Plan B | Lydia Cacho
Lo que oculta el DIF
Ahora él es un periodista, hombre culto y amoroso pero cuando era preadolescente el personal del recién creado Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia se lo llevó por vender chicles en la calle sin que su madre conociera su paradero. La historia del maltrato que sufrió es impresionante.
Nada ha cambiado 40 años después. En las casas “filtros” de todos los estados del país encontramos celdas de castigo para torturar a niños y niñas “mal portados”. En Oaxaca hay niños que han vivido en ese encierro más de tres años. De Chihuahua a Yucatán cada día miles de niñas y niños abandonados, abusadas, maltratados, o que fueron explotados sexualmente, son rescatados por Procuradores del Menor y la familia. Son encerrados en cuartos en donde duermen amontonados, lo mismo bebés que fueron arrebatados de la madre por una disputa de divorcio, que niños prófugos de la violencia doméstica, o púberes adictos adoptados por bandas de rateros o narcomenundistas. Abundan historias de niñas abandonadas por sus madres o abusadas por su padre, u otras, que al quedar embarazadas a los 11 o 12 años por violación, son resguardadas por el DIF para evitar un aborto inducido.
Allí están, conviviendo en las peores circunstancias, en general atendidas por personal poco calificado y mal pagado, miles de criaturas que merecen un trato digno. Como en otros países, los niños y niñas deberían recibir alimentos sanos, lo que ayudaría a revertir la desnutrición que genera la violencia; una atención psicológica especializada; y, una oportunidad para reinsertarse en la sociedad de una manera segura con redes de protección social. Pero el DIF no tiene la credibilidad para que la sociedad forme esas redes bajo su liderazgo.
Aunque el DIF en últimos años creó un sistema de adopciones que resultaba urgente, las familias pobres son víctimas de un discurso asistencialista, racista y sexista que no ha sido revisado en 40 años. Nadie puede soslayar la grave ineficacia de este organismo público en el tema de los malos tratos. Imagine usted que, como en Cancún, rescatan a un pequeño que desde que nació no conoce otra forma de relacionarse que la violencia y para “sancionarlo” lo encierran en una celda de castigo de 2 x 3 metros con una ventanilla enrejada.
Cada DIF estatal y municipal tiene libertad para operar, pero ya es tiempo de recordar cómo se originó, sus fines como herramienta política, su filosofía, que asume que está bien la atención mediocre a las familias pobres e indígenas; sus métodos asistencialistas anticuados y el hecho absurdo de que sea la esposa del gobernante quien lo presida. Urge un sistema de verdadero desarrollo social para la infancia cuyo eje sea la protección y defensa de los derechos humanos, la dignidad de las y los pequeños, porque tras la tierna demagogia y las fotos cursis de las primeras damas, se ocultan cuartos de tortura.
Nada ha cambiado 40 años después. En las casas “filtros” de todos los estados del país encontramos celdas de castigo para torturar a niños y niñas “mal portados”. En Oaxaca hay niños que han vivido en ese encierro más de tres años. De Chihuahua a Yucatán cada día miles de niñas y niños abandonados, abusadas, maltratados, o que fueron explotados sexualmente, son rescatados por Procuradores del Menor y la familia. Son encerrados en cuartos en donde duermen amontonados, lo mismo bebés que fueron arrebatados de la madre por una disputa de divorcio, que niños prófugos de la violencia doméstica, o púberes adictos adoptados por bandas de rateros o narcomenundistas. Abundan historias de niñas abandonadas por sus madres o abusadas por su padre, u otras, que al quedar embarazadas a los 11 o 12 años por violación, son resguardadas por el DIF para evitar un aborto inducido.
Allí están, conviviendo en las peores circunstancias, en general atendidas por personal poco calificado y mal pagado, miles de criaturas que merecen un trato digno. Como en otros países, los niños y niñas deberían recibir alimentos sanos, lo que ayudaría a revertir la desnutrición que genera la violencia; una atención psicológica especializada; y, una oportunidad para reinsertarse en la sociedad de una manera segura con redes de protección social. Pero el DIF no tiene la credibilidad para que la sociedad forme esas redes bajo su liderazgo.
Aunque el DIF en últimos años creó un sistema de adopciones que resultaba urgente, las familias pobres son víctimas de un discurso asistencialista, racista y sexista que no ha sido revisado en 40 años. Nadie puede soslayar la grave ineficacia de este organismo público en el tema de los malos tratos. Imagine usted que, como en Cancún, rescatan a un pequeño que desde que nació no conoce otra forma de relacionarse que la violencia y para “sancionarlo” lo encierran en una celda de castigo de 2 x 3 metros con una ventanilla enrejada.
Cada DIF estatal y municipal tiene libertad para operar, pero ya es tiempo de recordar cómo se originó, sus fines como herramienta política, su filosofía, que asume que está bien la atención mediocre a las familias pobres e indígenas; sus métodos asistencialistas anticuados y el hecho absurdo de que sea la esposa del gobernante quien lo presida. Urge un sistema de verdadero desarrollo social para la infancia cuyo eje sea la protección y defensa de los derechos humanos, la dignidad de las y los pequeños, porque tras la tierna demagogia y las fotos cursis de las primeras damas, se ocultan cuartos de tortura.
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