Francisco López Bárcenas
Este
16 de febrero se cumplen 19 años de que se firmaron los Acuerdos sobre
Derechos y Cultura Indígena entre el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) y el gobierno federal, también conocidos como Acuerdos
de San Andrés. Después de cinco meses de negociaciones, en un proceso
inédito en la historia de México, en donde participaron cientos de
autoridades indígenas, intelectuales de ellos mismos y académicos que
han dedicado su trabajo profesional al estudio de los pueblos
indígenas; después de que la comandancia del EZLN consultó a sus bases
y el movimiento indígena, a las suyas, se firmaron dichos documentos,
en los que el gobierno mexicano reconocía el yerro histórico de excluir
a los pueblos indígenas y se comprometía a reformar el Estado para
incluirlos dentro la sociedad nacional, reconociendo sus derechos. Como
se sabe, al final el gobierno desconoció esos acuerdos mientras los
pueblos, fieles al valor de la palabra, los convirtieron en su
constitución política y base para su reconstitución.
A 19 años de aquella histórica firma es importante recordarla porque
tiene varias implicaciones. Una de ellas es que al transcurso de dos
décadas han quedado claros los motivos de la resistencia de los
representantes del gobierno federal a incluir a los pueblos indígenas
como sujetos de derecho público y reconocer su derecho al territorio,
que son los mismos por los que después se negaron a cumplirlos: sus
reformas legales y sus políticas apuntan a despojarlos de ellas. Ellos
ya lo sabían y algunas muestras habían dado de sus intenciones, aunque
todavía no sacaban todas sus cartas. Las reforma del año pasado para
privatizar el aprovechamiento de los hidrocarburos, la producción de
energía eléctrica y de gas es la culminación de ello; pero antes
reformaron las leyes para apoderarse de los minerales, el agua y la
biodiversidad, todos elementos naturales muy codiciados por las
empresas trasnacionales.
El incumplimiento de los acuerdos dejó el campo libre para que las
empresas mineras despojen a los pueblos, nahuas, wixaritari, ñuú savi,
zapotecos y totonacos, como sucede en los estados de Jalisco, Guerrero,
Colima y Puebla; para que el gobierno despoje de su agua a los yaquis,
guarijios, mixtecos, zapotecos, chatinos, coras y wixaritari, que
luchan por mantener vivos sus ríos y contra el Acueducto Independencia
y las presas Pilares, Paso de la Reina, Las Cruces la Parota y El
Zapotillo. Otras luchas importantes son las que libran los binizaá e
ikoots del istmo oaxaqueño, los mayas peninsulares y los kiliwa
bajacalifornianos contra las empresas eólicas; la defensa del maíz
nativo contra la invasión del transgénico, que se desarrolla en varias
comunidades de Jalisco, Oaxaca, Tlaxcala, Chiapas y Guerrero; o la
comercialización de la biodiversidad; o la obra privada, presentada
como pública o comunitaria, como la construcción de carreteras o
proyectos turísticos. Son la expresión de la nueva colonización y para
llevarla a cabo, los acuerdos les estorbaban.
Los
acuerdos tienen otra significación muy importante para los tiempos que
corren. Por primera vez en la historia de México, los pueblos
indígenas, a través de sus propias autoridades, pudieron sentarse en
igualdad de circunstancias con las autoridades del gobierno para
plantear sus demandas. Y aunque al final el gobierno desconoció los
acuerdos que se tomaron, tiene importancia porque expresa la manera en
que deberían tratarse los asuntos públicos: abiertamente, de cara a los
interesados y no por cúpulas políticas que solo representan sus
intereses de grupo. Es importante tenerlo presente ahora que un sector
del movimiento social propone un constituyente para refundar el país.
Razones le sobran a los promoventes, pero para que prospere habría que
cuidar las formas y los tiempos de todos los sectores sociales para
asegurar su participación, como hace 19 años lo hizo el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional con los pueblos indígenas de México.
A 19 años de la firma de los acuerdos sobre derechos y cultura
indígena. los pueblos siguen en lucha por hacerlos realidad. Pese a que
muchos digan que no hay movimiento indígena porque no protesta en las
calles o llena plazas públicas, el movimiento indígena está tan movido
como en sus mejores tiempos y quienes participan dan la batalla por sus
derechos. Lo hacen a su manera y sus tiempos, echando mano de sus
recursos y aprovechando los que otros sectores solidarios les aportan,
siempre que respeten sus decisiones. Por eso no se les ve en las
calles. Esa es otra enseñanza, que aunque no sean visibles ahí están
presentes, enseñando el camino que ofrecen para superar nuestra
situación y construir otro mundo. Porque como hace 19 años dijeron:
otro mundo es posible.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario