Sara Sefchovich
El pasado marzo se cumplieron 30 años del intento de asesinato del entonces presidente de Estados Unidos Ronald Reagan. Con ese motivo, su hija Patti Davis publicó un artículo en la revista norteamericana Time, donde cuenta el estado actual de las cosas: quien sufrió las consecuencias más graves de aquella acción fue el entonces secretario de prensa de la Casa Blanca: James Brady, pues recibió un balazo en la cabeza que lo dejó paralizado de la mitad del cuerpo, medio ciego y discapacitado para siempre. Desde entonces el hombre vive atado a una silla de ruedas, atendido día y noche por su esposa y lleno de terrores que se manifiestan en gritos nocturnos. El agente del servicio secreto que se aventó sobre el presidente para protegerlo recibió un tiro en el abdomen mientras que un oficial de policía lo recibió en la espalda. En unos cuantos minutos, cuatro personas y sus familias fueron severamente afectadas.
En cambio, el acusado la ha pasado de lo mejor. Sus padres le consiguieron un buen abogado que logró basar su defensa en que se le declarara loco, por lo cual se le internó en un hospital-prisión en el que tiene amplios espacios para caminar, bancas para sentarse a leer al sol, oportunidad de tocar la guitarra e incluso de “ligar” mujeres, algo que ha hecho con varias prisioneras del lugar. Con el paso del tiempo, sus prerrogativas han aumentado: puede ir a la playa, a jugar boliche y a visitar a su madre para pasar con ella 10 días de cada mes. No sorprende entonces que este sesentón esté en excelente forma física, a gusto con la vida, pues la ha tenido muy bien resuelta sin tener que trabajar, mientras que la vida de los otros, en particular la de Brady y su esposa, han sido un verdadero infierno.
Esto viene a cuento porque algo parecido va a suceder con el asesino de Noruega que mató a 77 jóvenes y a 8 trabajadores del Estado y que además aceptó haber cometido el crimen. Para ese hombre no habrá pena de muerte, porque no la hay en su país, y su condena no podrá superar los 21 años, de acuerdo con la ley vigente.
Pero el tiempo que le den lo pasará muy a gusto en la moderna prisión de Halden, en la que dispondrá de celda privada con refrigerador, televisión de pantalla plana y baño, acceso a un gimnasio con entrenadores personales, surtida biblioteca y videoteca, enfermería y médicos, varias hectáreas de bosque para caminar y clases de distintas materias, como música. Comerá tres veces al día a su hora, tendrá calefacción en invierno y aire acondicionado en verano. Todo porque en Noruega la base del sistema penal no es el castigo sino la rehabilitación. De modo que mientras un centenar de familias lloran a sus muertos y nunca más saldrán del infierno, el asesino vivirá en las mejores condiciones. Tal vez por eso sonríe siempre.
Es paradójico, pero estar en la cárcel resulta para muchos una mejor opción que estar en el exterior: todo les está dado y asegurado sin necesidad de trabajar y sin estrés, con las comodidades modernas y los mejores cuidados. No se tienen que preocupar de pagar la luz, hacer trámites, comprar sus alimentos, conseguir un médico y un dentista que les atiendan.
Es paradójico además, porque lo que estos sujetos (y otros como ellos) hicieron fue golpear al Estado, a las instituciones y a las libertades de los ciudadanos, pero serán el Estado, las instituciones y los impuestos de los ciudadanos los que van a mantenerlos y a asegurarles el bienestar mientras purgan su condena.
Y paradójico sin duda, porque el liberalismo y la democracia, que es lo que estos sujetos odian y combaten, es lo que les asegura el respeto a sus derechos humanos y la ley, que es lo que desafiaron, les brinda esos beneficios, incluido el derecho a un abogado. Que lo diga si no el criminal de guerra serbio Ratko Mladic, quien ha tenido la desfachatez de insultar a los jueces del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) y de negarse a declararse culpable o inocente, en un intento calculado de evitar el comienzo del juicio en su contra. Todos esos miserables han sabido usar las leyes a su favor.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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