1. Por lo menos 15 minutos oí ladrar a mi perro –el viejo “Mota”- pensando en que alguna persona hablaba en la puerta. Me asomé varias veces buscando el motivo de los permanentes ladridos y no encontré la causa. Pensé que era una nueva forma de avisar de que algo necesitaba. De pronto vi que a 20 centímetros de él estaba –separado por el alambrado de la reja- un pequeño gato de una semana o 15 días de vida. Usé la escoba para separarlos y ninguno me hizo caso; el más terco era el gatito que venía de la calle; por más que grité, les di órdenes y con la escoba traté de ahuyentarlos, pero los retos del pequeño eran mayores.
2. El gatito se desesperó más y subió por los barrotes de la reja mientras el viejo “Mota” buscaba derribarlo; quizá era el momento para que yo, mediante un escobazo pude evitar que le den un manotazo, tal como sucedió. Yo que estaba por la calle corrí al patio para auxiliar al pobre e ingenuo gatito. El perro estaba tan enojado que en menos de cuatro metros de llevarlo entre sus terribles caninos, lo mató. Pensé: ¿Qué se estaban diciendo en sus retos que los dos animales nunca me hicieron caso a pesar que con la escoba quise separarlos? A pesar de haber vivido mis primeros 11 años en el campo jamás aprendí a tratar a los animales.
3. Toda mi pinche vida fui antigobierno, antiEstado, anticapitalista, pero nunca enfrenté individualmente el poder. Nunca llegué a la confrontación personal con nadie; por el contrario, respeté a todos y no hice caso a provocación personal alguna. Pero cuando se trataba de lucha de clases, de protestas, de huelgas, de batallas, siempre estuve al frente de ellas. El gatito era un suicida, inexperto, tontito, porque se enfrentó sólo contra un perrote dispuesto a asesinarlo. Creo que el gato debió reunir a una docena de gatitos, con las uñas bien afiladas, para lanzarse contra el enemigo. A mi viejo perro no puedo despedirlo ni encarcelar por asesino. No es expresidente de México. (27/V/19)
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