No se puede ser igual toda la vida
o el misántropo domesticado. El prestamista Clemente (irónico nombre para quien practica un oficio inescrupuloso) es hombre de pocas palabras. Durante el arranque de Octubre, primer largometraje de los peruanos Daniel y Diego Vega Vidal, vemos a este hombre taciturno y malhumorado, con su libreta en la mano, registrando adeudos, pendientes y acumulación de intereses de los clientes morosos que acuden a su hogar, desangelada oficina, a solicitar paciencia y clemencia, prórrogas y rebajas, o a pignorar nuevas prendas. Por el domicilio del usurero desfila buena parte de la miseria de un barrio de la periferia limeña. Desfila también una galería de personajes pintorescos, enfrentados cada uno a la imperturbable indiferencia moral del hombre solitario, patriarca cruel de los menesterosos.
Como en una fábula moral o en una comedia costumbrista, como en la cinta italiana La pivellina, de los documentalistas Tizza Covi y Rainer Frimmel, un día llega a casa del usurero una niña, apenas un bebé, abandonado por la madre, una prostituta conocida como la Cajamarquina, con quien Clemente (estupendo Bruno Odar) tuvo comercio carnal en varias ocasiones. Su manifiesta incapacidad para ocuparse de la niña, o para combinar responsabilidad paternal y eficacia de agiotista, le obliga a contratar a una vecina, piadosa y voluntariosa, secretamente decidida a conquistar al hombre huraño y procurarse nuevo hogar y nueva pareja, tal vez la primera en su vida, aprovechando circunstancias tan providenciales.
Sabiduría de la seducción. La solterona Sofía (Gabriela Velásquez) hace todo para volverse indispensable, realiza su trabajo de nodriza temporal con verdadera devoción materna, se gana la confianza del usurario receloso, se introduce en su cama, y cuando la estrategia parece fallar, por obvia y precipitada, acude a soluciones extremas como añadir sus fluidos corporales en el agua que bebe el hombre. Esta hechicería barata es sólo uno de los toques humorísticos con que los directores hacen feliz contrapeso a un lenguaje visual cerrado y oscuro, de cargado minimalismo.
Hay otros momentos hilarantes, una fiesta de cumpleaños con protagonistas nuevos (un anciano, una mujer discapacitada) en la familia súbitamente ampliada; escenas de picardía como el robo de una silla de ruedas o un billete falso que circula de mano en mano. Lo notable en todo esto es el equilibrio dramático que logran los realizadores, su renuencia a naufragar en el melodrama o en la solución sentimental, la sombra persistente del humor negro y el desenlace abierto que señala, con desparpajo e ironía, las obsesiones del fervor religioso y las muy marcadas desigualdades en la sociedad peruana.
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