7/21/2014

Nueva era de retorno


Las reformas que se acaban de aprobar abren una nueva era para México, pero no será una aurora, sino un retorno a las páginas más negras de la historia de despojo y abuso que pueblan nuestra memoria histórica.


La aprobación del paquete legislativo relativo a la reforma energética que cerró esta semana, concluye lo que podríamos considerar el primer tercio del gobierno de Enrique Peña Nieto. Primer tercio que consistió en completar la serie de reformas estructurales indispensables para terminar de establecer en México el Estado Mínimo, que habían quedado pendientes desde el año 2000, cuando el PRI tuvo que ceder el poder presidencial y legislativo y se dio paso al México de la Alternancia política.  Así, y a pesar de por diversas razones, las reformas estructurales no han dado los frutos prometidos y esperados, México sigue en la ruta marcada por el neoliberalismo desde 1982. Ruta de la que se alejan cada vez otros países de la región como Brasil, Perú, Bolivia, Argentina y Uruguay.

La privatización de empresas paraestatales, se trocó en monopolios privados ineficientes y onerosos para la economía doméstica; la privatización del ejido llevó al desmantelamiento de la economía campesina y al flujo migratorio internacional de jóvenes mas grande en la historia del país; la apertura indiscriminada y abrupta llevó al desmantelamiento de la industria nacional y elevó al triple el componente de importación de lo que se produce y se consume en México. 

No ha habido crecimiento del empleo, con lo que nuestro bono demográfico (jóvenes en edad productiva) languidece y envejece (en 2027 el porcentaje de población mayor a 65 años será 60%), 30% de la poblaciónestá fuera del Estándar de trabajo cubierto por la Ley del Trabajo y por tanto sufre violación en su derecho al salario justo; los salarios actuales tienen 70% del poder adquisitivo que en los años 80’s. Solo 5% de la población cubre los requisitos de tener un Trabajo Decente (OIT). Por lo que tener empleo en México no significa escapar de la pobreza ya que más del 18.5% de la fuerza laboral no cuenta con el ingreso suficiente para cubrir sus necesidades básicas (OCDE, 2014).

La reforma laboral largamente aplazada que finalmente se logra en 2012, no ha cumplido la promesa con la que fue promocionada por Felipe Calderón, en el sentido de crear empleos y reducir la informalidad. Por el contrario, ha contribuido a crear informalidad ahora aún dentro el sector formal del empleo. Ya que de acuerdo a los datos de la ENOE (INEGI, 2014-I) uno y medio de cada cuatro empleados en el sector formal de la economía, labora sin contrato y sin prestaciones laborales. Y la tasa de informalidad laboral en el primer trimestre de 2014 cubre a 62% de la población ocupada total.

Desde el punto de vista de las instituciones y la democracia, las cosas no han sido mejores. Cierto que la vía electoral se ha consolidado como la forma de acceso al poder en México y la calidad de las mismas ha ido mejorando en comparación a lo que ocurría en la primera mitad del siglo XX.  Pero esta mejoría ni se ha estabilizado, ni está generalizada en todo el país.  En el primer caso hemos asistido desde 2006 a un descenso en la calidad y confianza ciudadana en este tipo de procesos por prácticas de mercadeo de los votos.  Asimismo la confianza de la ciudadanía en el sistema de partidos es descendente exhibiendo niveles de confianza semejantes a los que se tenían en los años previos a la reforma electoral de 1978. 

Ciertamente la Alternancia del 2000 representó una especie de “aurora democrática” fortaleciendo la percepción de que el régimen político mexicano, caracterizado por una especie de “autoritarismo incluyente” (Cavarossi, 2000)  o por una “dictablanda” o “perfecta” (Vargas Llosa) finalmente iría adoptando los perfiles institucionales de los regímenes democráticos avanzados: equilibrio e independencia de poderes; transparencia, rendición de cuentas, neutralidad burocrática; imperio de la ley sin distinciones ni excepciones; pluralismo en la comunicación social; ciudadanía informada y participativa.  No obstante si bien hubo avances para nada menores en algunas de estas vertientes, la fragmentación del poder y la ausencia de reformas en el sistema de gobierno para hacerlo afín y funcional a la pluralidad partidaria que arrojaban las urnas; terminaron por ahogar esta aurora y el estancamiento político y económico hicieron el resto. 

Pero no se reformó a fondo el poder legislativo, anclado en las viejas prácticas de legislar al vapor; sin hacer análisis exhaustivo de las implicaciones jurídicas de cada legislación que se introduce, dando origen, en su conjunto, a un cuerpo normativo abigarrado, contradictorio, ambiguo, redundante, que facilita la discrecionalidad en la interpretación y aplicación de las leyes.  El debate es insuficiente y poco informado y la cultura de mayoritear sigue predominando aún en reformas de gran calado que requieren una base de consenso sólida para tener toda la certidumbre y aceptación social que serían deseables en una visión de Estado. 

El Poder Judicial con todo y sus avances, sigue siendo un poder opaco, con escasa rendición de cuentas y talante conservador, rodeado de un halo de divinidad con la cual se dan el lujo de tomar sus decisiones sin dignarse exponer ante la ciudadanía los argumentos jurídicos que orientaron sus votos.  Mientras el sistema de justicia permanece postrado en la más supina de la ineficiencias (92% de delitos impunes).

El Poder Ejecutivo tampoco se ha renovado. La neutralidad burocrática y la capacidad técnica que son santo y seña de un aparato público eficiente, están lejos de ser realidad, por lo que tenemos la burocracia mas cara y mas ineficiente de todos los países de la OCDE.

La llegada de la Segunda Alternancia no ha anunciado una aurora sino un Dejá Vu pretendiendo la imposible restauración del poder presidencial, que no la consolidación democrática. Y digo imposible porque la base material y las fuentes sociales del poder político que hicieron posible el presidencialismo mexicano (1945-1996) ya no están ahí para sustentarlo.  El Estado mexicano carece hoy de las palancas efectivas para reactivar la economía y su debilidad será mayor cuando pierda la mayor parte de la renta petrolera.

Por otra parte el talante de las reformas, tanto la de telecomunicaciones como la energética apuntan mas que al restablecimiento, a un nuevo tipo de corporativismo en el Estado: el corporativismo de las grandes empresas  en vez del corporativismo de las grandes centrales sindicales y campesinas. Porque fueron éstos nuevos actores los convocados y escuchados en la confección de ese enjambre de nuevas disposiciones que intersectan de arriba a bajo y en muchos aspectos, las bases jurídicas del constitucionalismo político y social del Estado mexicano.

Las reformas que se acaban de aprobar en efecto, abren una nueva era para México, pero no será una aurora, sino un retorno a las páginas más negras de la historia de despojo y abuso que pueblan nuestra memoria histórica.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario