“Yo
no me considero feminista. No es odiando a los hombres que vamos a
resolver nuestros problemas. Cómo voy a rechazar a mi padre sólo porque
es varón. Si él es a la persona a quién más amo”, comenta una
postgraduada indígena maya contrariada cuando se le pregunta sobre si
ella es feminista o no.
Esta es una reacción compartida por
muchas mujeres indígenas cuyos procesos de profesionalización no
lograron configurarlas completamente como individuos autónomas
(occidentalizadas).
Las diferentes corrientes feministas,
planteadas únicamente como teorías autonomistas, o políticas
antipatriarcales, y no tanto como concepciones metodológicas para la
construcción comunitaria de nuevos conocimientos eco interculturales
(epistemologías), continúan siendo occidentales. Por ello, sus
categorías de compresión y de análisis de la realidad, específicamente
de las relaciones de poder, son esencialmente euronorteamericanas.
Centradas exclusivamente en el sujeto (actor) individual desligado,
armado de su libertad y autonomía. Con dichas categorías se puede
analizar y comprender sociedades (donde prima el individuo sobre el
interés comunitario), más no comunidades (donde el interés comunal
prima sobre lo individual).
Esta promoción de la supremacía
del interés individual sobre lo comunal colisiona con la lógica
indígena de la interdependencia (interrelación) que rige no solo la
vida de la comunidad humana sino también de la comunidad cósmica. En la
filosofía occidental el sujeto pleno es el individuo autónomo. En las
filosofías indígenas la felicidad consiste en la interrelación
equilibrada en la comunidad humana y cósmica. Por ello, para diferentes
corrientes feministas la complementariedad entre varón y mujer es vista
como un vicio, pero para las mujeres indígenas es una virtud porque la
plenitud es “con el otro” (equilibrio). Esto no es heteronomía
(dominación), ni autonomía, sino ontonomía (interrelación
complementaria sentipensante). Yanantin, diríamos los quechuas.
Otra
dificultad que encuentran algunas corrientes feministas en los
diferentes mundos de mujeres indígenas es la desacralización del cuerpo
y de su función reproductiva. Por el predominio del eros sobre ágape,
en la gestión corporal que hacen o explican dichas corrientes, anulan
la dimensión espiritual-mística del cuerpo humano y lo reducen a un
simple campo de disputa de poder, desligado de la comunidad cósmica. De
este modo, el hedonismo termina por vaciar, no sólo estructuras
axiológicas comunales, sino el sentido ecoespiritual del ser humano
como la materialización más próxima de la identidad y conciencia de la Pachamama.
No
es sólo el individualismo metodológico y el antropocentrismo
euronorteamericano de las corrientes feministas lo que alienta la
apatía de muchas mujeres indígenas, sino también, en la medida que
algunas indígenas se adentran en los círculos feministas, aquellas se
dan cuenta que “algunas” mujeres son más iguales que el resto de las
mujeres. Especialmente cuando aquellas son feministas tituladas,
blancas y ricas.
Los privilegios de clase y la rentabilidad del
capital de la blanquitud son realidades cotidianas reproducidas por
muchas teóricas o “intelectuales” feministas frente a las otras. Así
como el marxismo (por ser hijo del occidente) anuló la diversidad
identitaria de los sujetos revolucionarios, y aún no asume a los
pueblos indígenas como actores sociopolíticos plenos, así también los
feminismos, centrados en la meritocracia y la filosofía occidental,
explícita o implícitamente se niegan a reconocer a mujeres o colectivos
indígenas como actoras auténticas de sus procesos de emancipación
integral.
El marxismo y el liberalismo se autoproclamaron
tutores de los pueblos indígenas (no ciudadanos), así también algunas
compañeras, en su intento de liberar a las mujeres subalternizadas,
terminan definiendo lo que es bueno y malo para todas las mujeres, como
si todas fuesen occidentales, sin contemplar no sólo la diversidad de
racionalidades que rigen la vida de los pueblos, sino anulando también
las epistemologías diferenciadas.
El feminismo, en su sentido
amplio, es una propuesta epistemológica de liberación del dominio del
colonialismos, occidentalismo, patriarcalismo, clasismo, racismo y
especismo. Por ello, el ecofeminismo se constituyó (en un determinado
momento) en un método de liberación para la Madre Tierra presa de la
devastación del sistema-mundo-occidental. Pero, infelizmente muchas
corrientes feministas, presas del paradigma de la simplicidad
antropocéntrica, que sacrifica el todo por concentrarse en las partes,
se han abocado únicamente en la autonomía, derechos sexuales, cuotas
biológicas de poder para la mujer, etc.
Varones y mujeres
estamos permeados por el machismo, y lo reproducimos en diferentes
grados, pero no todos/as estamos dispuestos a asumirnos, ni nos
asumiremos, como individuos, autónomos, desligados de la comunidad
humana/cósmica. Urge desoccidentalizar los feminismos y repensarlos
dentro del paradigma de la ecointerculturalidad si acaso deseamos hacer
del feminismo un aporte para la liberación de la Madre Tierra y de la
humanidad.
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