En el Día Internacional de la Mujer
En
las últimas tres décadas hemos asistido a la feminización de la fuerza
de trabajo. La incorporación de la mujer al quehacer público le ha
posibilitado ir tomando conciencia de su discriminación social, al
mismo tiempo que ha ido generando cambios dentro de la familia que
ponen en cuestión la estructura de poder jerárquica que constituyen su
base.
En el capitalismo, la producción de mercancías se lleva
a cabo fuera del hogar, en empresas, donde los medios de producción son
propiedad de los capitalistas, lo que obliga a la mayoría de las
personas a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Con los
salarios, la gente compra los productos que necesita para sobrevivir,
que son transformados en los hogares para la producción y reproducción
de las personas. El modelo de familia nuclear se sustenta en una clara
diferenciación entre los sexos, donde el hombre sería el proveedor
económico a partir de su inserción en la producción de bienes y
servicios y la mujer se encargaría de los aspectos reproductivos,
concentrando su actividad en el interior del hogar. La producción en el
hogar implica no sólo la reproducción biológica de las personas, sino
también la formación de su género y su mantenimiento, lo que se hace
con el trabajo doméstico. Así el término reproducción social que a
veces se utiliza para designar el conjunto de procesos que producen y
reproducen los bienes de consumo y producción, las relaciones sociales,
las personas y la fuerza de trabajo, en este caso, es usado en términos
más restrictivos, para resaltar los procesos que quedan al margen del
mercado.
En la economía capitalista una parte sustancial de
la fuerza de trabajo no se genera en el intercambio en el mercado, sino
por medio de un sistema de reproducción que no parece ser parte del
sistema de producción. De todos modos no debemos perder de vista que en
el seno de toda formación social coexisten una producción social de
bienes y una producción social de seres humanos. Estos dos términos son
indisociables.
Si la sociedad funcionara exclusivamente con
la lógica del mercado, una parte importante de la población -enfermos,
discapacitados, menores, desempleados, ancianos- morirían. Por ese
motivo los trabajos de producción y reproducción forman parte de un
mismo proceso aunque la reproducción de las personas es la condición
primaria para que existan mercancías y un mercado donde éstas se
intercambian. De allí que sea falso considerar la reproducción social
como un proceso natural o un subproducto que deriva de otros procesos
sin relación con el mercado.
Si consideramos el trabajo en el
sentido de una actividad destinada a realizar la supervivencia material
veremos que gran parte de las actividades de cuidados directos de
personas que tienen lugar en el interior de la familia tienen esta
característica y que son indispensables para la estabilidad física y
emocional de sus miembros. De manera que el trabajo doméstico satisface
necesidades personales y sociales que no pueden ser sustituidas con la
producción del mercado y como requiere de tiempo no es posible negar su
existencia.
A pesar de lo dicho la economía se ha construido
bajo el supuesto de que la producción tiene prioridad sobre los
procesos de reproducción humana. Creo que esta perspectiva no es
neutral y nos habla a las claras de que los hechos se evalúan y se nos
presentan según el esquema teórico que se utilice y los modelos
interpretan el mundo desde la perspectiva que se elija.
El
área del trabajo familiar doméstico no remunerado representa recursos
de supervivencia fundamentales que han sido dejados de lado en los
análisis tradicionales. Existe un gran número de relaciones que quedan
fuera de la corriente central del mercado y que son necesarias para la
comprensión de la economía cotidiana y de la existencia de la gente.
La asignación de los hombres a la producción y de las mujeres a la
reproducción no es privativa del capitalismo que, no obstante, alteró
las condiciones de producción de bienes y seres humanos, convirtiendo a
esta última en un terreno de la lucha de clases y de sexos, a la vez
que en asunto de Estado.
El control social sobre la fuerza de
trabajo de las mujeres, base material del patriarcado, permite a los
hombres beneficiarse del servicio personal y doméstico de las mujeres.
Entonces, la forma de familia que conocemos es expresión de la
dominación capitalista como así también del sistema patriarcal, sin
olvidar que también el Estado ha contribuido a definir las condiciones
sociales de la reproducción. Con esto queremos expresar que la
reproducción de seres humanos no está determinada únicamente por la
lógica del capital. Las relaciones sociales juegan un papel fundamental
tanto en la producción material como de seres humanos. La relación
social antagónica entre hombres y mujeres que se manifiesta tanto en la
producción como en la reproducción, no se circunscribe al ámbito
familiar ya que las mujeres están doblemente explotadas: por el capital
y en sus hogares.
Combes y Haicault tienden a desechar la
idea de que "la reproducción sólo tendría interés para la producción en
la medida que se encarga de fabricar y mantener la mercancía concreta
que es la fuerza de trabajo", porque esto supondría reducir el trabajo
doméstico a la producción de valores de uso y no concebir a la familia
como un lugar y un objeto de la lucha de clases y de sexos, sino sólo
como el lugar de reproducción de la fuerza de trabajo.
La
idea de que los hogares actúan con intereses unificados se da porque
aunque los miembros de una familia tengan intereses diferenciados que
surgen de sus relaciones con la producción y la reproducción, esas
mismas relaciones aseguran su dependencia mutua. A esta idea ha
contribuido la teoría neoclásica que considera que el hogar decide como
una unidad la participación de sus miembros en el mercado de trabajo y
la responsabilidad sobre las tareas domésticas en la búsqueda de
maximizar la utilidad conjunta. Desde este punto de vista, la división
tradicional por género del trabajo dentro del hogar se considera una
respuesta racional. Esta perspectiva supone que el comportamiento de
los individuos difiere en la esfera privada y en la pública, de forma
tal que son altruistas en el seno del hogar y se rigen por sus
intereses individuales en los mercados.
Esta idea no tiene en
cuenta que la familia, a la vez que expresa relaciones de producción y
reproducción, las enmascara, porque la familia también es un lugar de
lucha. Dentro de los grupos domésticos se dan diferentes relaciones de
producción y dominación. El acceso a los medios de producción no es el
mismo ni tampoco su control. Tampoco es homogéneo el acceso al consumo
y todo esto porque entre sus miembros existen relaciones de poder.
Una visión armónica de la economía familiar enturbia el análisis de las relaciones de producción dentro del grupo doméstico.
Las relaciones sociales de sexo y de clases operan tanto en el ámbito
de la producción como en el de la reproducción. Partir de esta
afirmación supone la crítica a la idea que sitúa exclusivamente las
relaciones de clase en el ámbito de la producción y las relaciones de
sexo en el de la reproducción.
Aunque hombres y mujeres se
encuentran en una relación antagónica por su pertenencia al sexo
opresor u oprimido, mantienen simultáneamente una relación de alianza
desigual siempre que pertenezcan a la misma clase. Sin embargo, el
capital aprovecha las divisiones sexuales apoyándose en el patriarcado
e intensifica la explotación de las mujeres en la producción con el
consentimiento tácito de la mano de obra masculina.
Retomando
lo afirmado al comienzo de nuestro trabajo, la feminización de la
fuerza de trabajo se ha dado al mismo tiempo que han aumentado las
formas de trabajo a tiempo parcial, de trabajo informal y autónomo. Si
bien podemos analizar la descualificación como una estrategia económica
del capitalismo, también es evidente que no es neutral desde el punto
de vista del género que reserva los criterios de cualificación para las
tareas que realizan los hombres.
La
cualificación/descualificación tiene como parámetro la perspectiva de
la clase obrera cualificada masculina empleada en la industria
manufacturera y no sólo depende de competencias técnicas sino también
de construcciones ideológicas y de poder. Además, el mercado laboral no
es socialmente neutro porque las relaciones de género están insertas en
la organización misma de la producción que se articula con otras
instituciones como la familia, el sistema educativo y el Estado, que
sustentan la desigualdad de género.
El género opera en la
esfera de la producción interviniendo en las definiciones de
cualificación y en la distinción entre trabajo cualificado y no
cualificado, en la definición de ciertos puestos de trabajo, en la
división entre trabajo a jornada completa y a tiempo parcial, sobre las
formas de autoridad y supervisión, sobre la participación activa en los
sindicatos, etc. De manera tal que podríamos afirmar junto con Beechey
que el género es una categoría relacional asimétrica que forma parte de
la experiencia personal vivida en el lugar de trabajo y que interviene
en la construcción de subjetividades. También está relacionado con el
poder en el sentido de dominación de los hombres y la subordinación de
las mujeres que se reproducen en el proceso de trabajo pero también en
otros ámbitos. De allí, que la diferencia y jerarquía de géneros se
crean tanto en el lugar de trabajo como en el hogar. Esto no hace más
que demostrarnos la complejidad de la articulación entre relaciones de
sexo y de clase en la producción que podríamos verificar también en el
ámbito de la reproducción y de la familia.
Producción y
economía aparecen como sinónimos dejando al trabajo doméstico fuera del
análisis, de allí la necesidad de ampliar el concepto de economía
trascendiendo la división entre esfera pública y privada.
La
esfera de la reproducción debe considerarse parte integrante de la
economía. La opresión de las mujeres se localiza tanto en la familia
como en la organización de la producción.
Como sostiene
Scott, el status secundario y dependiente dentro de la familia, que
asigna a las mujeres la responsabilidad primaria en la reproducción
cotidiana y generacional, se trasladan a la organización de la
producción.
La expansión del sector servicios ha supuesto el
incremento de mano de obra a bajo costo salarial que se nutre de una
fuerza de trabajo compuesta por trabajadoras a tiempo parcial, con alta
inestabilidad laboral, es decir, con características marginales.
La situación social que caracteriza a la vida de las mujeres como
trabajadoras no asalariadas fundamentan el presupuesto que las
considera una fuerza de trabajo más barata y menos dependiente de sus
salarios que los hombres.
Por un lado vemos una determinada
construcción social del género que marginaliza a las mujeres y, por
otro, una determinada relación de producción caracterizada por los
bajos salarios y la inestabilidad laboral, que se articula con un
sector de gran crecimiento económico como los servicios. Precisamente,
una de estas construcciones fuertes es la que coloca al empleo salarial
formal como modelo explicativo central del trabajo en la sociedad y de
los objetivos de individuos y grupos sociales en detrimento del trabajo
no remunerado en dinero como el trabajo doméstico y los servicios
comunitarios.
Una vez más sostenemos que producción de productos
y personas es indisociable. El concepto de producción tendría que
abarcar tanto la producción de cosas como la producción de hombres y
mujeres. Un análisis económico que sólo estudie el ámbito de la
producción sin articular producción y reproducción se revela como
inadecuado.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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