecuadas para el tratamiento de mujeres embarazadas, post parturientas y convalecientes, y tomar medidas necesarias para que se reciba a los recién nacidos en hospitales civiles”. Pero esto existe sólo en el papel, los principales apoyos se dan entre ellas mismas, debido a que en el penal sólo se brindan las primeras atenciones. No hay condiciones para garantizar los derechos a la salud.
Ellas para la sociedad ya son invisibles a pesar de esto merecen un trato justo. Su voz, su historia, su cara es olvidada y no importa volverlas a juzgar, insisto, ya lo están. Lo que ellas necesitan, como toda la sociedad, son políticas públicas de administración de la pena privativa de libertad con enfoque de género, que considere sus derechos, por lo menos, a la salud, la alimentación, el trabajo, la integridad personal y a un proceso justo. No es posible que quien aún no está sentenciada pase años esperando la decisión de un juez…
Gloria también espera, no sólo esa decisión, aguarda a que Camila se recupere, pues la niña sigue en terapia, la cuida su abuela, pero aún es muy chiquita para entrar a prisión a visitar a mamá. No saben cómo explicarle que “mami no regresará”, al menos en un tiempo. Quizá mucho tiempo. Gloria espera que su hija no la olvide.
Periodista
“Entró sigiloso pasadas las dos de la mañana, todos en casa estábamos ya dormidos, parecía que él había dejado su cuerpo en la calle y sólo su sombra se desplazaba sigilosa por la casa. Quizá por eso nadie lo escuchó, ni Camila mi pequeña de seis años.
“Aún no sabemos si llegó pasado de copas o era ya su intención. El caso es que cuando amaneció, me dirigí a la recámara de Camila para alistarla y llevarla con su abuela, eran vacaciones y ella me la cuidaría; cuál fue mi sorpresa al entrar a la habitación: la encontré tendida en la cama con un hilo de sangre manchando su pijamita. Él la había violado al grado de dejarla inconsciente.
“Cuando por fin pudo hablar, Camila apenas pudo decirme que tenía miedo, que le dolía y que papá le había dicho que era un juego.
“No se le puedo perdonar… Y sí, lo maté.”
Gloria reconoce su crimen y acepta su culpa. Como ella, en Santa Martha, cárcel de mujeres, todas tienen una historia que contar; a veces verdadera a veces no tanto, lo que es cierto es que todas ellas aquí viven una doble condena. El estar procesadas por un delito es la primera y por lo que el sistema ya las juzgó, pero su otra condena y quizá la más dura es su soledad. Purgan sus sentencias prácticamente solas (no es lo mismo cuando un hombre cae en la cárcel que cuando a ellas les toca estar aquí). A la mayoría las abandonan, apenas unas visitas esporádicas durante los primeros meses, luego, conforme el tiempo va transcurriendo, sus parejas, si es que las tenían, las abandonan a su suerte.
Asesinas, ladronas, defraudadoras, inocentes, pobres, ricas con y sin abogados. Deambulan por los pasillos, cuentan los días, miran al cielo. Marcan sus cuerpos con tatuajes, se vuelven adictas, las adictas se vuelven distribuidoras y las distribuidoras ladronas… Este círculo vicioso sigue girando sin parar. La droga circula, los celulares también. Todo entra por las vaginas de las pocas visitas. Es Santa Martha.
Un sistema penal que lejos de rehabilitar, encuentra castigos sobre los castigos. Aquí aún existe el apando, aunque ya no es en las catacumbas de la prisión, ahora se trata de un piso donde permanecen a oscuras en una celda aisladas del resto de la internas durante semanas, dependiendo de la falta que hayan cometido.
Datos de un estudio encargado por el Instituto Nacional de la Mujer, que se llevó a cabo en penales de Morelos, Jalisco, Sinaloa y Chiapas, aseguran que sólo 11% de las 9 mil 853 reclusas que hay en el país reciben visita conyugal. En el penal femenil de Santa Martha hay mil 724 reclusas, pero no cuentan con servicio médico, esto según un reporte de la segunda visitadora de la Comisión de los Derechos Humanos del DF.
Según las reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos de la ONU, “deben disponer de la existencia de instalaciones adecuadas para el tratamiento de mujeres embarazadas, post parturientas y convalecientes, y tomar medidas necesarias para que se reciba a los recién nacidos en hospitales civiles”. Pero esto existe sólo en el papel, los principales apoyos se dan entre ellas mismas, debido a que en el penal sólo se brindan las primeras atenciones. No hay condiciones para garantizar los derechos a la salud.
Ellas para la sociedad ya son invisibles a pesar de esto merecen un trato justo. Su voz, su historia, su cara es olvidada y no importa volverlas a juzgar, insisto, ya lo están. Lo que ellas necesitan, como toda la sociedad, son políticas públicas de administración de la pena privativa de libertad con enfoque de género, que considere sus derechos, por lo menos, a la salud, la alimentación, el trabajo, la integridad personal y a un proceso justo. No es posible que quien aún no está sentenciada pase años esperando la decisión de un juez…
Gloria también espera, no sólo esa decisión, aguarda a que Camila se recupere, pues la niña sigue en terapia, la cuida su abuela, pero aún es muy chiquita para entrar a prisión a visitar a mamá. No saben cómo explicarle que “mami no regresará”, al menos en un tiempo. Quizá mucho tiempo. Gloria espera que su hija no la olvide.
Periodista
No hay comentarios.:
Publicar un comentario