Jean Remy Genty (Jean Remy), contador de profesión, políglota, hombre algo letrado, emigra de su natal Puerto Príncipe, en Haití, para buscar fortuna en Santo Domingo, y paulatinamente se ve reducido, como muchos compatriotas suyos, avecindados en República Dominicana, a un estado de indigencia absoluta.
Los cineastas no proponen aquí un documental sobre las condiciones de explotación y miseria inducida de la población haitiana emigrada al país vecino, sino algo que tiene un poderío expresivo todavía mayor: la lenta degradación física y moral de un hombre con preparación y diplomas que luego de verse obligado a trabajar como peón en el terreno de la construcción, pierde su empleo y se le ve perdido y sin domicilio en la ciudad que siente ajena. Guzmán y Cárdenas habían explorado antes el campo mexicano en una ficción alegórica y hasta cierto punto amable, Cochochi; en Jean Gentil transitan hacia un universo urbano desolador y hostil, para describir la resistencia espiritual de un paria dotado únicamente de una sólida convicción cristiana. Un hombre taciturno, de pocas palabras, elocuente en sus gestos y miradas, que elige como posible salida a su dilema perderse en la naturaleza y sobrevivir en estado primitivo.
Despojado de toda ilusión por el mundo material, Jean Remy quema su historia curricular y su diploma para confundirse con el mundo natural que parece brindarle un abrigo confiable. Los ecos lejanos que recoge esta historia son a la vez fílmicos y literarios: la desesperanza radical del desempleado urbano en La muchedumbre, de King Vidor (1928) y la utopía del retorno a la naturaleza en Walden, de Thoreau. Algunas escenas, filmadas luego del paso por Haití de un huracán demoledor, exhiben la devastación de barrios enteros en la ciudad natal del personaje. Aunque no parece haber sido intención de los cineastas haber querido yuxtaponer de modo tan obvio la inclemencia de una tragedia natural y el drama que vive el protagonista emigrado, la observación rigurosa de la experiencia de Jean Gentil, tan rica en matices, de naturaleza arriesgadamente contemplativa, no requería tal vez de una dramatización mayor ni de referentes tan obvios en lo que no puede ya evitar parecer un alegato de denuncia.
En este trabajo, que mucho tiene de exploración documental, los directores conocen primero a Jean Remy, se interesan en su experiencia real, y a partir de esa observación obtienen de él una gran riqueza expresiva para la pantalla. Lo que finalmente ofrecen es el retrato de una personalidad compleja, parecida a la de muchos otros inmigrantes, y al mismo tiempo inescrutable en su singularidad extrema. Lo más valioso en la cinta es justamente ese registro intimista que deja muchos cabos sueltos sobre el personaje y sobre la situación social que vive día a día. El espectador puede completar a su modo el retrato apenas esbozado, relacionarse con él, perderse con él o desentenderse por completo del paréntesis bucólico en su existencia. Lo cierto es que Jean Gentil es en sus aciertos y limitaciones uno de los mejores esfuerzos del cine mexicano reciente por hallar nuevos vasos comunicantes entre el rigor documental y la creación artística.
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