Pedro Miguel
En algunos pasajes, los
colores del documental son inesperadamente nítidos. O será que Youtube
contagió la frescura a los viejos carretes (¿16? ¿súper 8?) en los que
se registró la infamia del halconazo. De no ser por los
vehículos que se observan en el fondo de las escenas y por la ropa, los
uniformes y el equipo de los granaderos, los muchachos que marchan con
temor y esperanza en la mirada, y las brutales agresiones de que fueron
víctimas momentos más tarde, habrían podido ser videograbados ayer. Hubo
cerca de 120 muertos, dicen, pero en aquel México de Echeverría, como
en este México de Calderón, no había forma precisa de contar a los
muertos. Los esbirros del régimen priísta irrumpieron en hospitales y
remataron allí a varios estudiantes heridos.
Pero no. La sordidez del ataque de hace 41 años contra los
estudiantes contrasta sobremanera con lo que ocurre hoy. Los estudiantes
contemporáneos –flanqueados, alentados y admirados por los estudiantes
de aquel entonces, por los de generaciones intermedias y por quienes
nunca pudieron serlo– marchan en sus ciudades y por sus calles, y exigen
la democracia efectiva que el grupo en el poder ha escamoteado al país.
Este domingo la demanda se multiplicó en decenas de ciudades y en los
ojos había esperanza, pero ya no rastros de temor. Salvo por escaramuzas
aisladas y provocaciones de poca monta que protagonizan sus
simpatizantes y que ordenan sus operadores, acaso ignorantes del daño
que causan a su jefe, el heredero del tricolor no consigue
intimidar, o bien el miedo le resulta contraproducente: ante la
posibilidad de una restauración priísta, muchos ciudadanos han
respondido al llamado de los jóvenes y se han volcado a las calles para
demandar que se desactive uno de los mecanismos fundamentales de la
hasta ahora perpetuidad antidemocrática: la suplantación de la voluntad
popular ya no por el índice presidencial, sino por el pulgar televisivo.El movimiento #YoSoy132 nació la noche del 10 de mayo, en el Zócalo, durante el concierto de Paul McCartney, cuando unos priístas incautos agitaron un trapo con propaganda de Peña Nieto frente al toro bravo de la multitud; la mañana siguiente el candidato del régimen fue repudiado en la Ibero; dos días más tarde, ante las amenazas y las descalificaciones priístas, el movimiento se bautizó a sí mismo y ayer lunes llegó a su primer mes de vida. En ese lapso ha logrado muchísimo: arrinconó a una candidatura que a ojos de muchos parecía invencible, obligó al duopolio televisivo a abrir espacios –así fuera en una medida de control de daños– y a transmitir el encuentro entre candidatos presidenciales en los canales de mayor cobertura. Además, se dotó de demandas claras, realizó asambleas bien aceitadas, se ha mantenido inmune a los intentos de manipulación y ha conseguido hacerse de una marcada simpatía en el grueso de la población.
López Obrador transmite mayor serenidad y solidez en sus espots que desde Guadalajara. Más intimida Peña Nieto en los suyos que en el antidebate soso y aburrido de anoche. Vázquez Mota comunica mejor su desolación y su vacío cuando no está rodeada por sus rivales ni transmitida en vivo.
Una de las paradojas del día es que la televisión privada abrió sus cámaras al encuentro realizado en la Expo Guadalajara justo cuando la señal televisiva dejó de ser indispensable. Lo más importante del cotejo entre aspirantes no fue lo que se dijo en él, sino la atención y los espacios que obtuvo, gracias en primer lugar al movimiento #YoSoy132. El domingo, millones de ciudadanos querían ver un contenido específico en la tele y lo lograron. Tal vez sus movilizaciones hayan sido más relevantes para la elección próxima que lo que vieron en las pantallas. Acaso lo que ocurre en las calles empieza a ser más definitorio que lo que sucede ante las cámaras. Parece ser que el poderío de los sets televisivos se encuentra en declinación, que la vida esté en otra parte y que el 10 de junio no se olvida.
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