Jazz
Antonio Malacara
Después
de una larga y desgastante y aguerrida lucha contra la insuficiencia
renal que lo aquejaba desde hace siete años, Enrique Nery falleció el
pasado 22 de febrero en la ciudad de México, bajo los cuidados de su
hija Lilileth, quien estuvo a su lado las últimas cinco semanas,
después de que el maestro fue dado de alta tras superar una nueva
crisis de la que, en apariencia, se recuperaba paulatinamente.
De hecho, su última voluntad fue que sus cenizas se esparzan en
avenida Paseo de la Reforma, de la ciudad de México, y que durante el
suceso se toque música dixieland. Por eso, el próximo domingo 2 de
marzo, a las 11:45 horas, buena parte de la comunidad jazzística se
reunirá en la Glorieta de la Diana (Paseo de la Reforma, esquina
Sevilla), para de ahí caminar hasta el Ángel de la Independencia con
los músicos de Calacas Jazz Band encabezando el recorrido, y una vez en
el Ángel, en el corazón de la ciudad, lanzar al aire las cenizas del
maestro.
Con él se va toda una era, se cierra un ciclo del jazz en México,
pues, aunque Enrique Nery era conocido y reconocido como uno de los
mejores pianistas del país en los diversos géneros de la música
académica y popular, su pasión se centró siempre en los esteros del
jazz; ésa era su columna vertebral.
Enrique Nery nació en la ciudad de México el 18 de agosto de 1945,
en medio de los acordes y las partituras de Roberto Nery, su padre,
famoso músico zacatecano que destacó como clarinetista de la orquesta
de Luis Arcaraz. En 1957, Enrique ingresó al Conservatorio Nacional de
Música y ahí empezó a hilar todo el entramado armónico y conceptual que
lo convertiría en un inmortal.
Como compositor, levantó una obra personalísima, con un estilo
propio, inconfundible, de evidentes cargas mexicanistas que se
evidenciaban desde los primeros compases. Como músico, sus conceptos
armónicos y su pianística figuran, sin vuelta de hoja, entre los
mejores del mundo.
Los detalles de su vida y su carrera artística serán vertidos en un
libro biográfico de próxima aparición, libro que Enrique y yo empezamos
a trabajar hace dos años, aunque el proceso se veía recurrentemente
interrumpido por problemas de salud o por exceso de trabajo. A finales
de octubre de 2013, caminando hacia el estacionamiento de la Cineteca
Nacional, después de grabar dos programas en el Instituto Mexicano de
la Radio, en honor a Ligia Cámara, el maestro me decía: “Deberíamos
retomar ya ese proyecto del libro, Antoine.” Le dije que sí. Y nunca más nos vimos. Pero este libro sigue en marcha. No tarda.
A Enrique Nery le sobreviven sus hijos Enrique, Lilileth y Mariana,
además de un enorme y conmocionado número de alumnos a los que el
maestro guió y atendió (fuimos testigos presenciales) con amor
perentorio y enérgico... sobrio, reflexivo, imperturbable.
Existen dos sesiones de grabación inéditas. Una de ellas es una
colección de temas escritos por Nery en honor a sus amigos, y a la cual
quería bautizar como Tributo (La Jornada, 4/07/2005). La base
de esto se grabó en la Sala Nezahualcóyotl, con Aarón Cruz al
contrabajo, Tavo Nandayapa en la batería e Iraida Noriega en la voz,
con el plan de añadir una sección de cuerdas y una de alientos.
La
segunda sesión, realizada en Sala de Audio, está por convertirse en un
disco póstumo con la producción de Salvador Tercero. Aquí intervienen
Aarón Cruz, Mario García, Cris Lobo, Miguel Peña, Alejandro Campos,
Fernando y Marco de Santiago.
La última obra compuesta por Nery (o al menos la última que me
comentó) es un Concierto para contrabajo y orquesta, escrito
específicamente para Víctor Flores, contrabajista de la Orquesta
Sinfónica Nacional, quien eventualmente visita los terrenos del jazz (La Jornada, 13/04/2010).
Cinco de los personajes más cercanos a Enrique hablaron un instante sobre su partida:
Iraida Noriega: “Es una avalancha de sentimientos, pero, sobre todo,
sentía mucha gratitud, por haber estado particularmente cerca en estos
últimos siete años. Fue un tiempo de reivindicación de muchos
sentimientos y anhelos. Más de una vez lo vi llegar a un lugar donde la
gente estaba hablando, Enrique se sentaba y, con un acorde, todo mundo
se callaba, se concentraba y entrábamos en la dimensión Nery.
Cris Lobo:
Para mí, él era un hermano en los sentidos intelectual, emocional y cósmicos de la química de la música. Enrique y yo jamás tuvimos que hablar de cómo se iba a hacer un acorde o cómo iba a ser un pasaje; era un entendimiento absoluto, automático. Era algo indecible lo que guardaba en su haber humano. Conforme pase el tiempo, se va a notar esa necesidad de su música.
Aarón Cruz:
Con él se va una época, una parte de México. Con él no sólo teníamos la música y la camaradería, teníamos también una parte de ese México que se está yendo. Era un conversador inigualable, un memorioso de infinidad de cosas y una personalidad única en el piano, de los mejores del mundo. Tenía un toque muy particular y una búsqueda armónica única, y esto se va con él.
Salvador Merchand:
Es una pérdida tremenda para la música de nuestro país. Fue un pianista con una trayectoria fuera de serie y un ser humano con una sensibilidad increíble, siempre tratando de ayudar e impulsando a los nuevos talentos. Algo muy importante es que ya desde hace muchos años componía en un estilo mexicanista; ha sido la cabeza y el puntal para todos los que hemos seguido su ejemplo.
Germán Palomares Oviedo:
Enrique Nery admiraba a Mario Ruiz Armengol; decía que el sentido artístico del veracruzano era incomparable. Bueno, los que nos quedamos tras el fallecimiento de Enrique opinamos lo mismo: la creatividad, la fantasía musical de Enrique Nery es incomparable, y hasta este momento, insuperable. Se alabó su capacidad como instrumentista, pero ha quedado un poco de lado su capacidad como compositor, como arreglista y director; siempre con resultados extraordinarios. Ya lo decía un amigo nuestro: Enrique Nery ha muerto, y por eso es inmortal.
Decía Eduardo Galeano que era tanta la inmensidad de la mar, tanto
su fulgor, que el niño le pidió a su padre que le ayudara a mirar. Algo
muy parecido me sucede cuando escucho el piano de Enrique Nery. No me
alcanza ni el alma ni la vida para escucharlo, para sentirlo, y
necesito de la ayuda que nunca llega… entonces lo tomo con calma, me
olvido de mis pendejas pretensiones absolutistas y sólo lo escucho. Y
sólo lo escucho. Salud.
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