Javier Corral
Durante la campaña electoral de 2012 se colocó -frente al inminente regreso del PRI a la Presidencia de la República-, la advertencia de que tal retorno significaría una regresión autoritaria. Pero entonces, si se nos hubiera pronosticado lo que está sucediendo ahora, no hubiéramos dado crédito. Porque lo que se vive es un vuelco muchos años atrás. Se conjugó el viejo estilo priísta de control y cooptación desde el poder, con una estela de corrupción que alcanzó al Presidente de la República y varios de sus principales colaboradores. Enredados en el escándalo a muy temprana hora del nuevo gobierno, no han escatimado formas y prácticas de falsificación, intimidación, represión.
La división de poderes que era uno de los frutos más tangibles de la alternancia, pronto se nos ha ido desdibujando hacia una dinámica que restablece el sometimiento al Presidente. El Congreso le da todo lo que pida y la Suprema Corte de Justicia de la Nación ni chista cuando éste pone a su compadre de ministro. El Ministerio Público se aleja como nunca del ideal de la autonomía y la independencia para la persecución de los delitos. La libertad de expresión que, con bemoles, había venido conquistando mayores espacios, es ultrajada con carretadas de dinero y abiertos chantajes a propietarios de periódicos y concesionarios de radiodifusión. La protesta en la calle pretende ser desanimada con porros oficiales, y criminalizada aquella que resiste las provocaciones. Volvieron las auditorías para críticos y adversarios. Y la televisión, como en la mejor época de los soldados del presidente, es el instrumento para distraer, amagar, falsificar, intimidar.
El despido de Carmen Aristegui de su programa de radio en MVS Noticias es un golpe más de ese vendaval de regresiones. Dispuestos a continuar el sexenio con el carro abollado por los escándalos de corrupción de las casas de Higa, el encubrimiento al Ejército por los fusilamientos de Tlatlaya, y la farsa de explicación sobre la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, el gobierno se acoraza en la impunidad. Para que la única voz que los exhibía en esa dimensión cínica no siga lastimando la imagen del gobierno, se decidió censurarla. Pagar el costo ahora y no durante los siguientes tres años y medio que restan, no sólo para evitar escuchar la exigencia reiterada de respuestas a los casos denunciados, sino ante la inminencia de nuevas revelaciones.
Carmen Aristegui ha sido una excepción en el sistema de medios de comunicación electrónicos que operan bajo concesión. Estructurada y habilidosa, ha realizado uno de los más informados ejercicios críticos del poder, lo que la volvió invencible en el cuadrante. Pero también conquistó en el camino uno de los contratos de prestación de servicios profesionales mejor blindados para la causa que la define y da sentido a su vida: la libertad. A prueba de balas para la censura previa y la intromisión indebida, convino para sí la facultad exclusiva de determinar los contenidos e informaciones que transmitía en su programa; titular, directora, conductora, responsable única de lo que se decía y no se decía, permanecía por casi seis años como excentricidad en el mundo de adocenamientos, servidumbres y acomodamientos de muchos periodistas en su relación con la empresa y el poder. Pero un contrato así era ya insostenible, porque ese ideal se cumple sólo cuando los propios periodistas son dueños de sus medios, y a veces ni así. Mucho menos en una época de regresión como la que vive nuestra maltrecha República. En el nuevo priato, ese modelo de contrato no puede, no debe existir.
Por eso se tuvo que recurrir a la estridencia y a la amenaza del "abuso de confianza"; de ahí la rudeza y la desproporción del deslinde público con la plataforma "MéxicoLeaks"; la magnificación era necesaria para justificar la verdadera intención: modificar las reglas de contratación de la periodista, ponerle correa a quien no la tenía, para luego escoger el bozal según la tormenta.
Recuperar el control editorial sobre el programa de Carmen Aristegui fue la apuesta, colocada desde el principio. Así ella se comportara ecuánime o alterada, si pedía disculpas por el "error" o no lo reconocía, si aguantaba el despido de sus dos colaboradores o lo resistía, el final hubiera sido el mismo. Porque el plan era acotar su libertad, y eso Carmen Aristegui jamás lo iba a consentir. De ahí la importancia de que nos solidaricemos con esa resistencia personal, porque vendrán después por la libertad de todos nosotros.
Senador del PAN
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