Obviamente,
la frivolidad está en los puntos de vista de Coldwell, pues presume que
los mexicanos no hemos llegado aún al límite de nuestra capacidad de
aguante, y que todavía podemos resistir los embates
Según
Pedro Joaquín Coldwell no tiene sustento la advertencia que hizo Jesús
Zambrano, en nombre del Movimiento Progresista, sobre los riesgos que
traería una resolución del Tribunal Electoral no apegada a los
lineamientos constitucionales. “Si en esta elección no se procede
conforme a derecho y no se procede a invalidarla, efectivamente las
consecuencias van a ser graves”, afirmó el dirigente nacional del PRD.
Sin embargo, el líder del partido tricolor considera como “un grave
error de los representantes de la coalición Movimiento Progresista
pretender amedrentar a la sociedad con supuestos estallidos sociales”.
Obviamente, la frivolidad está en los puntos de vista de Coldwell, pues presume que los mexicanos no hemos llegado aún al límite de nuestra capacidad de aguante, y que todavía podemos resistir los embates que nos tiene preparados el gobierno priísta una vez aposentado en Los Pinos. De sus palabras se desprende que según él vivimos en un país sin problemas irresolubles, que no hay bases para que la gente estalle y se resista a seguir padeciendo las injusticias terribles de un régimen depredador que no se cansa de saquear a la nación y empobrecer a la sociedad mayoritaria.
No se explica Coldwell cómo es posible que los partidos de izquierda sean tan mal agradecidos, toda vez que “se les respetó su derecho a competir”. De plano no se miden, pues deberían incluso aplaudir la buena voluntad de los priístas de haberles permitido participar en el proceso y hasta ganar un honroso segundo lugar. Según él, “la gente decidió y ha llegado el momento que, como una democracia madura, los candidatos derrotados acepten su derrota”. Sólo que el Movimiento Progresista participó en un proceso que debía ser limpio, transparente y democrático, no en una mascarada en la que el resultado estaba decidido de antemano mediante una bien armada operación de compra de votos.
Afirma que “el país no puede ser rehén permanente de un conflicto poselectoral construido a partir del capricho de un candidato derrotado”. Así que luchar por la democracia es un mero capricho inaceptable, no un deber cívico incontrovertible en busca de avances concretos para la nación en la que tenemos que vivir quienes no tenemos inversiones ni propiedades en el extranjero.
Debería saber el dirigente nacional del PRI que a la sociedad no se le amedrenta con discursos, por muy explosivos que pudieran ser, sino con hechos que patentizan el horror de un sistema político construido para explotar, humillar y ofender a las clases mayoritarias. Quienes tienen aterrorizada a la sociedad son los miembros de una clase política que no se sacia de amasar riquezas ni de servir fielmente a la oligarquía, la cual está absolutamente desvinculada de las necesidades y problemas que agobian a los mexicanos. Lo que aterroriza al pueblo es la realidad que estamos viviendo, y saber que tal situación se puede incluso agravar aún más por la decisión de los priístas de imponer políticas públicas no sólo antidemocráticas, sino abiertamente fascistas.
Están decididos a tomar las riendas del Estado para cumplir de una vez el proyecto delineado en los grandes centros de poder trasnacional, cuyos ejes principales son la completa desmovilización de las masas, la entrega plena de los bienes nacionales a intereses imperialistas radicados en las principales súper potencias, y asegurar que México deje de ser un Estado soberano y se alinee sin más trámites a las estrategias que convienen a esas potencias, para aislarnos de nuestros aliados naturales que son y serán los pueblos latinoamericanos.
La clase política neoliberal, entreguista y apátrida, considera que su actuación le habrá de reportar enormes beneficios, como socia de los plutócratas trasnacionales. De ahí su firmeza en llegar a Los Pinos “haiga sido como haiga sido”, o sea al estilo de Felipe Calderón, al fin que ya una vez con Enrique Peña Nieto sentado en la silla presidencial, todo lo demás sería fácil llevarlo a cabo, incluida la represión hasta donde haga falta. No parece darse cuenta de que los más de 15 millones de ciudadanos que votaron libremente por Andrés Manuel López Obrador, demostraron tener conciencia de la necesidad de defender el suelo patrio, y seguramente no se quedarían cruzados de brazos al ver que su futuro es hipotecado por las ambiciones de la oligarquía.
Por eso es vital que el Tribunal Electoral proceda con un elemental sentido de la dignidad, de amor por esta patria que tanto ha dado a sus hijos privilegiados, porque no habrá otra oportunidad para hacerlo. El IFE demostró ser un ente burocrático inverecundo, sería un gravísimo error, este sí, que también el Tribunal Electoral actuara como simple organismo palero de la oligarquía. Lo único que se le pide es que actúe con apego estricto a la ley, como tanto les gusta pregonar a los burócratas. Tienen la oportunidad de demostrarlo.
Obviamente, la frivolidad está en los puntos de vista de Coldwell, pues presume que los mexicanos no hemos llegado aún al límite de nuestra capacidad de aguante, y que todavía podemos resistir los embates que nos tiene preparados el gobierno priísta una vez aposentado en Los Pinos. De sus palabras se desprende que según él vivimos en un país sin problemas irresolubles, que no hay bases para que la gente estalle y se resista a seguir padeciendo las injusticias terribles de un régimen depredador que no se cansa de saquear a la nación y empobrecer a la sociedad mayoritaria.
No se explica Coldwell cómo es posible que los partidos de izquierda sean tan mal agradecidos, toda vez que “se les respetó su derecho a competir”. De plano no se miden, pues deberían incluso aplaudir la buena voluntad de los priístas de haberles permitido participar en el proceso y hasta ganar un honroso segundo lugar. Según él, “la gente decidió y ha llegado el momento que, como una democracia madura, los candidatos derrotados acepten su derrota”. Sólo que el Movimiento Progresista participó en un proceso que debía ser limpio, transparente y democrático, no en una mascarada en la que el resultado estaba decidido de antemano mediante una bien armada operación de compra de votos.
Afirma que “el país no puede ser rehén permanente de un conflicto poselectoral construido a partir del capricho de un candidato derrotado”. Así que luchar por la democracia es un mero capricho inaceptable, no un deber cívico incontrovertible en busca de avances concretos para la nación en la que tenemos que vivir quienes no tenemos inversiones ni propiedades en el extranjero.
Debería saber el dirigente nacional del PRI que a la sociedad no se le amedrenta con discursos, por muy explosivos que pudieran ser, sino con hechos que patentizan el horror de un sistema político construido para explotar, humillar y ofender a las clases mayoritarias. Quienes tienen aterrorizada a la sociedad son los miembros de una clase política que no se sacia de amasar riquezas ni de servir fielmente a la oligarquía, la cual está absolutamente desvinculada de las necesidades y problemas que agobian a los mexicanos. Lo que aterroriza al pueblo es la realidad que estamos viviendo, y saber que tal situación se puede incluso agravar aún más por la decisión de los priístas de imponer políticas públicas no sólo antidemocráticas, sino abiertamente fascistas.
Están decididos a tomar las riendas del Estado para cumplir de una vez el proyecto delineado en los grandes centros de poder trasnacional, cuyos ejes principales son la completa desmovilización de las masas, la entrega plena de los bienes nacionales a intereses imperialistas radicados en las principales súper potencias, y asegurar que México deje de ser un Estado soberano y se alinee sin más trámites a las estrategias que convienen a esas potencias, para aislarnos de nuestros aliados naturales que son y serán los pueblos latinoamericanos.
La clase política neoliberal, entreguista y apátrida, considera que su actuación le habrá de reportar enormes beneficios, como socia de los plutócratas trasnacionales. De ahí su firmeza en llegar a Los Pinos “haiga sido como haiga sido”, o sea al estilo de Felipe Calderón, al fin que ya una vez con Enrique Peña Nieto sentado en la silla presidencial, todo lo demás sería fácil llevarlo a cabo, incluida la represión hasta donde haga falta. No parece darse cuenta de que los más de 15 millones de ciudadanos que votaron libremente por Andrés Manuel López Obrador, demostraron tener conciencia de la necesidad de defender el suelo patrio, y seguramente no se quedarían cruzados de brazos al ver que su futuro es hipotecado por las ambiciones de la oligarquía.
Por eso es vital que el Tribunal Electoral proceda con un elemental sentido de la dignidad, de amor por esta patria que tanto ha dado a sus hijos privilegiados, porque no habrá otra oportunidad para hacerlo. El IFE demostró ser un ente burocrático inverecundo, sería un gravísimo error, este sí, que también el Tribunal Electoral actuara como simple organismo palero de la oligarquía. Lo único que se le pide es que actúe con apego estricto a la ley, como tanto les gusta pregonar a los burócratas. Tienen la oportunidad de demostrarlo.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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