Arte y Tiempo
Raúl Díaz
Cuarenta años después de su estreno en Londres, en 1978, llega al país Recámaras,
obra del reconocido dramaturgo inglés contemporáneo Alan Ayckbourn. Es
un juego que abre las puertas de estos espacios y pone al descubierto lo
que ocurre en su interior. No es, como alguna publicidad la presenta,
una
comedia de enredos. Aunque por el tono sí es comedia, por su contenido es más bien melodrama, ya que lo que nos cuenta no interesa a los directamente involucrados ni va más allá de ellos.
Al fondo del escenario hay una pared con 11 puertas que dan acceso y
salida a tres recámaras matrimoniales situadas en proscenio izquierda,
centro y derecha. En cada una habrán de mostrarse las pequeñas e
intrascendentes vicisitudes que cada matrimonio –uno de adultos y dos de
jóvenes recién casados– viven en una noche. Una cuarta pareja, cuya
recámara no aparece, sirve de hilo conductor de las acciones que
hilvanan a los tres matrimonios.
Amigos de tiempo atrás, las tres parejas cuyas recámaras se muestran,
sufren la auténtica, aunque no mal intencionada, embestida de la
cuarta, compuesta por desadaptados que, más que eso, parecen
descerebrados. Tanto, que jamás se enteran de las serias molestias que
su irrupción provoca en la vida de los otros.
Los perfiles, pues, tanto de estos como de los otros seis personajes
están dramatúrgicamente bien logrados. El autor plantea acertadamente el
dibujo de una pareja adulta con ya largos años de matrimonio, y de las
otras que inician la vida conyugal con todos los errores y aciertos que
esto conlleva y, claro, con ellos, una serie de situaciones chuscas que,
efectivamente, en mayor o menor medida todos hemos vivido alguna vez
con nuestro particular consorte.
No se trata entonces de una comedia melodramática totalmente
deleznable. Sus personajes, hechos, circunstancias y diálogos están bien
construidos; la escenografía, sencilla y práctica de Jorge Kuri
Neumann, cumple a cabalidad su cometido, igual que su iluminación,
también el vestuario de Tolita y María Figueroa (legendarias en esto) e
igualmente la música de Chas. Acertada en general es la dirección de Otto Minera; sin embargo, la presentación de Recámaras no es redonda ni mucho menos, ¿por qué?
Porque hay una falla fundamental: el trabajo actoral.
De los ocho actores y actrices en escena, dos están bien, el
matrimonio adulto; dos cumplen, no realizan una actuación de premio pero
llenan el cometido, y cuatro, francamente mal, sin ninguna verdad
escénica.
Con la mala costumbre que se está poniendo de moda de que en los
programas de mano no se especifica quién interpreta qué personaje, sino
simplemente se pone el nombre de los participantes. No puedo
personalizar mis señalamientos y sólo puedo agregar a lo dicho sobre el
matrimonio adulto, que quienes le siguen en eficacia son los de la
recámara del centro. Los de la derecha están mal, pero es pésima la
cuarta pareja, la irruptora. En tanto es la única que realmente
interactúa con las demás y provoca situaciones, debiera estar integrada
por actores que supieran desarrollar un trabajo de calidad que no
ensombreciera el texto ni el trabajo de sus compañeros. La escogencia de
actores le falló aquí al buen director que es Minera, si es que fue él
quien los eligió. Si le fueron impuestos por los productores pues… nada
que hacer.
Comedia regular con puesta en escena igualmente regular, Recámaras se está presentando en el teatro El Galeón al que ahora se agrega, muy merecidamente, el nombre de Abraham Oceransky.
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