3/02/2014

Carnada de prestigio




Leonardo García Tsao

12 años esclavo, tercer largometraje del británico Steve McQueen, es lo que se conoce como una película de nobles intenciones. Es decir, un objeto de reconocimiento que parece forzoso porque el tratamiento del tema exige el encomio. Así, se entiende el beneplácito de la Academia con la obra y también el consenso elogioso de la crítica estadounidense, con muy escasas excepciones. (El severo crítico Jonathan Rosenbaum, por ejemplo, la llamó “…un regalo de exploitation de arte y ensayo para liberales masoquistas con sentimientos de culpa, hambrientos de lecciones de Historia…”).

La lección, en este caso, la imparte McQueen al adaptar, con el guionista John Ridley, el libro homónimo de Solomon Northup. Publicado en el siglo XIX, este narra lo sucedido al escritor –aquí interpretado por Chiwetel Ejiofor– un negro que vive en libertad en Saratoga, Nueva York, en 1841 –o sea, antes de la Guerra Civil– y es secuestrado por un par de timadores para ser vendido como esclavo. Sin poseer los papeles que comprueben su identidad, Northup se somete a ser maltratado, enviado al Sur y vendido a una plantación. Obligado a adoptar un nombre ajeno, el hombre oculta su educación y finge ser analfabeta para no buscarse problemas. Algo lo diferencia de los demás esclavos, su sentido de la identidad y conocimiento del derecho a la libertad.

Como en sus anteriores películas –Hambre (2008) y Deseos culpables (2011)– McQueen se centra en un personaje obsesionado con un objetivo, que sufre las consecuencias de su obsesión. Como en el primer caso, que enfocaba el martirio del combatiente del ERI, Bobby Sands, muerto de una huelga de hambre, el trasfondo es político. Sin embargo, en el caso de Northup, obsesionado por recuperar su libertad, el realizador no comete el mismo error de convertir el sufrimiento en un objeto artístico.

De hecho, la perspectiva de McQueen se mantiene a una distancia respetuosa ante las brutalidades padecidas por su protagonista. Un sobrio Ejiofor mantiene una postura digna, aun cuando corre el peligro de ser ahorcado. Sin embargo, nada atenúa el maniqueísmo con el cual son descritos sus antagonistas, ya sea un capataz psicótico (Paul Dano) o su dueño final, un sádico llamado Edwin Epps (Michael Fassbender), quien se mantiene en una misma nota de perversidad en su desprecio por Northup, o en su atracción por Patsey (Lupita Nyong’o), la joven y atractiva esclava que, a su vez, es maltratada por la celosa señora Epps (Sarah Paulson), una arpía de tiempo completo.

Entonces 12 años de esclavo empieza a transitar por los caminos conocidos de lo ya visto. La película se arriesga en varias instancias a caer en los clichés del melodrama sudista, sin ceder a la irresponsable banalización tipo Tarantino de Django sin cadenas (2012), pero tampoco acceder al delirio intencionalmente patológico alcanzado por el veterano Richard Fleischer en la subestimada Mandingo (1975).

El asunto se torna inverosímil con la aparición de un canadiense abolicionista y alivianadísimo (Brad Pitt, claro, quien también funge como coproductor) que servirá de deus ex machina para los fines de la historia. La resolución sería anticlimática si no fuera por un momento previo –y algo gratuito– de violencia extrema.

A fin de cuentas, las nobles intenciones de 12 años esclavo no tienen la cualidad de causar controversia porque trabajan sobre un tema universalmente aceptado. Si bien la esclavitud subsiste hoy bajo formas disfrazadas en diferentes regiones del mundo –Corea del Norte, por ejemplo–, el público de la película no se sentirá particularmente iluminado. Los hechos situados en el pasado permiten tener una conciencia limpia.

12 años esclavo
12 Years a Slave
D: Steve McQueen/ G. John Ridley, basado en el libro de Solomon Northup/ F. en C: Sean Bobbitt/ M: Hans Zimmer/ Ed: Joe Walker/ I: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch, Paul Dano, Lupita Nyong’o/ P: Plan B Entertainment, New Regency, Film 4. EU-2013.
Twitter: @walyder

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