La Jornada
En la terminología que describe en términos jurídicos los atentados cometidos contra la integridad y la libertad de las personas, la palabra
desaparecidoocupa un lastimoso lugar de privilegio. Fue Jorge Rafael Videla, un militar argentino de quien se guarda funesta memoria, que en 1979 definió públicamente esa calidad:
Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X. Si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tendría un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener un trato especial. No tiene entidad. No está muerto. No está vivo. Está desaparecido.
La tétrica fórmula fue rápidamente asumida en muchos países, no sólo
de América Latina sino de otras regiones del mundo, y las víctimas de la
atroz práctica de secuestrar personas, asesinarlas la mayoría de las
veces y ocultar sus restos pasaron a ser eufemísticamente llamadas
desaparecidas, como si la gente pudiera repentinamente dejar de ser y de estar sin que quede ningún testimonio físico de su existencia.
En México, el fenómeno de las desapariciones tiene, como es sabido,
una larga y penosa historia, pese a lo cual fue apenas a finales de 2017
cuando se promulgó una ley sobre la materia y su correlato obligado: la
búsqueda de los desaparecidos. Pero a 16 meses de creada la Ley General
en Materia de Desaparición Forzada de Personas, Desaparición Cometida
por Particulares y el Sistema Nacional de Búsqueda de Personas (tal es
su nombre completo), un registro oficial da cuenta de que en el
territorio nacional más de 40 mil personas figuran como desaparecidas,
aun cuando las cifras de las organizaciones de familiares de las mismas
superan, aunque no concuerden entre sí, ampliamente ese número.
El Sistema Nacional de Búsqueda de Personas (SNBP) fue formalmente
instalado en octubre pasado con el propósito explícito de armonizar
recursos del Estado para ubicar a los desaparecidos, establecer medidas
para prevenir y evitar las desapariciones, posibilitar la justicia y
reparar los daños. Sus integrantes dispondrían de un programa nacional
de búsqueda y localización diseñado para esos fines. Pero en la práctica
el programa, si de veras existió, nunca fue dado a conocer masivamente y
el propio sistema permaneció como un sello más, mientras miles de
hombres y mujeres a lo largo y ancho del país continuaban su peregrinaje
por distintas instancias gubernamentales, con la esperanza de encontrar
a padres, hijos, hermanos, parientes o amigos ausentes cuyos nombres
engrosan las extensas listas (oficiales y no) de los desaparecidos en
México.
Frente al panorama descrito, resultó por lo menos alentador que el nuevo gobierno decidiera
relanzar(lo que en este caso viene a significar poner efectivamente en marcha) el SNBP y darle impulso a la Comisión Nacional de Búsqueda, a la que desde su creación le asignaron más funciones que recursos y no obtuvo resultados apreciables. En este contexto, el exhorto que la nueva titular de este organismo, Karla Quintana, hizo a los gobernadores de los estados para que conjuntamente con el gobierno federal garanticen que el sistema de investigación funcione de una buena vez despierta una nueva expectativa para quienes, luchando contra la burocracia, la indiferencia y el olvido, caminan el país en busca de sus desaparecidos.
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