Una vez más encontramos frases desafortunadas en la voz del presidente Felipe Calderón. A violencia se responde con fuerza, amonestó el presidente, pero lo que parece no entender, es que la fuerza en manos del Estado es violencia, que aunque tenga en sus orígenes una condición legítima, la legitimidad termina por esfumarse.
Hay dos definiciones sobre legitimidad. La que considera que un gobierno legítimo es el resultante de un proceso legal y honesto, o sea que, tiene una condición de limpieza que termina por ser aceptado por todos los actores políticos, aún aquellos que no votaron por él, y aquí el voto es la clave. Para que el resultado sea legítimo se requiere que el voto sea libre y que el proceso carezca de sospechas.
Ninguna de éstas definiciones caben en la elección de Calderón y por eso muchos académicos sostienen que tiene un déficit de legitimidad, pero también en esto hay imprecisión, o se es legítimo o no, y desde esta perspectiva teórica, Calderón no lo es. La otra definición sostiene que un gobierno para ser legítimo debe ser aceptado como justo y correcto, este enfoque abre la posibilidad que un gobernante que haya llegado por un proceso ilegítimo (fraude electoral o golpe de Estado) se convierta en legítimo, para lo cual hubo de haber convencido a la sociedad que sus actos son justos y por lo tanto bien aceptados.
También en este terreno Calderón falla. Muchos gobernantes corren con la mala fortuna que su gestión se evalúa en base a una sola acción, por ejemplo la represión sangrienta y absurda de 1968 que califica a todo el gobierno de Díaz Ordaz. Ese acto tiende un velo por encima de otras acciones, algunas posiblemente muy significativas. El caso de Chihuahua es aleccionador, la sombra del crimen oculta todas las acciones en otras áreas, por el ejemplo que el gobernador sostiene una estrategia económica que ha continuado la atracción de empresas aeronáuticas y está abriendo las puertas en el mundo para la ganadería del Estado.
En el caso de Calderón, ya ha pasado a la historia como el presidente de los 40,000 muertos, más los que se acumulen en los próximos 16 meses. Y no obstante la imagen sangrienta, el sigue pensando que el camino es que la violencia ataja a la violencia. Por eso mismo Sicilia no debe sentirse traicionado, simplemente que fue víctima del engaño y uso de la demagogia. Calderón entendió muy bien que un gesto generoso con Sicilia, le permitía limpiar su imagen frente a una sociedad harta de tanta violencia. Debe haber pensado que el movimiento que encabeza Sicilia terminaría por desinflarse, que se podría comprar a los líderes, que se cansarían en el largo periplo para abrir los oídos de los personeros del autoritarismo mexicano, eso le sucedió a muchos de los que siguieron esa senda antes que el poeta.
Pero no fue así. El dolor de Sicilia y de los que insisten en despertar la conciencia de los políticos parece no tener freno ni fin. Calderón parece entender bien lo que caracteriza a la demagogia: esta consiste en prometer algo que de antemano se sabe que no se va a cumplir, pero como bien dice el dicho: prometer no empobrece. Solamente que cuándo la promesa cae en oídos agotados por farsas y falsas promesas, la aceptación social continúa empobreciendo a los políticos. Muchos piensan que Calderón ya no ve el momento de irse, pero se equivocan.
Es un político ambicioso como cualquier otro. Se irá de la silla pero sueña con no soltar el poder, por eso sostiene a su delfín y ha consolidado a su hermana como candidata para gobernadora de Michoacán, y por las señales que vemos, todo indica que ahí habrá una elección de Estado, con todo y el manejo irregular de fondos públicos. Ya veremos cómo lanza a su esposa a un puesto que les de fuero. Muchos políticos se han vuelto cínicos al grado de importarles poco lo que la gente piensa de ellos. Mal hablarán de ellos los libros de historia, pero ya ellos se reirán de los historiadores si pueden continuar poseyendo poder, que mejor ejemplo de Carlos Salinas que nos castiga cada tanto con un libro que no leen si sus entrevistadores, mientras demuestra que no obstante la creencia entre mucha gente de que salió con las manos manchadas de sangre, el se pasea jugando al factótum de la política nacional.
Parecería que ese modelo le gusta más a Calderón. Así que no importa el rumbo que sigan los políticos, lo que cuenta es su destino personal y aunque éstos políticos no se caracterizan por escuchar, permítaseme una última frase: Señor Calderón, la respuesta no es la violencia, a la violencia la derrota la inteligencia.
Samuel Schmidt
schmidt@mexico.com
Hay dos definiciones sobre legitimidad. La que considera que un gobierno legítimo es el resultante de un proceso legal y honesto, o sea que, tiene una condición de limpieza que termina por ser aceptado por todos los actores políticos, aún aquellos que no votaron por él, y aquí el voto es la clave. Para que el resultado sea legítimo se requiere que el voto sea libre y que el proceso carezca de sospechas.
Ninguna de éstas definiciones caben en la elección de Calderón y por eso muchos académicos sostienen que tiene un déficit de legitimidad, pero también en esto hay imprecisión, o se es legítimo o no, y desde esta perspectiva teórica, Calderón no lo es. La otra definición sostiene que un gobierno para ser legítimo debe ser aceptado como justo y correcto, este enfoque abre la posibilidad que un gobernante que haya llegado por un proceso ilegítimo (fraude electoral o golpe de Estado) se convierta en legítimo, para lo cual hubo de haber convencido a la sociedad que sus actos son justos y por lo tanto bien aceptados.
También en este terreno Calderón falla. Muchos gobernantes corren con la mala fortuna que su gestión se evalúa en base a una sola acción, por ejemplo la represión sangrienta y absurda de 1968 que califica a todo el gobierno de Díaz Ordaz. Ese acto tiende un velo por encima de otras acciones, algunas posiblemente muy significativas. El caso de Chihuahua es aleccionador, la sombra del crimen oculta todas las acciones en otras áreas, por el ejemplo que el gobernador sostiene una estrategia económica que ha continuado la atracción de empresas aeronáuticas y está abriendo las puertas en el mundo para la ganadería del Estado.
En el caso de Calderón, ya ha pasado a la historia como el presidente de los 40,000 muertos, más los que se acumulen en los próximos 16 meses. Y no obstante la imagen sangrienta, el sigue pensando que el camino es que la violencia ataja a la violencia. Por eso mismo Sicilia no debe sentirse traicionado, simplemente que fue víctima del engaño y uso de la demagogia. Calderón entendió muy bien que un gesto generoso con Sicilia, le permitía limpiar su imagen frente a una sociedad harta de tanta violencia. Debe haber pensado que el movimiento que encabeza Sicilia terminaría por desinflarse, que se podría comprar a los líderes, que se cansarían en el largo periplo para abrir los oídos de los personeros del autoritarismo mexicano, eso le sucedió a muchos de los que siguieron esa senda antes que el poeta.
Pero no fue así. El dolor de Sicilia y de los que insisten en despertar la conciencia de los políticos parece no tener freno ni fin. Calderón parece entender bien lo que caracteriza a la demagogia: esta consiste en prometer algo que de antemano se sabe que no se va a cumplir, pero como bien dice el dicho: prometer no empobrece. Solamente que cuándo la promesa cae en oídos agotados por farsas y falsas promesas, la aceptación social continúa empobreciendo a los políticos. Muchos piensan que Calderón ya no ve el momento de irse, pero se equivocan.
Es un político ambicioso como cualquier otro. Se irá de la silla pero sueña con no soltar el poder, por eso sostiene a su delfín y ha consolidado a su hermana como candidata para gobernadora de Michoacán, y por las señales que vemos, todo indica que ahí habrá una elección de Estado, con todo y el manejo irregular de fondos públicos. Ya veremos cómo lanza a su esposa a un puesto que les de fuero. Muchos políticos se han vuelto cínicos al grado de importarles poco lo que la gente piensa de ellos. Mal hablarán de ellos los libros de historia, pero ya ellos se reirán de los historiadores si pueden continuar poseyendo poder, que mejor ejemplo de Carlos Salinas que nos castiga cada tanto con un libro que no leen si sus entrevistadores, mientras demuestra que no obstante la creencia entre mucha gente de que salió con las manos manchadas de sangre, el se pasea jugando al factótum de la política nacional.
Parecería que ese modelo le gusta más a Calderón. Así que no importa el rumbo que sigan los políticos, lo que cuenta es su destino personal y aunque éstos políticos no se caracterizan por escuchar, permítaseme una última frase: Señor Calderón, la respuesta no es la violencia, a la violencia la derrota la inteligencia.
Samuel Schmidt
schmidt@mexico.com
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