Lo que me parece un poco extravagante, es afirmar que las mujeres no tenemos nada más por reivindicar porque ya todo está dado.
lasillarota.com
“Ustedes
son lo mejor que nos ha pasado. Están re-buenas… todas…para cuidar
niños, para atender la casa, para cuando llega uno, y a ver m’hijito, las pantuflitas”: Francisco Vega de Lamadrid, gobernador de Baja California, 2015.
"Es Eva, la tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer...
No alcanzo a ver qué utilidad puede servir la mujer para el hombre, si
se excluye la función de concebir niños”: San Agustín de Hipona,
354-430.
"Tengan sus hijos y hagan como puedan; si mueren, benditas sean,
porque seguramente mueren en medio de una noble labor y de acuerdo a la
voluntad de Dios... Así ven ustedes cómo son débiles y poco saludables
las mujeres estériles; aquéllas bendecidas con muchos niños son más
saludables, limpias y alegres. Pero si eventualmente se agotan y
mueren, no importa. Que mueran dando a luz, que para eso están”: Martín
Lutero 1483-1546.
“El 75% de los mexicanos ya tienen lavadora, y no precisamente de dos patas”: Vicente Fox, ex presidente de México 2006.
“Las leyes son como las mujeres, se hicieron para violarlas”: Alejandro García Ruiz, ex diputado local Chiapas 2014.
“Guía de la buena esposa”. España franquista.
¿Cómo se construyen las ideas de “virilidad”? ¿Y las de
“femineidad”? Esas construcciones culturales que asignan a cada sexo
modos de ser, oficios, demandas, exigencias. Cantidad de cargas
simbólicas. ¿Qué pertenece a la naturaleza y qué a la cultura? Es
evidente que ser mujer no tiene los mismos significados en México que
en Suecia, que en Nueva Zelanda, que en un estado islámico. ¿Cómo
sucede que la diferencia sexual se traduzca en desigualdad? ¿Cómo se
trabajan esas condiciones de desigualdad para que hombres y mujeres
podamos tener acceso a un trato respetuoso y justo en el reconocimiento
y el respeto de nuestras diferencias? ¿Es cierto –como se lee con
frecuencia en los alrededores del 8 de marzo- que las mujeres ya no
tenemos razón alguna para reunirnos con el objetivo –también- de
avanzar causas concretas que nos conciernen? ¿Es cierto que ya no hay
nada más que analizar, reflexionar, trabajar?
¿Es cierto que ya no tenemos nada más que avanzar ni que lograr? ¿Es
cierto que dado que en algunos medios las mujeres vivimos nuestro
derecho a la educación, al trabajo, a la independencia, a tomar
nuestras propias decisiones, eso significa que esas condiciones
–privilegiadas- existen para todas? Y aún en esos medios –no tan vastos
en un país con las profundas desigualdades que prevalecen en el
nuestro-. ¿Es cierto que somos mujeres que nunca nos hemos sentido
discriminadas, maltratadas, o violentadas de manera muy específica por
ser mujeres?
Nadie por supuesto está obligada/o a reconocerse como feminista;
nadie tampoco tiene la obligación de coincidir ni con este “ismo”, ni
con ningún otro. Es más, miles de mujeres han participado activamente
en la transformación de sus circunstancias de vida, y por lo tanto de
las circunstancias de vida de sus familias y sus comunidades, sin jamás
elegir nombrarse “feministas”. Lo que me parece un poco extravagante,
es afirmar que las mujeres no tenemos nada más por reivindicar porque
ya todo está dado. La tendencia a convertir los tan diversos –y sí-
transformadores feminismos en una caricatura, es una actitud de
descalificación por la vía más fácil de un movimiento internacional y
amplísimo que ha aportado a la sociedad reflexiones y cambios que eran
indispensables. Y que continúa y continuará haciéndolo.
¿Alguien hoy cuestionaría el derecho de las mujeres a votar? Lo
damos por hecho. Es lo menos que nos corresponde, ¿no es cierto? ¿A
quién se le podría ocurrir algo distinto? Pero ni uno sólo de los
avances de las causas que atañen a las mujeres ha sido graciosa y
“galante” concesión. El primer congreso feminista mexicano tuvo lugar
en Yucatán en 1916. El sufragio femenino en México fue un hecho en
1953. Quienes avanzaron el largo debate por el derecho al voto fueron
–sobre todo- mujeres.
En cuanto al ¿inalienable? derecho “a ser votadas”, historias
recientes como la de Eufrosina Cruz Mendoza (indígena zapoteca,
activista) nos prueban que en México el derecho a ser votadas puede ser
obstaculizado de muy ruda manera, con todas las baterías de la más
recalcitrante misoginia. ¿Y los partidos repartiendo candidaturas
(para cumplir sus cuotas de género) justo allí donde están seguros de
no ganar? ¿Y las denigrantes historias de “Juanitas”, tan acomedidas y
tan cómplices? Y los comentarios: “¿Querían mujeres en el Congreso?
Allí tienen a la nula, corrupta, vaga, vende patrias… de su diputada”.
¿Alguna vez han escuchado que un diputado “nulo, corrupto, vago y vende
patrias”, sea cuestionado en sus neuronas, su capacidad de trabajo o
sus vendimias porque es hombre? Y segurito que con estas
características debe de haber más de dos.
Las virulentas reacciones contra el sufragismo y sus argumentos me
parecen una manera interesante de analizar lo que ocurre hoy en las
instancias de gobierno, incluidas –y es terrible- en las responsables
de impartir justicia. Así como los discursos que se manejan –más o
menos velados- en amplísimos sectores de la sociedad mexicana. En su
momento, las sufragistas tuvieron que luchar contra caricaturas muy
parecidas a las que descalifican a los feminismos ahora. Casi palabra
por palabra. El sufragismo constituía una “amenaza” para el orden
social con su afán de “destruir” lugares asignados por la
incuestionable “biología”. Si las mujeres votaban segurito que perdían
“su femineidad”. El voto “masculiniza”, ¿alguien ve la relación? Ya
estaríamos todas bigotonas. Si los hombres les permitían votar,
segurito que ellos perdían su “virilidad”.
Votar significaba anular las diferencias sexuales entre una mujer y
su marido, confundir los espacios masculinos de lo público con los
espacios femeninos de lo privado. Confundir a las mujeres con temas y
decisiones que no correspondían a su delicadeza, y a sus limitaciones,
tan párvulas y graciosas. Descuidar al hogar y a los hijos. Votar podía
ser –puesto que mezclaba los espacios y “relajaba” las costumbres- un
paso hacia la infidelidad, las conductas ninfómanas, hacia el
“libertinaje” consecuencia irremediable de “ofrecerles” libertad a
seres pusilánimes que no saben qué hacer con ella. Lo más progre: “el
voto femenino lo van a decidir los curas”. Había algo en las (rígidas)
identidades construidas en el masculino/femenino de la época que se
quebraba para siempre si las mujeres votaban. En fin, eso decían.
Recorrido histórico: la lucha por los derechos de las mujeres.
Y la valiente batalla de Eufrosina Cruz.
En 2008 Eufrosina Cruz Mendoza, originaria del municipio de Santa
María Quiegolani en el estado de Oaxaca, exigió su derecho a ser
candidata a presidenta municipal de su comunidad, derecho que le fue
negado.
Reducir los feminismos (sin siquiera tomarse la gentil molestia de
saber de qué se tratan) a las militancias de “el odio a los hombres”,
“la envidia del pene” (y miren que soy fan del psicoanálisis), el deseo
de “dominar y controlar al sexo masculino”, “la avanzada de una bola
de mujeres viscerales y furiosas”, “las castradoras” (ustedes
disculpen, horrible palabra), “la negación de la ‘femineidad’”, “el
movimiento de las mal-cogidas” (ustedes disculpen, horrible expresión)
que lo único que necesitan para “calmarse” es un “verdadero hombre”, me
parece una dificultad (o incapacidad, de plano) para imaginar modos de
relación, vínculos humanos que no estén inscritos en la voluntad de
dominio. Como si tanto esfuerzo sólo se tratara de “voltear la
tortilla”. O domino, o me dominan.
Como una dificultad para imaginar modos de convivencia que no estén
inscritos en la lógica del “chingón”/”la chingona”. Siempre se “chinga”
a alguien/o algo, el “chingón”. O “chinga”, o “se lo chingan”, ¿acaso
la equidad y la negociación de lo que es justo resultaría impensable?
Ese sustantivo “chingón” y el verbo que se deriva de él, tan inscritos
en la rivalidad y en la necesidad –consciente o no- de denigrar al
otro, se utilizan en México como un halago. Como un verbo triunfante.
La “chingonería” es la reivindicación de la lógica de la voluntad de
dominio. ¿Por qué imaginar que lo único que las mujeres queremos es
“chingarnos” a los hombres? (¡Esta es la nuestra! ¡Duro contra ellos!)
como en esas canciones espeluznantes que canta Paquita la del Barrio, a
la que he escuchado catalogada como “feminista”? ¡Auch! Eso no se llama
feminismo, creo que más bien se llama hembrismo. Lo que deseamos, nos
conviene a todos: Relaciones equitativas. Minimizar los feminismos
definiéndolos como el deseo loco y sin freno de “convertir a los
hombres en seres sumisos para dominarlos”, me parece el equivalente a
afirmar que en la izquierda (y no me refiero a la izquierda de los
partidos en México hoy, sino a toda una tradición de pensamiento,
convicciones, activismo y acción, plagada de errores, como todo –su
historia es amplísima y muy larga- pero también de logros
fundamentales), son una bola de resentidos, violentos, oportunistas,
cuya única finalidad es convertirse en “patrones”.
Si siguiéramos esta manera reduccionista de pensar el orden social,
que aliena la experiencia humana en un continuo ejercicio de la
voluntad de dominio, los ecologistas –por ejemplo- lo único que
querrían sería defender los bosques, para apropiárselos. Quienes
trabajan –entonces- en el apoyo a migrantes no es que defiendan los más
elementales derechos humanos, sino que seguro maquinan cómo reclutarlos
en masa para explotarlos en sembradíos y fábricas clandestinas.
Que el abuso de poder exista en todo colectivo humano (la familia,
para comenzar con lo inmediato) no significa que sea el anhelo de
abusar lo que define ni el pensamiento, ni el trabajo de gran parte de
los movimientos o colectivos que defienden los derechos de las personas
a vivir en circunstancias justas y en una relación con la naturaleza
que se intente armoniosa. Necesitamos imaginar un mundo distinto, en
donde seamos capaces de tejer vínculos más equitativos y más justos.
¿Existen mujeres androfóbicas en los movimientos de mujeres? Es muy
probable que sí, ¿por qué no existirían allí como en todos lados?
También me las he encontrado en las universidades, los trabajos, la
parroquia a la que asistía cuando era religiosa, los salones de belleza
y mis clases de yoga. También en todos esos lugares una se tropieza con
mujeres misóginas. ¿Y luego?
El trabajo de las/los historiadoras/es feministas.
Los feminismos participan de este anhelo de justicia, es uno de sus
motores principales: Sin las/los compañeras/os que trabajan contra la
violencia –por ejemplo- es un hecho rotundo que la palabra
“feminicidio” no existiría, ni las leyes contra la discriminación y la
violencia hacia las mujeres, ni los centros de atención a mujeres
maltratadas, ni los refugios para mujeres en situación de violencia y
sus hijos. Las cifras que denuncian las realidades del feminicidio
tampoco existirían. Porque cada una de esas niñas, adolescentes y
mujeres desaparecidas y asesinadas flotaría en esa insoportable tierra
de nadie de la doble desaparición: la que les infligieron sus
secuestradores y asesinos, y las que les inflige el Estado. Como sucede
todos los días.
A pesar de la intensidad de las luchas.
Soy feminista y no creo que deje nunca de serlo. Primero, por la
enorme gratitud que guardo hacia las distintas olas y corrientes
feministas y a las decenas de miles de mujeres que se empeñaron –contra
todo- en la batalla por nuestros derechos más elementales. Con qué
naturalidad vivimos –desde ciertos medios- nuestros relativamente
recientes derechos. Pero millones de mexicanas no tienen acceso a esos
mismos “derechos”. Me dirán que millones de mexicanos tampoco, y es
cierto, los feminismos no excluyen ninguna otra forma de activismo, lo
que está comprobado, es que el ser humano más pobre, más violentado y
marginado en el más pobre de los municipios más violentados y
marginados, es una niña, una adolescente o una mujer. Segundo: Soy
feminista porque aunque mi anhelo sea tan distinto a la realidad que
constatamos todos los días, no creo que me alcance la vida para
encontrar ese punto en el que los feminismos me parezcan innecesarios.
Los feminismos (las mujeres y los hombres que los construyen)
recuperan y guardan la memoria de las mujeres. Sus escritos. La
participación femenina –silenciada- en los momentos históricos más
importantes. Recuperan el pensamiento femenino que ha atravesado los
siglos. La literatura, el arte creados por mujeres. La presencia
femenina en los distintos espacios. Las asociaciones que integran los
feminismos ofrecen talleres de sexualidad, acompañan a las mujeres
violadas, demandan guarderías. Recuperan liderazgos históricos y
promueven la formación de nuevos liderazgos. Participan en la
reivindicación de derechos laborales. Inciden en los cambios en la ley
y en las maneras de impartir justicia. Trabajan por el derecho de las
mujeres a decidir sobre su cuerpo, y a elegir libremente si quieren o
no ser madres, y de cuántos hijos/as quieren y pueden ser madres.
Reivindican la valorización social del trabajo doméstico -negado,
oculto- y la urgencia de compartirlo. Trabajan para apoyar la creación
de ciudadanía y los procesos de toma de conciencia de otras mujeres,
procesos de aprendizaje que siempre son de ida y vuelta, por supuesto.
Los feminismos analizan desde el activismo y desde la academia las
razones y sinrazones que han contribuido a las desigualdades entre los
sexos, desigualdad atravesada por otras desigualdades: raciales,
étnicas, de clase. Los feminismos defienden la libertad de cada ser
humano de amar y desear a quien ame y desee en el contexto de las
relaciones consensuadas. Los feminismos cuestionan– como la gota que
horada la piedra- los estereotipos que nos restringen a hombres y
mujeres como en camisa de fuerza.
No descalifiquemos a ciegas. No caricaturicemos sin asomarnos
tantito a los contenidos de una palabra que a veces se agita como un
espantajo. El feminismo no es el equivalente del machismo. Y escribo lo
anterior, no porque las feministas seamos seres frágiles y de
pielecitas muy delicadas (lo que también seguro somos a nuestras horas,
como todo el mundo) y me inquiete muchísimo proteger nuestros
ombliguitos, sino porque ridiculizar y reducir a los feminismos, es
hacerle el caldo gordo a quienes creen, defienden e imponen una lógica
de poder nutrida en el abuso y la legendaria “supremacía del más
fuerte”. ¿Hacia adentro de los feminismos también se dan estas lógicas
de poder de tradición tan masculina y allí la ejercen mujeres? Sin
duda, y hay que cuestionarlos y erradicarlos. Pero está claro que los
feminismos no son espacios de carmelitas descalzas, y hasta en ellos
–seguro- se cuecen habas.
Los feminismos no “excluyen a los hombres”, construyen con ellos y
cuando es necesario, a pesar de ellos. Pero los feminismos construidos
–sobre todo- por mujeres también trabajan e imaginan el futuro, a pesar
de cantidades de mujeres capaces de defender hasta la ignominia el
estatus de subalternas. La posición de ciudadanas de segunda. La
negación de los derechos más elementales: “Si le desaparecieron a su
hija fue porque usted no supo ser una buena madre, ¿por qué no la cuidó
señora?”, “si mi hijo corrige a mi nuera/nieta será porque se lo
merece”. “Regrésate con tu marido que a nuestra familia no la deshonra
una divorciada”. “Para qué quieren anticonceptivos, mejor que dejen de
andar de zorras”.
La misoginia no es –sólo- un asunto de cuerpos (hombre/mujer),
aunque se trata muchísimo de la manera en la que se aprehende,
interpreta y jerarquiza la diferencia entre los cuerpos.
La diferencia sexual.
Mapas mentales a transformar.
No, los feminismos no son discursos rudimentarios, ni acciones
viscerales y a rajatabla. Son reflexiones, acciones cotidianas,
debates, negociaciones, esfuerzos articulados por proponer y llevar a
la realidad maneras más justas de vivir para todas/os dentro de una
ética de la igualdad en las diferencias.
Y del inalienable derecho a la integridad física y emocional, a la dignidad y a la vida.
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