Jorge Santibáñez*
Hace unos días, el presidente
estadunidense declaró zona de emergencia nacional la frontera con
México. Se trata esencialmente de una artimaña para conseguir y desviar
recursos para la construcción del muro en esa zona tal y como lo
prometió en campaña, en donde también dijo que lo pagaría México.
Tanto la declaratoria mencionada como el muro, son interpretados por
el gobierno mexicano como un asunto estrictamente interno de Estados
Unidos (EU) en el cual no deberíamos meternos. Total, ellos pueden
construir en su territorio, con sus recursos, lo que les dé la gana y
obtenerlos mediante los mecanismos que su marco legal les permita. No es
un asunto nuestro, y quienes piden en México que el Presidente se
manifieste, lo hacen para tenderle una trampa. Sin embargo, el
mandatario mexicano y quienes sostienen esta perspectiva se equivocan.
De entrada, hay un tema de carácter conceptual. La treintena de
emergencias nacionales estadunidenses vigentes se han declarado para
detener situaciones que representan una amenaza, un riesgo inminente y
masivo para EU. Sólo para dimensionar el significado y saber en qué
paquete de países nos coloca esta situación, Bush la declaró cuando los
ataques terroristas de septiembre de 2001, Clinton cuando el embargo a
Cuba y Obama cuando la epidemia de la influenza AH1N1. Leído así, la
declaratoria querría decir que la frontera con México es una zona de
riesgo para EU y que con su silencio México acepta esta perspectiva. Ese
ya no es un asunto sólo estadunidense.
Los argumentos de Trump para hacer esta declaratoria se refieren a
que por esa frontera ingresan enemigos de Estados Unidos. Drogas,
delincuentes, enfermedades y migrantes ilegales –así, en el mismo saco.
Nada de eso es cierto y en consecuencia el muro no detendría a ninguno
de estos
agentes de riesgo, pero eso a Trump no le importa porque para él lo políticamente rentable es lo que sus seguidores y algunos más creen, sin considerar datos duros, investigaciones o información de sus propias agencias que demuestran lo contrario.
No se necesita ser estudioso del tema para concluir que esta visión, a
la que el silencio mexicano contribuye, estigmatiza negativamente a
México y en particular a los mexicanos en EU, que los presenta como
delincuentes, criminales y traficantes de drogas. A Trump y a sus
seguidores poco importan los estudios que demuestran que la tasa de
incidencia delictiva de los migrantes indocumentados es mucho menor que
la de otros grupos, particularmente la de nativos estadunidenses o que
sólo uno de cada 10 mexicanos en EU es
ilegal.
Lo que Trump quiere establecer y lo logra con relativo éxito es que
todo migrante indocumentado es un riesgo para su país, que la mayoría
son delincuentes, que todos entran por México y que la mayoría son
mexicanos. Trump contribuye así a la normalización y justificación de la
discriminación y estigmatización de los mexicanos en Estados Unidos. O
sea, sí es un asunto que compete a México.
¿De verdad nos vamos a quedar callados? Y que conste que no estoy
sugiriendo que nuestro Presidente se envuelva en la bandera nacional e
insulte a Trump –por más ganas que nos den–, ni tampoco que se enganche
en el tema del muro o de la declaratoria de emergencia.
AMLO podría salir a decir, con los datos en la mano, de frente, como
él acostumbra, abiertamente; que la frontera no es un riesgo para nadie,
que hay factores positivos y negativos de ambos lados, que los
mexicanos que viven en EU trabajan y producen desarrollo y riqueza y que
no son delincuentes.
Podría instruir a su secretario de Relaciones Exteriores para que,
entre otras cosas, desarrolle una campaña amplia de información en el
país vecino, dirigida a la sociedad estadunidense y a sus actores
relevantes, que muestre las aportaciones de los mexicanos en Estados
Unidos. AMLO tiene la autoridad moral y el respaldo en México para
hacerlo.
AMLO ha dicho que la migración terminará cuando nadie tenga necesidad
de irse. Teóricamente es correcto, pero desafortunadamente para México
llega tarde. Los que se iban a ir ya se fueron, no van a regresar y bien
haríamos en contribuir a que vivan en mejores condiciones y no sean
vistos como delincuentes o como un riesgo para las sociedades de
llegada.
También ha dicho que convertirá a los consulados en espacios de
protección de los mexicanos en Estados Unidos. Eso está muy bien y los
consulados ya lo hacen con un profesionalismo que quisiéramos de todos
los servidores públicos en México. Pero en el mejor de los casos ayudará
a 5 millones de los 36 millones de mexicanos que viven en Estados
Unidos. Los otros 31 millones no necesitan protección, lo que requieren
son oportunidades de desarrollo, mayor acceso a servicios educativos y
de salud, a oportunidades de negocio.
Lo último que esperan esos mexicanos es un Presidente que se esconda
en el argumento de la no intromisión para quedarse callado y no dar la
cara por ellos. Esta es una buena oportunidad para no hacerlo.
* Presidente de Mexa Institute
Twitter: @mexainstitute
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