Gustavo Gordillo/1
House of Cards
o Castillo de Naipes es la popular serie originalmente británica y
luego presentada en ambientación estadunidense, a través de Netflix, el
revolucionario servicio en línea para disfrutar películas y series
televisivas. Frank Underwood un congresista demócrata ambicioso y
encargado de disciplinar a la mayoría parlamentaria es el principal
personaje. Después de ganar las elecciones presidenciales, el
presidente de Estados Unidos Garret Walker le informa a Frank, a través
de Linda Vasquez, jefe de gabinete, que el acuerdo de nombrarlo
secretario de Estado no podrá concretarse. Frank, sintiéndose
traicionado comienza una elaborada estrategia junto con su esposa
Claire –
detrás de todo gran hombre hay una mujer con las manos ensangrentadas–, que se desarrolla en las dos temporadas, en contra de Walker.
El desprecio. Ya con la segunda temporada en línea –los 13 episodios– se pueden sacar algunas conclusiones. Para Ian Crouch del New Yorker,
House of Cards tiene por tema central el desprecio hacia políticos,
operadores, periodistas. Expresa un profundo desprecio a las reglas y
al estado de derecho, porque el argumento central gira alrededor de
cómo burlar las leyes y cómo traicionar acuerdos políticos.
El Ala Oeste. Hace 15 años en 1999 se inició otra serie de televisión que tuvo gran impacto. The West Wing
resumió durante su largo periodo en las pantallas chicas (hasta 2006)
lo que podrían llamarse los valores liberales soñados en Estados
Unidos. El presidente Bartlett, además de premio Nobel de Economía
(imagínense en pleno 2000 con Fox de presidente), era un personaje
movido por altos ideales, amoroso padre de familia y esposo. Rodeado
por un grupo de brillantes e idealistas jóvenes. Aún los más maduros,
avezados y hasta malos resultan ser un dechado de virtudes. Pienso en
John Spencer, el jefe de la Oficina del presidente. Ex alcohólico y
político de la vieja guardia de los que se saben todas las artimañas,
parece un santo.
El contraste. No deja de ser sintomático el contraste entre las dos teleseries. En Ala Oeste
–algunos la llamaron Ala Izquierda– quizás como contrapunto a los
gobiernos de Clinton y Bush, trataban de reivindicar la política y los
políticos. Se podría decir que la desilusión con la democracia que
invade los ámbitos sociales por doquier y que tiene sus dos grandes
expresiones en los movimientos de jóvenes rabiosos y en la conversión
de la política en espectáculo escandaloso; produce teleseries como House of Cards, por no mencionar Scandal
–la otra teleserie de temas similares, pero que como su nombre lo
indica transcurre de un fraude electoral armado por el jefe de la
Oficina presidencial, quien además se enamora de un reportero a cargo
de la fuente presidencial y cuyos pleitos de pareja conduce a una
crisis de seguridad nacional, al propio presidente que asesina,
asfixiándola, a una ministra de la Suprema Corte.
Aguas. Sé que muchos fans de la serie en México buscan semejanzas autóctonas con los personajes de House of Cards.
Peligroso porque hay muchos candidatos. Nadie dirá cómo se las gastan
los gringos. Más bien para algunos la teleserie exuda ingenuidad. Miren
a los gringos tan creídos. Deberían aprender de nuestros políticos.
Ajúa.
El mensaje. Para Crouch del New Yorker “somos los que, después de todo, toleramos y perpetuamos el teatro real de la venalidad y agresión de donde House of Cards
extrae su plausibilidad”. Concluye señalando que Frank Underwood no es
el tipo de político que quisiéramos, pero sí el que merecemos.
Me parece que el mensaje es más devastador. Tras las campañas
antipolítica y antipolíticos se esconde una incitación a defeccionar de
la participación ciudadana. La política así es: cochinona. No te metas.
Es decir deja que los Underwoods del mundo gobiernen y con ellos los
poderes reales. En el medio está el mensaje, diría Marshall McLuhan.
(No se vayan que esto sigue).
Twitter: gusto47
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