De
acuerdo con los expertos transitólogos de los años noventa, para poder
hablar del paso de un sistema político autoritario a uno democrático
era necesaria la existencia de tres factores: alternancia política,
elecciones limpias y un árbitro electoral legítimo para los votantes.
Entrelazados de manera directa, los tres procesos se dieron en el año
2000, cuando la última manzana cayó del árbol. El triunfo de Vicente
Fox fue para muchos motivo de euforia ya que para entonces el Instituto
Federal Electoral (IFE) gozaba de la confianza de buena parte de la
ciudadanía y los comicios de ése año fueron aceptables, comparados con
los del pasado y no se diga con el celebrado el año 2012.
Si bien
durante la campaña los casos de Los Amigos de Fox y el Pemexgate
demostraron que las cosas no había cambiado mucho, el inicio del
presente siglo auguraba una nueva era política en México. Héctor
Aguilar Camín, distinguido lacayo de los poderosos declaró al día
siguiente de la elección que: “...con el resultado de la elección
presidencial quedó confirmado que se acabaron los tiempos del "dedazo''
y las sospechas, y quedó validada la eficacia de los órganos
electorales en un proceso que calificó de limpio, transparente...”
(Jornada, “Estas elecciones son el despertar de México, coinciden
intelectuales”,3/07/00)
Conforme los años fueron pasando, la
cruda realidad empezó a imponerse por la fuerza de los hechos y el
autoritarismo se fue reconfigurando a cuenta de los gobiernos del PAN,
quienes, al mismo tiempo que ratificaban el proyecto económico
neoliberal empezaron a modificar elementos significativos de las
tradiciones del estado mexicano, como su postura en los foros
internacionales. Cómo olvidar el “Comes y te vas” o el empecinamiento
del canciller Jorge Castañeda para acompañar a los EEUU en la aventura
bélica en Irak, a la que se opuso con éxito el desaparecido Adolfo
Aguilar Zínzer, a la sazón representante de México en la ONU. Asimismo,
la visita de Fox al Vaticano para besarle la mano al papa confirmó que
el 'despertar' de México era en realidad el regreso de una realidad que
estuvo siempre allí, a la espera de mejores tiempos para regresar el
reloj de la historia.
Después vino el 2006 y el 'haiga sido como
haiga sido' que sin duda representó un momento clave para comprender
las características de la transición. Quedó demostrado entonces que los
fraudes electorales gozaban de plena salud, que los órganos electorales
nunca habían dejado de ser cómplices de la farsa democrática y que la
política no es otra cosa que la perversión de la voluntad popular
expresada en las urnas. Más aún; se incorporaron novedosas tácticas
para manipular a los votantes y realizar el fraude a como diera lugar,
logrando fortalecer el poder político del duopolio televisivo, el
inicio de una etapa en el que éste se convertiría prácticamente en el
fiel de la balanza electoral.
Pero además, el sexenio de
Calderón reforzó los mecanismos de represión del estado al sacar al
ejército a las calles para realizar labores que constitucionalmente le
correspondían a los civiles. Semejante política de seguridad fue
convenientemente aderezada con reformas a modo que le permitieran al
estado arrasar 'legalmente' con los derechos humanos. Se reforzó así la
posibilidad de imponer sin cortapisas el proyecto neoliberal que se
apoya sobre todo en la sistemática desposesión de recursos naturales,
derechos laborales, políticos, civiles, educación de todos aquellos que
no poseen grandes dosis de capital político o económico para impedirla.
En
ese dinámica, el subsistema electoral empezó a dar muestras claras de
su enorme dependencia de los partidos políticos. Las tímidas acciones
del IFE en contra del quebranto de las leyes electorales resultaron
insoportables para la oligarquía partidista, la cual aceleró el proceso
de reformas políticas con la finalidad de amarrarle las manos a los
órganos electorales. La conclusión de ése proceso significó la reciente
muerte del IFE y el nacimiento del Instituto Nacional Electoral (INE).
La centralización política recobró nuevos bríos pues el nuevo mamotreto
electoral concentra ahora los procesos electorales estatales y locales.
Después de todo, el proceso que le dio vida al IFE fue controlado en
todo momento por las oligarquías partidistas y éstas no estaban
dispuestas a que su creación les resultara contraproducente.
La
desaparición el IFE demuestra que la celebrada transición política fue
en realidad una transición pero no precisamente a la democracia sino a
un autoritarismo de nuevo corte, indispensable para contener las
reacciones de la población provocadas por la profundización del modelo
neoliberal. Al mismo tiempo que reforzaban de manera artificial su
legitimidad política, gracias las elecciones compradas, centralizaron
el acceso a la política institucional matando cualquier viso de
democracia interna en los partidos, los cuales se convirtieron en el
mejor ejemplo de la reconversión del autoritarismo, del verdadero
contenido de la transición política de los noventa en este país. Uno de
los argumentos más comunes, como consecuencia del resultado de las
elecciones federales en el año 2000, fue el importante y positivo papel
jugado por la izquierda partidista en el proceso. Basta ver las
acciones de la izquierda partidista hoy para comprender cual fue la
verdadera finalidad de la transición a la democracia: el
fortalecimiento de la clase dominante.
Así que si usted cree
transitorio lector, que la transición falló a causa de que los
políticos no estuvieron a la altura, de que los partidos no dieron el
ancho, o incluso de que los votantes no comprendieron su
responsabilidad y su papel, le recuerdo que nada pasa en la política de
manera fortuita. Las condiciones del sistema político mexicano hoy son
la consecuencia directa de los denodados esfuerzos de unos cuantos,
quienes lograron engañar a muchos con el cuento del tan esperado arribo
de la democracia para aumentar su poder, para aumentar sus ganancias,
para alargar la vida de un régimen cada vez menos pudoroso, más cínico,
pues hoy son mucho mas fuertes así que para qué disimular. Olvídese de
la alternancia, de la legitimidad de las elecciones, del prestigio del
árbitro electoral, porque hoy en México estamos más lejos de lograrlos
que hace treinta años.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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