6/10/2012

Mar de Historias: La magia de los cantantes


Cristina Pacheco
Irene y yo nos conocemos desde hace 15 años, cuando ella vino con Joaquín y con Ainoa chiquita a ocupar el departamento de al lado. El edificio es viejo, de los tiempos en que se hacían paredes gruesas; sin embargo, tanto mi vecina como yo sabemos todo lo que nos pasa a diario desde la mañana hasta la noche.
La falta de privacidad es molesta, pero también tiene ventajas: en casos de emergencia rápido nos echamos la mano. Si me agarra el lumbago grito para que Irene venga a ayudarme. Cuando Joaquín, su esposo, llega borracho y quiere golpearla corro a quitárselo de encima. Por eso en broma decimos que ella es mi médico de cabecera y yo su guarura.
No siempre logro controlar a Joaquín. Es chaparro y más flaco que yo, pero el vino lo convierte en una fiera y entonces la agarra conmigo. Gracias a Dios no estoy manca y desde chica supe defenderme de mis hermanos, así que acabo por meterlo en cintura, aunque salgo con uno que otro empujón.
Arturo, mi esposo, me regaña por defender a Irene. Dice que lo comprometo porque un día, si Joaquín llega a golpearme, él tendrá que tomar cartas en el asunto y componer el problema de una vez por todas. Le digo que no aprende. Ya una vez, por sacarle la pistola a mi compadre Celso, Arturo estuvo a punto de parar en el reclusorio. Que los policías no se lo llevaran me costó lo de mi tanda. Quería ese dinero para una lavadora, pero ni modo: mejor tener a mi viejo en la casa que viviendo con delincuentes de a de veras.
II
Hacía mucho que Irene y Joaquín no peleaban, pero el jueves se dieron un agarrón tremendo. Estaba mirando la tele cuando oí el portazo en el departamento de junto. Enseguida pensé: Aquel viene tomado, y bajé el volumen por si acaso necesitaba servirle de guarura a mi vecina.
Por un ratito sólo escuché el trajín de Irene en la cocina, pero de pronto me asustó el grito de Joaquín:
–¿Cómo que Ainoa se fue al centro con sus amigos y regresará el lunes o el martes? ¿Qué diablos va a hacer allá tanto tiempo?
–Formarse. Quiere conseguir un buen lugar para el concierto del lunes que va a dar un cantante canadiense que ni sé cómo se llama.
–O sea, el angelito va a estar fuera de la casa cinco días. ¿Con qué dinero va a comer? ¿A dónde va a ir al baño, en dónde va a acostarse? ¿Y si llueve?
–Le dije todo eso, pero me respondió que ya vería.
–De seguro te pidió dinero y se lo diste, ¡claro!
–Nada más 50 pesos, aunque no sé de qué puedan servirle para cinco días. Estoy preocupada: creo que debí darle otro poquito.
–No sé quién está más loca: si Ainoa o tú, que le consientes todos sus caprichos. Pero esta vez se pasó de la raya. Cómo va a ser que a los l7 años se largue cinco días y tú como si nada, como si fuera lo más natural del mundo.
–No es la única que quiere estar en el concierto. Hay muchos jóvenes…
–Que no me importan. Lo que me interesa es saber en dónde está mi hija.
–No te preocupes. Se comunicó para decirme que está haciendo cola en 20 de Noviembre.
–Pues ahorita mismo voy a buscarla y me la traigo a carajazos.
–¿Cómo vas a encontrarla? Son miles de muchachos los que están allí.
–Si doy con ella o no es asunto mío. Me largo. Devuélveme los 200 pesos que te di a guardar en la mañana.
–No sé en dónde los puse.
–¡Habladora! Te vi meterlos en la caja de galletas. Dame el dinero.
–¿Para qué lo quieres?
–Es cosa que no te importa. ¡Órale, quítate!
–Pues claro que me importa, porque luego la pagana soy yo. Quieres el dinero para ir a emborracharte. Oye, ¿qué te pasa? ¡No me empujes! ¡Suéltame, suéltame!
En cuanto oí eso corrí al departamento de al lado. Al entrar vi que Joaquín tenía a Irene agarrada de los cabellos. Entonces tomé la licuadora y lo amenacé con tirársela si no dejaba en paz a su mujer. Lo tomó en serio porque soltó a Irene, la acusó a gritos de ser responsable si algo malo le sucedía a su hija y se fue como llegó: dando un portazo.
Asustadísima, Irene se reprochaba haberle permitido a Ainoa irse cuatro días antes del concierto y acabó con la sospecha de que su hija estaba mal de la cabeza. Sólo eso justificaba que la muchacha hubiera estado dispuesta a correr peligros, incomodidades y luego a vérselas con su padre con tal de estar más o menos cerca de un cantante y eso de qué podía servirle.
IV
Sus dudas me recordaron una historia que me contó mi madre. Cuando ella y su gemela eran muy chicas se enteraron que Pedro Infante desfilaría por la avenida Juárez para asistir a una celebración en la XEW. A Infante lo admiraban como actor, pero más por su forma de cantar. Querían conocerlo en persona y les pidieron autorización a sus papás para ir a verlo. La respuesta fue un rotundo no, pero ellas se escaparon. Sabían que al volver de su aventura iban a encontrarse con el rigor de su padre y no les importó, con tal de acercarse a su ídolo.
¿Y lo vieron?, me preguntó Irene.
Sí. Mi madre no olvidaba que Pedro Infante iba en su motocicleta, vestido de agente de tránsito, sonriendo y agitando los brazos para agradecer los aplausos de sus admiradores. Lo mejor de la tarde fue el momento en que Pedrito frenó su motocicleta, se volvió hacia el sitio en donde estaban las gemelas y gritó: ¡Adiós, bonitas, adiós!
Esas palabras iban dirigidas a los miles de mujeres que corrían tras Pedro Infante; sin embargo, mi madre y su hermana decidieron creer que su cantante predilecto las había elegido entre la multitud y les había dicho bonitas a ellas, sólo a ellas. Esa distinción les dio valor para enfrentarse a la violencia con que las recibieron en su casa.
Irene se sintió consolada. Dijo que cuando pasen los días y Ainoa se encuentre con la rabia de su padre, al menos tendrá algo en qué refugiarse: el recuerdo de los minutos en que pudo estar cerca de su ídolo. ¿Qué tendrán los cantantes? Algo. No sé, fue la respuesta de Irene. O sea que no me contestó nada. Por eso me atrevo a hacerle a usted la misma pregunta: ¿qué tendrán los cantantes? A ver, dígame.

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