Mientras no elevemos el perfil de nuestros representantes populares, será imposible que el país salga adelante.
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Revisando
los listados propuestos por los partidos políticos con los nombres de
los candidatos a diversos cargos de representación popular, no puede
uno dejar de preguntarse cuáles son los criterios con base en los
cuales son elegidos.
¿Qué es lo que justifica que un futbolista bastante regular quiera
ahora ser alcalde de Cuernavaca? ¿Cómo es que se está considerando el
nombre de Armando Manzanero para ser titular de una delegación en el
Distrito Federal? ¿Con qué criterio se incluye en la lista de
candidatos plurinominales al ex delegado en Iztapalapa, que tiene
pésimos antecedentes? ¿Qué factores inclinaron la balanza a favor de
decenas de “políticos chapulines” que dejaron inconcluso un
nombramiento anterior y ya están brincando al siguiente, sin haber
cumplido nada de lo que prometieron en la campaña de hace tres años?
Ojo: No estoy cuestionando la posibilidad jurídica de que todas esas
personas sean candidatas a un cargo de representación popular. Si son
ciudadanos mexicanos y cumplen con algunos requisitos adicionales es
obvio que pueden participar e intentar convertirse en funcionarios
públicos. Pero la pregunta importante no es sobre sus derechos
fundamentales de participación política, sino sobre la idoneidad para
desempeñar el cargo.
Todas las encuestas demuestran el enorme hartazgo y la profunda
desconfianza que sienten millones de mexicanos por su clase política.
¿Acaso consideran los partidos que postulando a cantantes, futbolistas,
payasos o actores va a mejorar su deteriorada imagen? ¿Así es como
piensan resolver los problemas del país?
Ciertamente, me queda claro que una persona que aspire a ser
representante popular no tiene que tener un doctorado, ni ser candidato
al Premio Nobel de Literatura, pero ¿acaso no hay mejores mexicanos que
los que ya sabemos que se van a postular para pedir nuestro voto y
llegar a representarnos? ¿Acaso los partidos no pueden encontrar
mejores perfiles, que se hayan destacado por su compromiso social, por
su conocimiento de ciertos temas, que tengan la preparación adecuada o
por lo menos que hayan leído más de tres libros a lo largo de su vida?
¿De plano está tan fregado el país para que no haya mejores mujeres y
hombres que puedan hacer un papel digno como diputados federales,
gobernadores o presidentes municipales?
Está a la vista el resultado que nos ofrecen a los ciudadanos
aquellas personas que son nombradas para un cargo público sin tener
preparación alguna para desempeñarlo: Basta voltear a ver al Congreso
de la Unión, a muchas oficinas del Poder Ejecutivo y hasta a la Suprema
Corte. Y ya ni hablemos de lo que sucede en la mayoría de las entidades
federativas y en los municipios, puesto que en todos abundan la
improvisación, el nepotismo (de este tema nos podría hablar mucho Ángel
Aguirre Rivero, por supuesto), los recomendados y hasta los aviadores.
Mientras no elevemos el perfil de nuestros representantes populares,
será imposible que el país salga adelante. Pensemos que esas personas
son las que se encargan de aprobar el presupuesto público, fijan el
monto de los impuestos que debemos pagar y revisan que el gasto
gubernamental se ejerza correctamente. Son tareas de la mayor
importancia, que no deberíamos dejar en manos de personas cuyo mayor
mérito para ocupar una curul es el de haber trepado por las estructuras
partidistas a lo largo de muchos años.
Por eso es que, antes de emitir nuestro voto el próximo domingo 7 de
junio, debemos leer con atención y detalle el currículum de los
candidatos, a fin de elegir al mejor de ellos o, por lo menos, al menos
peor. Recuerden que la mediocridad se contagia; hay que vacunarnos por
medio de la información y el ejercicio responsable de nuestro derecho a
elegir a nuestros representantes.
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