Vicente Leñero
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Ahora resulta (oh Dios) que Jacobo Zabludovsky es el bueno:
—el periodista incorruptible que ha recibido y sigue recibiendo
premios por montón: el Premio Nacional de Periodismo, el Premio
Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio de la Asociación
de Cronistas de Espectáculos de Nueva York, las Palmas de Oro del
Círculo Nacional de Periodistas, etcétera.
—el empoderado líder de opinión al servicio de la empresa a la que
servía, ligada esta, indisolublemente, a la “presidencia imperial” de
un pri que manejaba al país como si fuera de su propiedad.
—el gran orquestador de la campaña contra el Excélsior de Julio
Scherer García en 1976 cuando aquel era director de información de
Televisa y conductor del noticiario Veinticuatro Horas.
Aunque hoy parece olvidarlo todo nuestra sociedad sin memoria,
existen testigos que conservan esa imagen de Jacobo Zabludovsky en las
viejas pantallotas de sus televisores. Aparecía en medium shot con su
ensayada sonrisa simpática, traje y corbata impecables y enjaretada su
cabeza por un par de audífonos enormes que lo convertían en la
caricatura de sí mismo. Se le tenía desconfianza y hasta temor por la
manera de tergiversar los hechos haciendo creer a su audiencia que la
realidad era así como él —“objetivo y veraz”— la transmitía a diario.
Auxiliándose en Veinticuatro Horas se enderezó la campaña contra el
Excélsior de Julio Scherer desde la presidencia de un Echeverría
enfurecido e implacable. Entre muchas otras tretas, Jacobo dio voz a su
amigo Roberto Blanco Moheno que manoteaba y escupía desde la pantalla
contra ese “periódico comunistoide”, y envió a su reportero estrella
Ricardo Rocha a dizque investigar la prefabricada invasión de fingidos
ejidatarios a un fraccionamiento de la cooperativa Excélsior.
“Pobrecitas víctimas”, se dolía el compasivo Rocha.
Sobra enunciar al detalle cómo se salieron con la suya Echeverría y
Zabludovsky: caímos juntos con Julio Scherer y se encaramó al traidor
Regino Díaz Redondo a la dirección del periódico de la vida nacional.
Muchísimo tiempo después, en marzo del año 2000, cuando se apartó o
fue apartado de Televisa por Emilio Azcárraga Jean que deseaba iniciar
su gestión sin ataduras, Jacobo Zabludovsky se lavó la cara, las manos,
se sacudió de recuerdos y pesadillas, y reinició con extraordinaria
vitalidad su camino hacia la conversión. Poco a poco, no de golpe, se
transformó en el Zabludovsky el bueno.
¡Ocho de julio no se olvida!, clamaríamos ahora las víctimas del
atentado. Pensando en eso —a 38 años de distancia— se me ocurrió
escribir un breve relato de ficción. Es este:
Se abre la portezuela de un cuatro puertas negro y de él sale un
hombre de 86 años en pleno dominio de la verticalidad. Asombra su
entereza, su salud, la invariable sonrisa con la que extiende sus
labios hacia quienes lo aguardan en la banqueta.
Es Jacobo Zabludovsky en el momento de llegar al recinto de la
Cámara de Diputados para recibir la Medalla Eduardo Neri por sus 70
años de actividad periodística.
Después de los primeros apretones de manos, de escuchar palabras de
anticipada felicitación, de recibir quizás un abrazo que le descompone
por momentos su traje negro de dos botones, el celebrado cruza un
pasillo entre ruido de aplausos.
Llega al foro. Escucha una elogiosa presentación. Se le entrega la medalla. Más elogios, más apretones de manos.
Lo invitan a que ocupe el atril para pronunciar el discurso que lleva escrito en hojas de papel bond.
En el nutrido salón, los legisladores e invitados se remueven en sus
asientos, expectantes. Él empieza a leer con la modulación y el timbre
de voz que tanto le conocen los presentes. Dice:
“Esta mañana no vengo a otra cosa más que a pedir perdón. Quiero
pedir perdón a todos los que ofendí o lastimé o desacredité durante mi
larga carrera periodística. Perdón por haberme sometido a las
exigencias de la empresa en la que trabajaba, del gobierno al que
servía, de los políticos a los que me rendí. Perdón por torcer la
realidad. Perdón por no haber contribuido en aquellos desafortunados
años a la libertad de expresión que ahora pretendo ejercer con profundo
arrepentimiento. A eso he venido esta mañana: a pedir perdón”.
El silencio es absoluto en el recinto. Lo rompen, segundos después,
un par de manos que aplauden lentamente y que desatan por fin el
aplauso estentóreo, universal, a Jacobo Zabludovsky.
*Texto publicado en la revista de la Universidad de México, en su edición 124 de junio de 2014.
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