Las imágenes de la violencia que durante lustros sacudió a Italia remiten a los hechos que actualmente ocurren en México: masacres consuetudinarias, cuerpos deshechos en ácido, menores de edad asesinados como escarmiento a sus padres que denunciaron a capos del crimen organizado... Ese país europeo lanzó la consigna de “ya basta”. Desde su sociedad surgió un movimiento que pretende incubar ciudadanos sin miedo, enraizar la cultura de la legalidad, cortar la admiración hacia los traficantes, arruinar los negocios ilícitos y honrar la memoria de las víctimas. Incluso, la organización Libera considera que esta experiencia antimafia se podría “replicar” en México.
CORLEONE/ NÁPOLES/ PALERMO, 27 de abril (Proceso).- En esta ala del museo se exhiben retratos de hombres-demonios: ahí está el boss Totó Riina, mejor conocido como La Bestia por sus brutales crímenes; allá Provenzano, El Contador, el cerebro financiero de la mafia y gatillero envidiable; le sigue Salvo Lima, contacto con el gobierno; más allá Vito Ciancimino, camuflado bajo la fachada de constructor y político. Algunos de esos capos están muertos; otros vivos, mas son mostrados ya desvalidos, al momento de ser arrastrados por policías.
Kristina Madonia, la joven guía que dirige el recorrido de este peculiar museo, se detiene ante el retrato de uno de ellos, el boss Giovanni Brusca, y explica: “Durante dos años tuvo en el sótano de su casa a un niño de 11 años, Giuseppe DiMatteo, que era el hijo de un pentiti (arrepentido y colaborador con la justicia). Todo ese tiempo lo torturó; lo mató echándole ácido”.
Indignada, continúa la explicación: “No sólo lo hicieron con ese niño sino con tantas personas para dar una lección de lo que es la mafia. Han matado mucho y a muchos niños. Es importante saberlo porque la gente viene con otra idea. Como vieron El Padrino piensan que son gente que ayudaba al pobre, que daba trabajo, pero más bien eran los que controlaban todo para esclavizar a todos”.
El museo de este pueblo montañés considerado cuna de la mafia recibe constantemente visitas de turistas que llegan a la región con la cámara fotográfica preparada, preguntando por la casa de Vito Corleone, Il Padrino, inmortalizado en la película de Francis Ford Coppola. Se les ve retratando la cantina que exhibe botellas de licores con los rostros de Marlon Brando o Al Pacino, y a los ancianos vestidos con traje y gorras oscuras, que pasan sus días al sol y parecieran halcones. Antes o después de comer una pasta con aderezo mediterráneo pasan por el museo CIDMA, pero se sorprenden con lo que escuchan.
“Este lugar no surgió para documentar la historia de la mafia, sino del movimiento antimafia”, explica Massimiliana Fontana, la gerente de este museo llamado Centro Internazionale di Documentazione sulle Mafie e del Movimento Antimafia (CIDMA).
Guías como ella logran que los visitantes se detengan en esta casona antigua de dos pisos para ver a los héroes que lucharon contra los “padrinos”, y no para reverenciar a los asesinos.
“La gente viene con esa idea mitológica positiva de la mafia, por ese film que muestra una idea de la mafia aromanzada, que la presenta como una familia unida, religiosa. El film no apunta la maldad que cometieron”, lamenta la gerente. En la pared de su espalda hay un póster elocuente: “La mafia é una merda”.
En la primera sala, la Stanza del Messaggio, se exhiben fotos de la reportera Letizia Battaglia con las que documentaba en el diario la violencia palermitana: un hombre asesinado por ver algo que no debía; una mujer devastada por el asesinato de su hijo, mientras unos ‘halcones’ verifican la eficiencia de los sicarios; el velorio de una persona a la que arrancaron la lengua por haber hablado de más; un cuerpo velado afuera de su casa para evitar que exterminen a toda la familia; los ríos de sangre en el pavimento; las masacres múltiples; los atentados contra jueces incorruptibles…
Varias fotografías remiten a escenas actuales de México.
CIDMA exhibe los daños ocasionados por los mafiosos, como se llama en Italia a los narcos, y reconoce el sacrificio de los mártires asesinados por oponerse a su control territorial. Ahí están, por ejemplo, el campesino sindicalista Placido Rizzotto, asesinado y mutilado por incitar a la gente a ocupar las tierras no cultivadas, o la adolescente Rita Atria, quien delató a sus parientes traficantes y luego se suicidó.
La estancia del segundo piso conserva los gruesos legajos judiciales del maxiproceso de 1986 a 1987 que llevó a la cárcel a 288 de los 500 mafiosos investigados, entre ellos a los corleoneses Riina y Provenzano, quienes obtuvieron cadena perpetua. Llama la atención que junto a las carpetas se exhibe la foto de Rosaria Schiafino, la viuda de un escolta asesinado con la misma bomba que mató al juez Giovanni Falcone, una donna famosa porque en el funeral solicitó a los criminales que se arrepintieran, cuestionó su complicidad con el Estado y lamentó tanta sangre. En un grito parecido al “estamos hasta la madre” que en México se escucha ahora.
“Con las muertes de los jueces Falcone y Borsellino la gente salió a las calles, salieron de su indiferencia porque sintieron que les pegó la violencia. Estaban enojados, gritaban ‘no’ a la mafia y ‘ya basta’”, explica Fontana.
Las guías son treintañeras, de una generación que no vivió la violencia y creció sin miedo a pronunciar en voz alta la palabra ‘mafia’, que no pronuncian los ancianos que miran a los viajeros en la plaza. Ellas se quejan de que los trabajos aún son otorgados por ‘padrinos’ a sus recomendados y que los jóvenes tienen que emigrar para buscar empleos.
Italia es considerado el país con la mafia más antigua (al menos un siglo) y tuvo un periodo violento por el exterminio entre cárteles, pero aún está lejos de acabar con sus traficantes. Ellas calculan que todavía 80% de los negocios de Palermo pagan derechos de piso por trabajar, la famosa “cuota” en jerga mexicana.
“El centro no intenta decir que la mafia ya no existe, porque aunque ahora no hay tanta violencia, la mafia está silenciosa, pero no menos activa: muchos pagan derecho de piso. Y queremos que este centro sirva para contrarrestar el silencio que aún perdura y que hace que la mafia sobreviva, y honrar el sacrificio de gente como Rita, Falcone o Rizzotto”, explica Madonia.
El CIDMA es uno de los símbolos del movimiento ciudadano antimafia que por toda Italia mantiene trincheras de resistencia, que muestran que la movilización ciudadana logra vencer el miedo, recuperar espacios y debilitar el poder de los narcotraficantes. Proceso visitó varios lugares para documentar la rebelión ciudadana.
La marcha del millón
Porta Della Ginesta.- Un letrero da la bienvenida a la siguiente parada: “Bene confiscato a Bernardo Brusca”, y una foto antigua muestra un campo árido y una casa vieja y arruinada que hoy luce distinto: la pradera está verde, tiene flores, y la construcción que data del siglo XVI alberga un bello mesón.
Enza, la guía de turistas, explica: “Antes este terreno pertenecía a un mafioso poderoso, Bernardo Brusca –uno de los boss mafiosos que más tierras poseían–; aquí se reunía con otros capos. Su hijo Giovanni era un tipo muy malo que disolvió en ácido al hijo de un arrepentido. Le decían El Animal. Él activó la bomba contra el juez Falcone y sus guardaespaldas. Ahora éste es un bien confiscado, es un comedor y hotel que recibe turistas y da trabajo a las familias locales, que ya no tienen que emigrar”.
En el mesón unos jóvenes explican el éxito que tiene esa cooperativa agroturística que el Estado traspasó a la organización Libera, una red de organizaciones ciudadanas encabezada por el sacerdote Luigi Ciotti, que en 1995 reunió 1 millón de firmas que exigían la creación de una ley para que los bienes confiscados a los narcotraficantes fueran restituidos a la sociedad y usados con fines sociales. Esto, en la lógica de que la única manera de que los narcotraficantes pierdan su poder es mandándolos a la pobreza.
Posteriormente, Libera empujó la indemnización por parte del Estado a las víctimas inocentes del crimen organizado –a las que asesora legalmente– para que fueran consideradas del mismo rango que las del terrorismo. Encaminada en ese sentido también desarrolla programas para romper la admiración de los niños hacia los mafiosos y restablecer la cultura de la legalidad activa. En recorridos como éste, en los que se hace alto en lugares donde ocurrieron masacres o en cooperativas que trabajan en tierras recuperadas, se honra la memoria de los “héroes” que no se quedaron callados.
Además, en toda Italia cada 21 de marzo se organizan actos masivos en los que se pasa lista a 900 nombres: las víctimas inocentes de la mafia. Lo mismo a Rizzotto, que a los jueces Falcone y Borsellino, o al guardaespaldas Vitorio Schiaffino –esposo de Rosaria—, que a Rita Atria o al niño Giuseppe Di Matteo y muchos otros.
“Después de la ‘estación de las masacres’, cuando mataron a los jueces antimafia Falcone y Borsellino, empezó un fenómeno nuevo: la gente se rebeló al silencio, sacó sábanas blancas por sus ventanas como símbolo de protesta y enfrentó a los representantes del Estado que acudieron al funeral como responsables de los asesinatos. Nacieron grupos locales con ganas de actuar. Luigi Ciotti pensó que en vez de fundar una nueva asociación se tenía que hacer una red con las pequeñas organizaciones para combatir a la mafia mediante la movilización social y se dedicó tres años a articularlas.
“Olvidar es un regalo a la mafia. La memoria es un reconocimiento a la víctima, y es importante para sus familias. Pero no sólo recordamos el asesinato de los jueces Falcone o Borsellino, que fueron noticia durante mucho tiempo, sino a todos porque todos tienen nombres y son importantes. No podemos hacer como si su muerte no hubiera sucedido”, explica el sacerdote Tonio Dell’Olio, encargado del área internacional de la organización. El mismo que el mes pasado viajó a México para hablar de la experiencia italiana con la idea de que así como los cárteles tejen alianzas internacionales con sus pares, los ciudadanos también deben trasnacionalizar las experiencias exitosas para combatirlos. Aún no ocurría el asesinato de los siete jóvenes en Cuernavaca, entre ellos Juan Francisco, el hijo del escritor Javier Sicilia, ni la movilización ciudadana por él convocada ni el memorial levantado a las víctimas.
En Italia, Libera promueve encuentros públicos y charlas escolares con los familiares de las víctimas para que su muerte deje una enseñanza a la sociedad.
“Las familias transforman el dolor y la rabia en un compromiso social que les permite elaborar de otra manera el duelo, y cuando la gente escucha lo que han sufrido ayudamos a romper la mentalidad estigmatizadora del ‘si lo mataron es que algo hizo’. Así, las familias van perdiendo el miedo y la vergüenza de hacer su drama público y colaboran en la educación para la legalidad”, explica Dell’Olio en el céntrico edificio de nueve pisos donde la organización tiene su base, en Roma, a unas cuadras del Coliseo, que antes pertenecía a un mafioso.
Desde la puerta de la entrada se encuentran cajas con trípticos, camisetas, libros, pósters, discos compactos o productos agrícolas que refuerzan la opción antimafia y recuerdan a las víctimas de la guerra italiana por las drogas, como Silvia Ruotolo, una mujer asesinada durante un ajuste de cuentas de la Camorra, o Pío LaTorre, el político que sembró la idea de crear una ley encaminada a arruinar económicamente a los narcotraficantes para quitarles su poder, pero que no pudo verla materializada porque fue silenciado.
Todos presentes
Nápoles.- Alessandra Clemente es una joven de 23 años, de ojos claros, clase alta, que pronto será abogada. Además de sus estudios, en sus ratos libres visita tutelares de menores para compartir a los pequeños infractores lo dura que ha sido su vida.
“En junio de 1997, cuando yo tenía 10 años y mi hermano cinco, asesinaron a mi mamá, Silvia Ruotolo, cuando dos clanes rivales se enfrentaban cerca de mi casa”, explica la joven que participa en la organización de familias de víctimas de la mafia, empeñada en que su sufrimiento sirva para desactivar la violencia.
“Ellos ignoran la otra parte de la historia sobre el daño que causan, y cuando los familiares contamos nuestra historia, o yo cuento lo injusto de que me hayan matado a mi mamá –una persona estupenda, llena de vida–, provocas una reacción. Y yo transformo mi odio y mi rabia en una acción positiva para que las cosas mejoren: quiero, al menos, intentar cambiar el destino de esos jóvenes que me escuchan, que muchas veces son mano de obra del crimen organizado”, explica en la oficina de la organización, donde se ha reunido con familiares de otras víctimas que se dedican a recorrer escuelas o dar charlas en plazas.
Ellos salen a las calles cada 21 de marzo a marchar por las personas asesinadas por los criminales, y pasar lista por sus difuntos.
“Somos una gran familia, no nos sentimos solos o avergonzados porque llevamos nuestro luto compartido. Sabemos que debemos hablar de nuestra herida para que esas muertes horribles no vuelvan a suceder y para empujar cambios positivos.”
Otro de los que marchan es Franco LaTorre, director de la Fundación Pío LaTorre, que pretende seguir la lucha de su padre con estudios sobre el arraigo de la ‘cultura de la mafiosididad’ y la sensibilización escolar hacia la legalidad, empezando por la reprogramación cultural.
Educando para la legalidad
Palermo.- Analisa Burzio, una rubia de cabellera alborotada, que se apasiona al hablar, vive de la legalidad: trabaja como vendedora en una de las tiendas Libera-Terra en Palermo, donde vende productos agrícolas ‘antimafia’, como vinos o pastas, producidas en las cooperativas que reutilizan las tierras confiscadas a ‘los padrinos’, así como material didáctico que refuerza la memoria en torno a los héroes de esta lucha. En sus ratos libres participa en los programas de formación para jóvenes enfocados a que dejen de admirar el dinero que se obtiene con actividades ilícitas.
“Yo les hablo de que hay que construir la legalidad. Me preguntan: ‘¿De qué modo?’. Y les digo: ‘Siendo coherentes, viviendo honestamente… que no vistan con ropa robada, con marcas robadas, sino con lo que puedan pagar’. Porque la legalidad requiere de un esfuerzo y de que se controlen las ganas por el consumismo… Es decir, si no me alcanza para los tenis de moda, no tengo que comprarlos forzosamente. Aunque todos vistan así, yo no, yo puedo ser diferente”, explica la rubia que lo mismo se dice una donna molto coherente que habla de su infancia en la pobreza.
Educadores como Burzio usan métodos pedagógicos para romper desde la infancia la cultura de admiración hacia el dinero fácil, lo que no es fácil en un país tan consumista como éste. Echan mano, por ejemplo, de juegos diseñados para niños de tres años sobre el sentido de las reglas que mejoran la convivencia, para niños de ocho años organizan viajes a los bienes decomisados para que vean la libertad con la que ahí se trabaja, o a los de 11 les dan pláticas sobre asuntos que les interesan, como las trampas en el deporte, el dopaje y el tráfico de sustancias. También los ponen en contacto con familiares de víctimas de la narcoviolencia o de criminales arrepentidos.
“Es obvio que si eres adolescente te identificas con la persona fuerte del barrio, el boss poderoso e influyente que otorga trabajo, y tienes que hacerte rudo y bravo para sobresalir porque no tienes oportunidad de estudiar o ser alguien distinto. Nosotros cuando vamos a las escuelas hablamos de este aspecto, pero también llevamos a los alumnos a las cooperativas para que vean que los mafiosos pueden ser vencidos, que la cultura del ‘favor’ debe ser erradicada porque es mejor la cultura del derecho, y que con el trabajo honesto también se gana”, explica Girolamo Di Giovanni, otro “soldado” de esta revolución educativa que se abre paso mediante juegos, música, deporte, cultura, charlas y fiestas.
Umberto Di Maggio, otro de los cruzados contra la arraigada cultura de la mafiosidad –esa que explica como “un modo de concebir las relaciones humanas y de pensar”–, dice que los niños en las clases se muestran sorprendidos al enterarse de que después de los asesinatos y las capturas de bosses como Riina, La Bestia, o Brusca, El Animal, surgió una nueva generación de mafiosos trajeados, de aspecto agradable, que controlan la industria alimentaria y fijan el precio del queso mozzarella y las pizzas que ellos comen, o ganan licitaciones para construir los edificios antiecológicos donde ellos viven.
“La mafia no es un asunto de gángsters con metralleta, tiene muchas caras”, les explica a sus alumnos.
El promotor se muestra preocupado por la situación mexicana: “A pesar de que las mafias mexicana, calabresa y rusa se han unido, y que se organizan para traficar drogas y personas por todo el mundo, la gente lo sigue viendo como un problema local y se mantiene aislada. Debemos organizarnos también nosotros, transferir y socializar en todo el mundo este patrimonio, los resultados positivos de este camino ciudadano, para lograr un esfuerzo común antimafia”.
El esfuerzo actual de Libera es hacia la globalización del “Ya Basta”.
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