Siempre juntos.
Julio Hernández Cordón, dividido por origen y elección entre Estados Unidos y Guatemala, realizador de Gasolina, interesante primer largometraje de 2008, decidió retomar uno de los personajes que aparecen brevemente en aquella cinta, Alfonso Tencho, y desarrollar una situación real en la vida de ese hombre: la precaria situación a que lo tenía reducido ser extorsionado por la pandilla de los mara y su decisión de conservar, contra viento y marea, su preciado instrumento de trabajo.
Al tono humorístico que domina en la cinta contribuye vigorosamente la aparición de otros dos personajes, a cual más pintoresco, en la vida de don Alfonso: el muy joven Chiquilín (Víctor Hugo Monterroso), milusos rapero adicto al chemo, pero convencido de tener alma de empresario, y el Blacko (Roberto González Arévalo), médico a quien su clientela rechaza por tener el pelo muy largo y una indumentaria de roquero satánico y metalero, que es precisamente lo que fue antes de convertirse a una secta evangelista, Arca de Noé, que predica el bien en un improbable idioma hebreo. La idea genial surge de pronto: reunir el sonido de don Alfonso con el furor metalero, y crear un grupo musical de tres, y lo que se junte, llamado Las Marimbas del Infierno.
Los temas que aborda Julio Hernández Cordón son los mismos que hoy se han vuelto recurrentes en la mejor ficción fílmica iberoamericana: escepticismo creciente ante una política neoliberal incapaz de combatir el desempleo, proliferación de una población marginal compuesta por jóvenes que ni estudian ni trabajan (catalogados con premura como ninis), y que en muchos lugares son captados por el crimen organizado, y otro sector juvenil que sobrevive subempleado en las redes de la economía informal (vagoneros, tianguistas, ambulantaje, industria imparable de la piratería).
El trío de músicos estrafalarios de Las Marimbas del Infierno vive aún con la ilusión de dominar un arte o conquistar un público, y el humor festivo es su mejor antídoto frente a la desesperanza y la falta de oportunidades.
Hernández Cordón no los muestra en el caos de la violencia social, sino tan sólo pícaros y desenfadados en lo que pareciera ser la antesala de ese infierno.
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