Miguel Concha
Debido al intercambio
de reflexiones y experiencias en distintos espacios a escala
internacional, diversas organizaciones sociales han sostenido que la
protesta social para generar transformaciones profundas se vuelve
fundamental en una época de franco retroceso en materia de derechos
humanos, ascenso de discursos de odio y endurecimiento de políticas de
seguridad en diversas regiones del mundo.
El pasado 4 de noviembre se dieron cita en Barcelona varias redes
internacionales de organizaciones y defensores de derechos humanos para
discutir sobre temas de seguridad, activismo y derechos humanos. Entre
estas experiencias resultó interesante explorar los esfuerzos que se
hacen en diferentes regiones y países para hacer frente al modelo
hegemónico de seguridad, el cual provoca serias violaciones a derechos y
la criminalización de quienes individual o colectivamente disienten de
un modelo económico impuesto por décadas, y que nos coloca en una crisis
que pareciera no tener fin.
Convocadas por la Campaña Defender a quien Defiende, integrada por
movimientos y organizaciones sociales, periodistas y comunicadores, así
como por grupos de investigación, abogados y juristas que hacen
mayormente su trabajo en España, acudieron a la cita agrupaciones de
esta coalición, al igual que integrantes del Frente por la Libertad de
Expresión y la Protesta Social (FLEPS), que trabaja en México, y la
Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, con
presencia en México y Centroamérica, entre otros.
Las reflexiones entretejidas expuestas nos ofrecen algunos puntos de
convergencia que ayudan a diagnosticar y ampliar panoramas sobre lo que
sucede en esta época. En diversos países se ha documentado la
construcción de andamiajes legales encaminados a controlar a la
población y desmantelar los ejercicios de protesta en espacios públicos.
Un ejemplo paradigmático de este tipo es la Ley de Seguridad Ciudadana,
conocida como ley mordaza, impuesta en España, que desde su
implementación ha demostrado cómo la simple enunciación de seguridad
ciudadana –y la supuesta intención del Estado de proteger derechos
humanos– no basta cuando no se transforma culturalmente y de fondo la
estructura habilitada para generar seguridad en determinadas
jurisdicciones.
En voz de las propias organizaciones que han hecho frente a esta ley
del Estado español, se trata de un mecanismo legal, aunado también con
otros de naturaleza administrativa o penal, para preservar un modelo
neoliberal y controlar a la población que se opone a las decisiones que
toman los gobiernos y ve afectados sus derechos, principalmente los
sociales. Además, habilita el uso de la fuerza pública en contra de
aquellos grupos
indeseablesal proyecto de nación cimentado en el neoliberalismo, impregnado de un discurso de combate al terrorismo.
Por otro lado, es evidente que la concepción del espacio público en
diversos países está fundamentada en procesos de securitización que
provocan la instalación de modelos de seguridad que invaden la vida
cotidiana e íntima de la sociedad, con los que, más grave aún, los
estados, supuestamente en aras de brindar seguridad, aplastan las
libertades fundamentales de las personas y pueblos. Con el afán de
generar esa seguridad, que no es ciudadana, en México y en gran parte de
América Latina se han impuesto políticas y acciones de gobierno más
bien militarizadas, derivadas de la construcción mediática y política de
la mal llamada guerra contra el narcotráfico y la delincuencia
organizada, que han desembocado en la participación de cuerpos militares
en asuntos de seguridad pública.
Estas reflexiones se ampliaron también en otros intercambios
internacionales que en su momento convocó el FLEPS los días 10 y 11 de
octubre en la Ciudad de México, en relación con el espacio público, la
protesta social y la participación democrática. En esa ocasión
representantes de organizaciones de Argentina, Colombia, Perú, España y
México coincidieron en que el endurecimiento de un modelo de seguridad
contrario a derechos humanos se vislumbra como un problema global, ya
que la toma de los espacios públicos para protestar, como sucedió en las primaveras
árabes, los procesos del 15-M en España, el Occupy Wall Street en
Estados Unidos, el movimiento #YoSoy132, o en las acciones de protesta
del primero de diciembre de 2012 en México, hizo que los estados vieran
ahora como riesgo y amenaza para la seguridad interior el surgimiento de
grupos organizados que salen a las calles a protestar y se oponen
directamente al avance de políticas de Estado y actividades de empresas
que violentan sistemáticamente sus derechos, bienes comunes y
territorios.
En los diversos diálogos sostenidos por las organizaciones sociales
fue evidente que el modelo actual de seguridad nos obliga a repensar las
formas en que las personas y pueblos pueden luchar por sus propios
espacios seguros, por ejemplo, en las manifestaciones y reuniones
públicas, cuando es sabido que el uso de la fuerza se dirige a impedir o
inhibir la realización de esas protestas y expresiones en espacios
públicos.
La exigencia de la construcción de una auténtica seguridad ciudadana
pasa ciertamente por el reacomodo de los marcos legales y la formación y
actuación desde otra óptica de los agentes del Estado, pero sobre todo
por la promoción de los derechos que las personas y los colectivos
tienen, y su pleno cumplimiento. No es menos importante que en la
construcción de una real seguridad ciudadana pensemos en la diversidad
de grupos vulnerabilizados que merecen especial atención, así como en
contar con una mirada transversal de género que posibilite a las mujeres
mayor participación en la construcción de modelos y procesos de
seguridad que respeten la vida, la integridad y los derechos humanos.
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