Sara Sefchovich
En una de sus novelas de la serie La costumbre del poder, el escritor Luis Spota relataba cómo a la hora del cambio sexenal, los grupos organizados hacen marchas, manifestaciones, plantones y huelgas como medidas de demostración de fuerza y herramientas de presión para así tener poder de negociación con los futuros poderosos.
Eso no cambió con la salida del PRI de Los Pinos. Hacia el final del foxismo hubo movilizaciones de mineros, telefonistas, maestros y otros grupos corporativos. Aunque su discurso hablaba de mejorar las condiciones salariales o laborales de los trabajadores y de defender la democracia sindical, las motivaciones muchas veces eran menos nobles, pues se trataba de pugnas políticas y de intereses personales de los líderes.
Este fin de sexenio parece que por primera vez el modelo está cambiando. Cierto, allí están algunos grupos de maestros que se oponen a las evaluaciones y se instalan en plazas y calles impidiendo a la circulación de personas y mercancías, además de dejar a miles de niños sin clases, pero fuera de ellos, el corporativismo ha permanecido tranquilo.
La novedad está en las movilizaciones de jóvenes, que no pueden meterse en el mismo saco tanto por su origen y forma de actuar como por el tipo de demandas que plantean.
Sin embargo, hasta ahora, todo lo que leo y escucho respecto a ellas son elogios, muestras de admiración y ofrecimientos de apoyo, pero ningún análisis que me explique por qué de repente surgieron, por qué fueron los jóvenes de las universidades privadas las que las iniciaron, ni qué va a pasar con ellas.
#YoSoy132 está conformado por sujetos que, como diría Gilberto Giménez, tienen una identidad colectiva, un “nosotros” y que emprenden acciones colectivas “en aras de algo compartido” como afirma la teoría clásica sobre el tema.
Ese algo compartido ha sido, hasta ahora, el hartazgo con los modos tradicionales de hacer política y, diría Alain Touraine, el deseo de controlar las fuerzas del desarrollo y del poder.
Ahora bien: quienes estudian las acciones sociales tienen diferentes versiones sobre lo que las hace surgir. Para algunos son las situaciones de crisis, que al provocar el deterioro de las condiciones de vida de la población, generan una amplia oleada de ellas. Para otros, por el contrario, son los momentos de estabilidad, pues “las situaciones agudas de crisis paralizan a las fuerzas sociales, mientras que los periodos de recuperación desatan las fuerzas largamente contenidas”. En este caso, los jóvenes son hijos de la democracia y de la estabilidad y su movilización no parece ser antisistema, sino que más bien quiere cambios porque se sienten agraviados y manipulados por parte de los grupos políticos consolidados y de los medios de comunicación.
La otra pregunta, la que tiene que ver con que hayan sido los alumnos de universidades de paga los que iniciaron las movilizaciones y no los de la universidad pública, que era de donde tradicionalmente surgían este tipo de acciones, podría deberse, si le creemos a Luis Rubio, a que la educación privada ha crecido de manera muy significativa, y a que las clases medias han entrado a formar parte de estas instituciones de manera masiva, lo cual hace que en ellas ahora se defienden también los valores de la democracia.
¿Qué va a pasar con estos jóvenes y sus acciones? No tenemos una bola de cristal para saberlo, pero según los estudiosos, durarán mientras “conecten a sus participantes con uno o más objetos de reclamos e incluyan alguna forma de articular las demandas”. Estas formas pueden ser pacíficas o violentas, de corta o de larga duración y pueden conducir a que los grupos que las llevan a cabo se desbaraten después de recibir (o no) respuesta o a que permanezcan en el tiempo y hasta se conviertan en movimientos sociales.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
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