Astillero
Julio Hernández López
Julio Hernández López
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
■ Histerias líquidas
■ Coparmex, catastrofista
■ En defensa de Nerón
■ Histerias líquidas
■ Coparmex, catastrofista
■ En defensa de Nerón
Resulta grotesco el esfuerzo de la administración felipista por hacerse de un chivo expiatorio de altísimo nivel para intentar la justificación de la crisis de gobierno que frente a la económica están protagonizando tanto el ocupante precarista de Los Pinos como su tragicómico gabinete políticamente enano.
Luego de los ataques porriles de los secretarios Lozano y Cárdenas contra el villano Carlos Slim, el ocupante precarista de Los Pinos habló ayer con aire despechado de la obligación cívica de “apoyar a México” (es decir, a las políticas fallidas del felipismo) que deben practicar todos pero, en especial, “quienes más hemos recibido de esta gran nación” (le faltó agregar: “y quienes tengan de novia a una reina jordana”). Los aires peleoneros del michoacano administrativamente pasajero tienen un tufo de emotividad insatisfecha que resulta preocupante por cuanto revelan el talante que puede asumir un hombre que formalmente tiene los hilos del poder frente a un opinante de talla extragrande y deducir a partir de esas histerias mal tratadas lo que el panista “de mecha corta” puede ordenar o ejecutar contra adversarios sin poderío económico y con acceso limitado y envenenado a los medios de comunicación.
Luego de los ataques porriles de los secretarios Lozano y Cárdenas contra el villano Carlos Slim, el ocupante precarista de Los Pinos habló ayer con aire despechado de la obligación cívica de “apoyar a México” (es decir, a las políticas fallidas del felipismo) que deben practicar todos pero, en especial, “quienes más hemos recibido de esta gran nación” (le faltó agregar: “y quienes tengan de novia a una reina jordana”). Los aires peleoneros del michoacano administrativamente pasajero tienen un tufo de emotividad insatisfecha que resulta preocupante por cuanto revelan el talante que puede asumir un hombre que formalmente tiene los hilos del poder frente a un opinante de talla extragrande y deducir a partir de esas histerias mal tratadas lo que el panista “de mecha corta” puede ordenar o ejecutar contra adversarios sin poderío económico y con acceso limitado y envenenado a los medios de comunicación.
Discurseando para Slim, aunque sin nombrarlo, el hombre que debería guardar equilibrio y mesura, pues la lancha común está en riesgo y lo que menos conviene es un pleito de intereses particulares a bordo, dijo que “lo importante en México no es ver quién genera el pronóstico más grave o infunde el mayor temor”, sino lo que cada quien hace desde su trinchera. Por lo pronto, lo que el emberrinchado Felipe no está haciendo es entender el pleno derecho que asiste a los ciudadanos de analizar la situación económica nacional y emitir las conclusiones a que su libre criterio les lleve, sin tener que ajustarse a los dictados oficiales que pretenden ver las cosas de cierta manera. El ciudadano Slim tiene derecho como el que más a decir lo que piensa y propone, más allá de que su fortuna se haya multiplicado escandalosamente a la sombra de los gobiernos priístas, pero también de los panistas, y de que sus palabras recientes formen parte del forcejeo creciente con la administración felipista a causa de insatisfacciones empresariales y presiones en busca de más beneficios concesionados. Calderón no tiene autoridad moral para descalificar a última hora a un empresario que como muchos otros ha acumulado riqueza a costa de un régimen de complicidades y maniobras y que ahora pretende ser llevado al paredón mediático por tener un diagnóstico de la conducción económica distinto del que de manera cambiante han ido manejando Felipe y sus empleados directos. Nada ha hecho el condómino de Los Pinos por enfrentar esos poderes empresariales, sino incrementarlos y favorecerlos, de tal manera que sus riñas contra uno de ellos, el que simboliza el drama criminal de la terriblemente injusta distribución de la riqueza en México, no son sino parte del coqueteo electoral con Televisa y de los reacomodos de poder en los que Salinas y Zedillo van tomando más porciones del pastel nacional ante la catástrofe de lo que ha acabado como un gobierno líquido.
Astillas
El presidente de la Coparmex, Ricardo González Sada, se suma a la nómina de los catastrofistas, con un mensaje difundido en video cuyo título es “No hay 2010 si no salimos bien del 2009”. El líder patronal considera insuficiente lo que está haciendo el gobierno federal en materia de apoyo a las empresas, habla de que la situación está “al rojo vivo”, considera que urge tomar medidas con rapidez y que las perspectivas empeoran. Incluso, en el video fechado el pasado 9 (www.coparmex.org.mx/ nuevositio/videoStream/rgs_0101.htm) se plantea metafóricamente de qué servirá que el gobierno guarde el agua actualmente disponible para apagar dentro de 10 o 12 meses el incendio de hoy: “Nadie quiere llegar al 2010 con solvencia relativa en el erario pero con una situación ya complicada desde el punto de vista social”. Con el agravante de que hay un “laberinto lleno de obstáculos por el que tienen que aterrizarse” los recursos destinados a apoyos relacionados con la crisis, y que “la burocracia” encargada de esos procesos “está peor que nunca”. El representante de los empleadores del país habla de los muchos “buenos deseos” gubernamentales que no pasan de allí y pide que haya “visión de Estado, pero también sentido de urgencia”... Desde la Universidad Autónoma de Nayarit, donde es catedrático, Salvador Mancillas comparte la anterior entrega de esta columna, titulada Nerón toca la lira, pero se pregunta “qué culpa tiene aquel emperador romano para que se le difame con tamaña comparación. Te recuerdo que la historiografía de hoy considera su responsabilidad en el incendio de Roma un mito alentado por sus enemigos. Las investigaciones apuntan más bien a que el emperador-artista fue un buen gobernante, por lo menos sensato, durante el tiempo en que estuvo lúcido: sus desarreglos mentales posteriores, según consideran los especialistas de hoy con serio fundamento, se atribuyen con cierta probabilidad a algún mal hereditario, ya que otros miembros de su línea familiar (Calígula, por ejemplo) también mostraron ese tipo de ‘desarreglos’. Nerón enfrentó crisis severas, como la del propio incendio; pero mientras estuvo sano, no le dio por culpar a otros ni de acusar de pesimistas a los adversarios, sino que actuó con razonable pertinencia e, inclusive, protegió a los más desamparados”... En el diario Noroeste, de Culiacán, se publicó que “en medio de la crisis económica, en el Congreso local los diputados se repartieron casi 1.4 millones de pesos que les ‘sobró’ del presupuesto de 2008” aunque, sensibles a los problemas de la gente, los legisladores etiquetaron la salida de esos recursos como “apoyo extraordinario de gestoría social”... Y, mientras una Corta salva a Peña Nieto de una Suprema quemada justiciera, ¡hasta mañana, en esta columna que ya ve (provisionalmente) agarraditos de la mano al IFE y los grandes medios electrónicos!
Dinero
Enrique Galván Ochoa
Enrique Galván Ochoa
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■ La generosa ayuda a los desempleados
■ Bancomer: difícil, que resucite el peso
■ Catastrofismos
■ La generosa ayuda a los desempleados
■ Bancomer: difícil, que resucite el peso
■ Catastrofismos
Los datos que el presidente de la Asociación Mexicana de Administradoras de Fondos para el Retiro, Eduardo Silva, dio a conocer ayer en el foro del Senado, revelan injusticia, saqueo, impunidad y buena dosis de cinismo. Dijo que durante 2008 –cito a Notimex– los trabajadores dispusieron de 2 mil 100 millones de pesos de su cuenta de ahorro para el retiro a fin de enfrentar el desempleo. Parece impresionante, un gran apoyo para sus clientes que se quedaron sin chamba. Agregó otro dato: fueron distribuidos entre 600 mil trabajadores. Una división simple arroja como resultado que cada uno recibió en promedio ¡3,500 pesos! La reforma a la ley que envió el Ejecutivo federal al Congreso para ampliar los límites en los que un trabajador puede retirar el dinero del que es legítimo dueño primero fue consultada al poderoso grupo de las afores, a fin de que sus intereses no fueran afectados.
La salida de capitales
Bancomer hizo un análisis muy fundamentado sobre la situación del peso. Para comenzar, dice que de acuerdo con sus valoraciones debería tener hoy en día un tipo de cambio entre $12.50 y $13.50. El problema es que ha rozado los $15 y ayer el propio Bancomer lo vendía a $14.54. La causa de esta devaluación –dicen los analistas de Bancomer– es la “elevada aversión al riesgo de parte de los inversionistas y la salida de flujos”. Esto de la salida de flujos es lo que se conoce coloquialmente como fuga de capitales. Entre mayo y octubre del año pasado –recordemos que fue en octubre cuando tronó el superpeso– habían salido del país 50 mil millones de dólares, y la hemorragia no se detiene. Conclusión: si la fuga de capitales se revirtiera, el peso debería apreciarse gradualmente, pero el riesgo es de un peso más depreciado en los próximos meses. ¿Hasta dónde es prudente que el gobierno mexicano siga sacrificando la reserva internacional? Es como el gato que quiere alcanzar su propia cola.
Autodefensa
No hubo ningún cúpulo que saliera en su defensa –son socios, proveedores o clientes de alguna de las empresas de Carlos Slim y no quieren meterse en problemas–, y la que intentaron algunos miembros de su gabinete, entre ellos Javier Lozano Alarcón, no resultaó efectiva, así que Felipe Calderón tuvo que brincar al ruedo. Con tono conciliador le dijo a Slim –sin mencionar su nombre, claro– “que lo importante no es ver quién genera el pronóstico más grave (de la crisis) o quién es capaz de infundir el mayor temor entre los mexicanos, sino qué es lo que cada quien, desde su trinchera y desde su responsabilidad, puede hacer por México para enfrentarla”. De lo que se deduce que hay cuando menos dos tipos de catastrofistas: los buenos, si te ayudan a infundir temor a la población para que llegues a la Presidencia, y los malos, si no cooperan a ocultar el temor de que el resultado fue una catástrofe.
e@Vox Populi
Asunto: si hubiera sido mexicano
Te envío este pensamiento de Albert Einstein: “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas y países, porque la crisis trae progresos. Quien supera la crisis, se supera a sí mismo, sin quedar ‘superado’.”
Fausto Ramírez/ Distrito Federal
R: Si Einstein hubiera nacido en México y lo pesca una devaluación, o una balacera, también hubiera sido catastrofista.
La salida de capitales
Bancomer hizo un análisis muy fundamentado sobre la situación del peso. Para comenzar, dice que de acuerdo con sus valoraciones debería tener hoy en día un tipo de cambio entre $12.50 y $13.50. El problema es que ha rozado los $15 y ayer el propio Bancomer lo vendía a $14.54. La causa de esta devaluación –dicen los analistas de Bancomer– es la “elevada aversión al riesgo de parte de los inversionistas y la salida de flujos”. Esto de la salida de flujos es lo que se conoce coloquialmente como fuga de capitales. Entre mayo y octubre del año pasado –recordemos que fue en octubre cuando tronó el superpeso– habían salido del país 50 mil millones de dólares, y la hemorragia no se detiene. Conclusión: si la fuga de capitales se revirtiera, el peso debería apreciarse gradualmente, pero el riesgo es de un peso más depreciado en los próximos meses. ¿Hasta dónde es prudente que el gobierno mexicano siga sacrificando la reserva internacional? Es como el gato que quiere alcanzar su propia cola.
Autodefensa
No hubo ningún cúpulo que saliera en su defensa –son socios, proveedores o clientes de alguna de las empresas de Carlos Slim y no quieren meterse en problemas–, y la que intentaron algunos miembros de su gabinete, entre ellos Javier Lozano Alarcón, no resultaó efectiva, así que Felipe Calderón tuvo que brincar al ruedo. Con tono conciliador le dijo a Slim –sin mencionar su nombre, claro– “que lo importante no es ver quién genera el pronóstico más grave (de la crisis) o quién es capaz de infundir el mayor temor entre los mexicanos, sino qué es lo que cada quien, desde su trinchera y desde su responsabilidad, puede hacer por México para enfrentarla”. De lo que se deduce que hay cuando menos dos tipos de catastrofistas: los buenos, si te ayudan a infundir temor a la población para que llegues a la Presidencia, y los malos, si no cooperan a ocultar el temor de que el resultado fue una catástrofe.
e@Vox Populi
Asunto: si hubiera sido mexicano
Te envío este pensamiento de Albert Einstein: “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas y países, porque la crisis trae progresos. Quien supera la crisis, se supera a sí mismo, sin quedar ‘superado’.”
Fausto Ramírez/ Distrito Federal
R: Si Einstein hubiera nacido en México y lo pesca una devaluación, o una balacera, también hubiera sido catastrofista.
México SA
Carlos Fernández-Vega
Carlos Fernández-Vega
Dice el subsecretario de Hacienda, Alejandro Werner, que 2009 será un año “difícil” en materia de empleo, pero no como en las crisis 1982 y 1995. Si bien reconoce que existe una situación delicada en materia de generación de empleo, es tal su certidumbre que pide “no exagerar las cifras”.
Pues bien, qué bueno que existe el ánimo de “no exagerar”, porque en un rápido recuento queda claro que alrededor de 3.7 millones de mexicanos están a la caza de un empleo (de ellos 2.5 desempleados y 1.2 que en 2009 por primera vez ingresan al mercado laboral), independientemente de que cerca de 12 millones de personas sobreviven en el sector informal de la economía y 3.5 millones adicionales forman parte del ejército de subocupados, según cifras oficiales.
Mientras esos 19.2 millones de desesperados mexicanos de plano no ven por dónde puedan resolver sus urgencias inmediatas, el inquilino de Los Pinos –ahora conocido como el Kennedy mochoacano– dice dar respuesta a la delicada situación laboral en el país. ¿Cómo? Sencillo: se firma un “acuerdo en favor de la economía familiar y el empleo” y para tal fin se destinan 2 mil millones de pesos, los cuales, siempre en el hipotético caso de que tal acuerdo funcione (basta recordar el fracasado “Programa del Primer Empleo”, puesto en marcha al inicio de su administración) y los dineros terminen donde se planearon, permitirían evitar la cancelación de sólo 500 mil puestos de trabajo, es decir, plazas ya creadas. Esa cifra no incluye a los mexicanos expulsados de su tierra, que, según reciente información del partido tricolor, sólo en 2008 sumaron 700 mil.
Se puede exagerar para uno u otro lado, y todo apunta a que el gobierno federal lo hace para el suyo, porque finalmente lo que vive el país no es una simple guerra de declaraciones y estimaciones entre “catastrofistas” y “optimistas”, sino una lacerante realidad que debe afrontarse con hechos, no con discursos ni exhortos, por medio de los cuales no se llega a ninguna parte, como ha quedado demostrado. Los discursos y los exhortos no han evitado, por ejemplo, que el tipo de cambio roce los 15 por uno, ni que el desempleo se incremente a paso veloz; mucho menos han detenido la caída en picada de la economía, no han liberado el crédito al sector productivo ni sorteado que la producción industrial esté por el suelo, sino es que debajo de él. Tampoco que el “catarrito” y la “gripa” terminaran en lo que todos, menos el gobierno, de tiempo atrás venían venir.
Además, lo anterior no es sólo producto de la nueva crisis, que es “externa” (Calderón y jilgueros dixit), sino el resultado de años y años de decisiones equivocadas, excesos, “olvidos” y demás yerros de una cadena de “gobiernos” que lo menos que han visto es por el interés nacional. Lo dijo bien el recientemente defenestrado “hombre más importante del país” (Lozano dixit), Carlos Slim, en su reciente participación en el foro senatorial: “apena que desde 1982, después de la gran crisis de la deuda externa, hayamos crecido cero en términos per cápita; no es mediocre, es cero, es peor que mediocre, sobre todo si tomamos en cuenta la población que se ha expulsado, es cero por ciento, incluyendo a los mexicanos que han tenido que irse por no encontrar posibilidades de trabajo en este país”. ¿“Exagera” este “agorero del desastre”? Basta recordar que, según cifras oficiales, a lo largo del sexenio del “cambio” un mexicano por minuto obligadamente salió del país por razones económicas.
Y por si fuera poco, brinca a la palestra otro “catastrofista” de primer nivel, éste del ámbito académico: “hay que reconocer la dimensión de la crisis para plantear las mejores soluciones. En mi perspectiva no se trata de un estado de ánimo; no es un asunto de ver quién es catastrofista y quién es optimista. Se trata de resolver los asuntos, de actuar con realismo, de reconocer la dimensión de los problemas y de hacer el planteamiento de las mejores soluciones” (José Narro, rector de la UNAM).
Pero bueno, el hecho es que el subsecretario de Hacienda asegura que en materia de empleo 2009 será un año “difícil”, pero no como en las crisis 1982 y 1995. Según Miguel de la Madrid (I informe de gobierno, 1983) en el último año del sexenio lópezportillista “la crisis estaba deteriorando los niveles de ocupación: no solamente se dejó de absorber a la nueva población que se incorporaba al mercado laboral, sino que muchos de los que estaban empleados perdieron sus fuentes de trabajo. El desempleo abierto subió en 1982, de 4 a 8 por ciento. Mantener la tendencia hubiera significado un problema social de dimensiones insospechadas” (cualquier parecido con la actualidad no es mera coincidencia). En aquel entonces, alrededor de 800 mil mexicanos demandaban anualmente un empleo nuevo; ahora suman cerca de 1.2 millones.
Sin embargo, si se atiende a lo que documenta el Banco de México en 1982 “el número promedio de puestos remunerados en la economía se redujo 0.8 por ciento. Esta caída en el nivel de ocupación contrasta con el dinámico proceso de generación de empleos registrado durante los últimos cuatro años, que fue de 5.4 por ciento”.
Para 1995, el propio Banco de México documentó que “en el primer trimestre de 1995, la tasa (oficial) de desempleo abierto se ubicó en 5.2 por ciento y alcanzó su nivel más alto de 7.6 por ciento en agosto. A partir de ahí comenzó una disminución gradual, para cerrar en diciembre a un nivel de 5.5 por ciento”. En el México de 2009, igual tasa de desempleo roza 5 por ciento.
De acuerdo con la misma fuente, en 2001 (primer año de Fox) la recesión costó una caída de 0.3 por ciento del PIB y la cancelación de 358 mil empleos formales en el año. Al finalizar el periodo, la tasa oficial de desempleo fue de 2.5 por ciento de la PEA, es decir, la mitad de la hoy registrada, amén de que de noviembre de 2008 a enero de 2009 se cancelaron más de 541 mil empleos formales (3.8 por ciento del registro de empleo en el IMSS), y con la perspectiva de que la economía mexicana se desplome. Entonces, “no exageren”.
Las rebanadas del pastel
Mientras los banqueros se lavan las manos del asalto a las reservas internacionales y la fuga de capitales, la lectoría comenta el punto: “a todo servidor público la Ley de Responsabilidades le exige rendir cuentas de los fondos utilizados y explicar en qué se ocuparon. Vaya, incluso a los partidos políticos se les pide absoluta transparencia en el uso de los recursos públicos ministrados. ¿Por qué no les exige el Congreso al jefe del Ejecutivo y a su secretario Carstens que rindan cuentas de los recursos del erario que fueron utilizados (¡que son sólo 20 mil millones de dólares!), o enjuiciarlos si no se apegan a la ley? Por cierto, el supuesto gerente que dejó encargado el changarro seis años debería ser enjuiciado también: nunca pidió permiso al Congreso para ausentarse. Y es en serio: un buen abogado incluso lograría que restituyera sus emolumentos” (Ricardo García Ortega,
Confieso que tenía curiosidad por ver cómo tomarían las distintas fuerzas políticas y económicas el enjundioso alegato “antimonopolio” que a nombre del ITAM pronunciara la doctora Denise Dresser en el foro “México ante la crisis. ¿Qué hacer para crecer?”, organizado por el Senado de la República. Pero aunque leí con atención la prensa, fuera de algunos reconocimientos, el tema quedó en el aire a la espera de una buena crítica. Así estaban las cosas, cuando días más tarde, fuera de programa, asistiríamos a una escenificación improvisada del libreto cuasi teatral El gobierno antimonopólico contra el hombre más rico del mundo, un monólogo inusual, desproporcionado, pero absolutamente sintomático de los tiempos que corren.
Resulta que Carlos Slim, invitado por los senadores junto a otros expertos y empresarios de muy diversa orientación, leyó una ponencia que enfrió al gobierno en su ingenua pretensión de mantener a salvo la idea de que “aquí no pasa nada”, y si pasa tampoco pasa nada, pues, como alardean los altos funcionarios, ya se tomaron las medidas pertinentes. Pero si a pesar de todo viene la ola exterior y nos arrastra de todos modos, saldremos fortalecidos, es decir, la afirmación de ese ciego optimismo que niega la realidad para no ofrecer argumentos al “adversario”, en este caso, unos hipotéticos inversionistas a los que nada ni nadie debe espantar con el petate de la crisis mexicana.
Slim dijo muchas cosas, pero una molestó particularmente: pidió el cambio de “modelo” y vaticinó la caída del producto interno bruto, cuyas temibles consecuencias planean ya sobre el empleo y la calidad de vida de millones. En otros términos repitió lo que viene diciéndose en muchas partes, en todos lo tonos y con orientaciones distintas. Pero resulta que Slim es un inversionista poderoso, casi, diríamos, una “categoría económica”, cuyas opiniones tienen resonancias difíciles de no escuchar. Y es ahí donde se hila la crítica a los monopolios con la reacción gubernamental a lo dicho por el empresario en un foro serio.
La primera respuesta pudimos leerla, casi sin afeites sintácticos, en las páginas on-line de los diarios. Provenía del secretario del Trabajo. Estaba muy molesto, pues no lograba concebir cómo el “hombre más rico del mundo” se atrevía a cuestionar el “modelo” que le había permitido acumular tanta riqueza (“ese modelo que hoy critica es el que le ha permitido ser el segundo hombre más rico del mundo”).
Así, a la afirmación de que nos acechan tiempos muy oscuros en cuanto al empleo y el producto interno bruto, el funcionario sólo atinó a cuestionar la consistencia moral de ese análisis y pidió silencio, chitón. (“Lo que no nos podemos permitir es que una crisis económica se convierta en una crisis de confianza, en una crisis de valores y que nos caigamos todos al piso. (sic)”
En lugar de refutar con argumentos los abundantes planteamientos de Slim, el secretario del Trabajo se deslizó gustoso por la pendiente de la autocomplacencia en la que viaja a toda velocidad, al menos desde su gira invernal a Davos, el propio presidente Calderón y su equipo de gobierno. Nada de catastrofismo, parece ser la consigna de la hora, repetida como exorcismo por el Ejecutivo y sus secretarios.
Que la fuente germinal de los graves problemas nacionales se ubique más en el tamaño de las empresas que en la política económica aplicada hasta hoy a rajatabla, es una de las típicas salidas en falso mediante las cuales se pretende sustituir a los jugadores sin cambiar el juego mismo. Pero esto es así porque hasta ahora en México las únicas fórmulas económicas que cuentan son las que se mueven en el estrecho campo de los grandes intereses corporativos, nativos y trasnacionales. Contra los “monopolios” actúan empresas que, en buena lid, también tienen pretensiones monopólicas (ganarle a la competencia, dicen) sobre los mercados, compañías que aprovechan los huecos legales, las fallas administrativas o la simple corrupción para asegurarse la mejor tajada del pastel.
En este despeñadero ideológico se ha llegado al grado de cuestionar la existencia constitucional de Pemex por su condición de monopolio de Estado, sin abandonar la peregrina idea de privatizarla, como demuestra la insistencia presidencial en el tema de las refinerías, cuando mejor sería que se pronunciara sobre la disputa en materia de telecomunicaciones o saliera al paso de la falacia de que los sindicatos también son monopolios, versión puesta a circular en un intento desesperado de apoyar una reforma laboral que permita el despido barato y la contratación sin derechos del creciente “ejército industrial de reserva” que ya integran millones de jóvenes y adultos sin futuro.
Es grave que el gobierno mexicano sea el último en advertir la naturaleza global de la crisis (véanse los datos publicados ayer mismo por La Jornada sobre la quiebra de empresas y el despido masivo en Europa y Estados Unidos), pero como es imposible no imaginar lo que nos espera resulta incalificable que se quiera tapar el sol con un dedo, predicando a los ciudadanos (como si todos fuéramos de lento aprendizaje) que hay economías a salvo de la sacudida planetaria; que son suficientes para atajarla algunos programas convencionales de emergencia cuyo despliegue, por cierto, resulta fácil en el discurso, pero muy lento y tortuoso en nuestra realidad plagada de miserables aduanas burocráticas, despilfarro y usos politizados de los recursos en disputa. El gobierno dilapida el verbo pero en su irritación se olvida de las ideas.
Resulta que Carlos Slim, invitado por los senadores junto a otros expertos y empresarios de muy diversa orientación, leyó una ponencia que enfrió al gobierno en su ingenua pretensión de mantener a salvo la idea de que “aquí no pasa nada”, y si pasa tampoco pasa nada, pues, como alardean los altos funcionarios, ya se tomaron las medidas pertinentes. Pero si a pesar de todo viene la ola exterior y nos arrastra de todos modos, saldremos fortalecidos, es decir, la afirmación de ese ciego optimismo que niega la realidad para no ofrecer argumentos al “adversario”, en este caso, unos hipotéticos inversionistas a los que nada ni nadie debe espantar con el petate de la crisis mexicana.
Slim dijo muchas cosas, pero una molestó particularmente: pidió el cambio de “modelo” y vaticinó la caída del producto interno bruto, cuyas temibles consecuencias planean ya sobre el empleo y la calidad de vida de millones. En otros términos repitió lo que viene diciéndose en muchas partes, en todos lo tonos y con orientaciones distintas. Pero resulta que Slim es un inversionista poderoso, casi, diríamos, una “categoría económica”, cuyas opiniones tienen resonancias difíciles de no escuchar. Y es ahí donde se hila la crítica a los monopolios con la reacción gubernamental a lo dicho por el empresario en un foro serio.
La primera respuesta pudimos leerla, casi sin afeites sintácticos, en las páginas on-line de los diarios. Provenía del secretario del Trabajo. Estaba muy molesto, pues no lograba concebir cómo el “hombre más rico del mundo” se atrevía a cuestionar el “modelo” que le había permitido acumular tanta riqueza (“ese modelo que hoy critica es el que le ha permitido ser el segundo hombre más rico del mundo”).
Así, a la afirmación de que nos acechan tiempos muy oscuros en cuanto al empleo y el producto interno bruto, el funcionario sólo atinó a cuestionar la consistencia moral de ese análisis y pidió silencio, chitón. (“Lo que no nos podemos permitir es que una crisis económica se convierta en una crisis de confianza, en una crisis de valores y que nos caigamos todos al piso. (sic)”
En lugar de refutar con argumentos los abundantes planteamientos de Slim, el secretario del Trabajo se deslizó gustoso por la pendiente de la autocomplacencia en la que viaja a toda velocidad, al menos desde su gira invernal a Davos, el propio presidente Calderón y su equipo de gobierno. Nada de catastrofismo, parece ser la consigna de la hora, repetida como exorcismo por el Ejecutivo y sus secretarios.
Que la fuente germinal de los graves problemas nacionales se ubique más en el tamaño de las empresas que en la política económica aplicada hasta hoy a rajatabla, es una de las típicas salidas en falso mediante las cuales se pretende sustituir a los jugadores sin cambiar el juego mismo. Pero esto es así porque hasta ahora en México las únicas fórmulas económicas que cuentan son las que se mueven en el estrecho campo de los grandes intereses corporativos, nativos y trasnacionales. Contra los “monopolios” actúan empresas que, en buena lid, también tienen pretensiones monopólicas (ganarle a la competencia, dicen) sobre los mercados, compañías que aprovechan los huecos legales, las fallas administrativas o la simple corrupción para asegurarse la mejor tajada del pastel.
En este despeñadero ideológico se ha llegado al grado de cuestionar la existencia constitucional de Pemex por su condición de monopolio de Estado, sin abandonar la peregrina idea de privatizarla, como demuestra la insistencia presidencial en el tema de las refinerías, cuando mejor sería que se pronunciara sobre la disputa en materia de telecomunicaciones o saliera al paso de la falacia de que los sindicatos también son monopolios, versión puesta a circular en un intento desesperado de apoyar una reforma laboral que permita el despido barato y la contratación sin derechos del creciente “ejército industrial de reserva” que ya integran millones de jóvenes y adultos sin futuro.
Es grave que el gobierno mexicano sea el último en advertir la naturaleza global de la crisis (véanse los datos publicados ayer mismo por La Jornada sobre la quiebra de empresas y el despido masivo en Europa y Estados Unidos), pero como es imposible no imaginar lo que nos espera resulta incalificable que se quiera tapar el sol con un dedo, predicando a los ciudadanos (como si todos fuéramos de lento aprendizaje) que hay economías a salvo de la sacudida planetaria; que son suficientes para atajarla algunos programas convencionales de emergencia cuyo despliegue, por cierto, resulta fácil en el discurso, pero muy lento y tortuoso en nuestra realidad plagada de miserables aduanas burocráticas, despilfarro y usos politizados de los recursos en disputa. El gobierno dilapida el verbo pero en su irritación se olvida de las ideas.
Octavio Rodríguez Araujo
Los panistas no entienden
Los gobiernos del Partido Acción Nacional, desde el federal hasta los municipales, insisten en su negativa a ver la realidad y, peor, a entenderla. Si los critica López Obrador, se trata de un catastrofista, una especie de filósofo de la destrucción, un enfant terrible, populista por añadidura. Si el crítico es Carlos Slim, se trata de un empresario oportunista que busca concesiones para aumentar sus riquezas. Si es un dirigente social o un ciudadano común, no existe y punto, ¿para qué tomarse la molestia de leerlo o escucharlo? Es un resentido que no entiende las proezas que está realizando Calderón.
Y mientras los panistas se regodean en su onanismo gubernamental, el país tercamente insiste en resquebrajarse, su economía en ser cada día más amenazante y, tanto empresarios como trabajadores, necios que son, insisten también –como corresponde– en fracasar en su intento por sobrevivir.
Los 451 mil empleos perdidos en los últimos tres meses no son resultado de la impericia gubernamental, sino de los empresarios que en vez de ser audaces y arriesgar su futuro haciendo como que aquí no pasa nada (como el gobierno), se ven obligados a cerrar por días o semanas o a despedir personal para mantenerse como tales, pues, como todo mundo sabe (salvo los gobernantes), no son hermanas de la caridad, sino personas o grupos dedicados a hacer negocios y, de paso, a dar empleos.
El problema, que tampoco quieren ver los gobiernos panistas, es que más de 90 por ciento de la fuerza de trabajo empleada está ubicada en empresas pequeñas e incluso micro que al igual que toda la clase media luchan por sobrevivir en medio de la crisis, gracias, precisamente, a las políticas de los últimos gobiernos que sólo han beneficiado a los grandes capitales, nacionales y extranjeros.
Otro problema, que tampoco han querido ver los gobernantes, es que alrededor de 60 por ciento de la población económicamente activa tiene que dedicarse a actividades propias de la economía informal, ya que no les queda de otra…, salvo delinquir, que es, lamentablemente, otra opción.
Esta miopía es la que afecta a varios presidentes municipales, como el de Cuernavaca (Morelos), al querer quitar de la vía pública a los vendedores ambulantes, a los mendigos (aunque sean viejitos que apenas pueden caminar), a limpiaparabrisas, a malabaristas, etcétera, sean niños, jóvenes o adultos. “Se ven muy feos”, parecen decir, y por lo mismo hay que quitarlos. ¿Qué les ofrecen? Trabajos temporales mal pagados, como una caridad mal hecha, o detención por faltas administrativas.
Aceptemos, sólo para no parecer radicales, que a veces un montón de niños y jovencitos queriendo lavar un parabrisas son una molestia y que hay que insistirles en que no lo hagan, pero también aceptemos que tal “molestia” no es nada comparada con la opción que les están dejando los gobiernos al impedirles dedicarse a la profesión, industria, comercio o trabajo que les acomode siendo lícitos, como señala el artículo 5 constitucional. La palabra clave del texto es “lícitos”, pues esto está a consideración de una determinación judicial, si se atacan o no derechos de terceros o si la autoridad de gobierno resuelve que tales actividades ofenden los derechos de la sociedad (como también lo establece el artículo).
Si somos rigurosos, vender objetos en la calle u obtener dinero por limosnas sin pagar impuestos por el resultado de ambas actividades no es legal. Pero todo mundo sabe que si fuéramos rigurosos el Estado debería garantizar la seguridad de los mexicanos, y también un trabajo digno, como lo señala el artículo 123 del mismo texto constitucional. Pero como ninguna de estas garantías se cumple, los gobiernos, desde hace muchos años, se han hecho de la vista gorda, pues han sabido, salvo los del PAN, que el trabajo informal, las actividades en la economía informal, han sido un paliativo para suavizar la presión que los más pobres ejercerían sobre la economía o para evitar que en lugar de limpiar parabrisas atraquen a los automovilistas o asalten comercios, casas habitación o vendan droga.
Tan ilícito es vender chicles en la calle sin la autorización correspondiente como vender droga, pero es también un asunto de grados. Todos, hasta los panistas con hijos, preferirían, si les queda algo en el cerebro, que los pobres vendan chicles (aunque “se vean feos en las calles”) a que vendan droga (aunque no se vean). Lo ideal sería que no hubiera vendedores ambulantes ni mendigos, ni puestos de venta de mercancías de dudosa procedencia o higiene, pero para que esto ocurriera tendríamos que tener un sistema de seguridad social semejante al de Suiza, donde 4 por ciento de los jóvenes entre 18 y 25 años de edad viven de la ayuda social y no de la caridad pública o limpiando parabrisas.
No somos Suiza ni nada parecido. En México la pobreza es alarmante y no se va a resolver reprimiendo “legalmente” a quienes hacen lo que pueden para no tener que robarle su bolsa del súper a una persona o robarse cables de energía eléctrica incluso con riesgo de ser electrocutados.
Algo que definitivamente no entendieron los panistas, ni lo van a entender (como tampoco quienes votaron por ellos), es que si no se resuelve el problema de la pobreza y del creciente desempleo, no servirán de nada las medidas administrativas contra los pobres que quieren sobrevivir, ni quitándolos de las calles ni reubicándolos en “reservaciones” comerciales a donde nadie va.
Lejos de haber entendido el profundo significado del lema de López Obrador: “Por el bien de todos, primero los pobres”, lo atacaron y quisieron hacer escarnio acusándolo de populista. No entendieron nada y siguen si entender. Así les va a ir en las próximas elecciones.
Los panistas no entienden
Los gobiernos del Partido Acción Nacional, desde el federal hasta los municipales, insisten en su negativa a ver la realidad y, peor, a entenderla. Si los critica López Obrador, se trata de un catastrofista, una especie de filósofo de la destrucción, un enfant terrible, populista por añadidura. Si el crítico es Carlos Slim, se trata de un empresario oportunista que busca concesiones para aumentar sus riquezas. Si es un dirigente social o un ciudadano común, no existe y punto, ¿para qué tomarse la molestia de leerlo o escucharlo? Es un resentido que no entiende las proezas que está realizando Calderón.
Y mientras los panistas se regodean en su onanismo gubernamental, el país tercamente insiste en resquebrajarse, su economía en ser cada día más amenazante y, tanto empresarios como trabajadores, necios que son, insisten también –como corresponde– en fracasar en su intento por sobrevivir.
Los 451 mil empleos perdidos en los últimos tres meses no son resultado de la impericia gubernamental, sino de los empresarios que en vez de ser audaces y arriesgar su futuro haciendo como que aquí no pasa nada (como el gobierno), se ven obligados a cerrar por días o semanas o a despedir personal para mantenerse como tales, pues, como todo mundo sabe (salvo los gobernantes), no son hermanas de la caridad, sino personas o grupos dedicados a hacer negocios y, de paso, a dar empleos.
El problema, que tampoco quieren ver los gobiernos panistas, es que más de 90 por ciento de la fuerza de trabajo empleada está ubicada en empresas pequeñas e incluso micro que al igual que toda la clase media luchan por sobrevivir en medio de la crisis, gracias, precisamente, a las políticas de los últimos gobiernos que sólo han beneficiado a los grandes capitales, nacionales y extranjeros.
Otro problema, que tampoco han querido ver los gobernantes, es que alrededor de 60 por ciento de la población económicamente activa tiene que dedicarse a actividades propias de la economía informal, ya que no les queda de otra…, salvo delinquir, que es, lamentablemente, otra opción.
Esta miopía es la que afecta a varios presidentes municipales, como el de Cuernavaca (Morelos), al querer quitar de la vía pública a los vendedores ambulantes, a los mendigos (aunque sean viejitos que apenas pueden caminar), a limpiaparabrisas, a malabaristas, etcétera, sean niños, jóvenes o adultos. “Se ven muy feos”, parecen decir, y por lo mismo hay que quitarlos. ¿Qué les ofrecen? Trabajos temporales mal pagados, como una caridad mal hecha, o detención por faltas administrativas.
Aceptemos, sólo para no parecer radicales, que a veces un montón de niños y jovencitos queriendo lavar un parabrisas son una molestia y que hay que insistirles en que no lo hagan, pero también aceptemos que tal “molestia” no es nada comparada con la opción que les están dejando los gobiernos al impedirles dedicarse a la profesión, industria, comercio o trabajo que les acomode siendo lícitos, como señala el artículo 5 constitucional. La palabra clave del texto es “lícitos”, pues esto está a consideración de una determinación judicial, si se atacan o no derechos de terceros o si la autoridad de gobierno resuelve que tales actividades ofenden los derechos de la sociedad (como también lo establece el artículo).
Si somos rigurosos, vender objetos en la calle u obtener dinero por limosnas sin pagar impuestos por el resultado de ambas actividades no es legal. Pero todo mundo sabe que si fuéramos rigurosos el Estado debería garantizar la seguridad de los mexicanos, y también un trabajo digno, como lo señala el artículo 123 del mismo texto constitucional. Pero como ninguna de estas garantías se cumple, los gobiernos, desde hace muchos años, se han hecho de la vista gorda, pues han sabido, salvo los del PAN, que el trabajo informal, las actividades en la economía informal, han sido un paliativo para suavizar la presión que los más pobres ejercerían sobre la economía o para evitar que en lugar de limpiar parabrisas atraquen a los automovilistas o asalten comercios, casas habitación o vendan droga.
Tan ilícito es vender chicles en la calle sin la autorización correspondiente como vender droga, pero es también un asunto de grados. Todos, hasta los panistas con hijos, preferirían, si les queda algo en el cerebro, que los pobres vendan chicles (aunque “se vean feos en las calles”) a que vendan droga (aunque no se vean). Lo ideal sería que no hubiera vendedores ambulantes ni mendigos, ni puestos de venta de mercancías de dudosa procedencia o higiene, pero para que esto ocurriera tendríamos que tener un sistema de seguridad social semejante al de Suiza, donde 4 por ciento de los jóvenes entre 18 y 25 años de edad viven de la ayuda social y no de la caridad pública o limpiando parabrisas.
No somos Suiza ni nada parecido. En México la pobreza es alarmante y no se va a resolver reprimiendo “legalmente” a quienes hacen lo que pueden para no tener que robarle su bolsa del súper a una persona o robarse cables de energía eléctrica incluso con riesgo de ser electrocutados.
Algo que definitivamente no entendieron los panistas, ni lo van a entender (como tampoco quienes votaron por ellos), es que si no se resuelve el problema de la pobreza y del creciente desempleo, no servirán de nada las medidas administrativas contra los pobres que quieren sobrevivir, ni quitándolos de las calles ni reubicándolos en “reservaciones” comerciales a donde nadie va.
Lejos de haber entendido el profundo significado del lema de López Obrador: “Por el bien de todos, primero los pobres”, lo atacaron y quisieron hacer escarnio acusándolo de populista. No entendieron nada y siguen si entender. Así les va a ir en las próximas elecciones.
Matteo Dean
Protegiendo a los migrantes
Al hablar del fenómeno migrante en estas páginas, siempre nos encontramos en la relativamente fácil tarea de señalar y criticar las deficiencias y lo que son francamente maldades de las políticas migratorias de los países del “norte” del mundo, es decir, los países que reciben a los migrantes que buscan una mejor calidad de la vida: la Unión Europea, Estados Unidos, pero también Australia, Costa Rica o Argentina, entre otros territorios que si geográficamente están en el sur del planeta, pertenecen a ese grupo de países receptores que no logran lidiar con el fenómeno migratorio sin represión de por medio.
En raras ocasiones hablamos, al contrario, de los países expulsores de migrantes. Lo hacemos aquí para señalar una interesante propuesta ya puesta en marcha por el gobierno boliviano de Evo Morales.
Un decreto presidencial, fechado el 15 de octubre pasado, dice que el gobierno boliviano pretende ofrecer a sus ciudadanos presentes en España y en Italia todas las facilidades para conseguir los papeles que les permitan alcanzar la residencia legal. Es decir, el gobierno de Bolivia ofrece a sus ciudadanos la posibilidad de conseguir el pasaporte, el acta de nacimiento, matrimonio y defunción, así como certificado de no inscripción de matrimonio y de antecedentes penales.
En el programa del gobierno de La Paz se especifica que los beneficios de estas medidas alcanzarán también al cónyuge del migrante, a sus hijos menores de edad y a sus padres. Además, dice la ley, estos servicios se extenderán desde las oficinas en los dos países europeos a todos los ciudadanos boliviano presentes en el viejo continente.
En el decreto se añade que el gobierno boliviano, a través de sus representaciones consulares en el Estado español y en Italia, hará todo lo posible por interceptar a los ciudadanos bolivianos para facilitarles los trámites necesarios que les permitan conseguir el objetivo del decreto. Para tal efecto, el decreto promueve la creación de “brigadas móviles” que viajarán desde Bolivia a los países interesados para que formen el personal de los consulados y faciliten los trámites.
El decreto del gobierno de La Paz se emite a partir de algunas consideraciones que marcan la pauta de lo que podría –y quizás debería– hacer el gobierno de un país expulsor de migrantes. Antes que todo, se considera el caso específico, es decir, el hecho de que en los dos países blanco del decreto hay, efectivamente, una presencia importante de ciudadanos bolivianos, misma que se calcula en 550 mil personas. Éste es un hecho real y el gobierno de Evo Morales lo reconoce.
Al mismo tiempo, el decreto reconoce la función esencial de su Secretaría de Relaciones Exteriores: proteger –no solamente con palabras– a sus ciudadanos en el exterior. En este sentido, el decreto retoma cuanto estableció en el Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010, en el que se lee: “se le da prioridad al programa de protección y atención al boliviano en el exterior”. Se considera además que los bolivianos interesados por el decreto están en su mayoría en una posición de irregularidad e inestabilidad derivada de la falta de papeles de residencia legal. Por esta razón el gobierno considera necesario apoyarlos para que puedan tener la posibilidad de regularizarse “en especial a la luz de Directiva de Retorno de la Unión Europea en Materia Migratoria del 18 de junio de 2008”.
Como decíamos, el decreto boliviano, pasado más o menos desapercibido en el debate público –con excepción de los espacios y organizaciones específicas que se ocupan del fenómeno migratorio–, marca la pauta de un quehacer político que se ocupa realmente de proteger a sus ciudadanos en el exterior. Evidentemente, es distinto emitir un decreto de este estilo en lugar de solamente estar lamentando el maltrato que las autoridades de otros países puedan reservar a los “paisanos”. O, peor aún, lamentar muertes y deportaciones sin al mismo tiempo hacer el esfuerzo concreto para establecer facilitaciones a los ciudadanos en el exterior, víctimas, en el caso específico, de las políticas represivas de otro gobierno.
Una visión distinta, definitivamente. Porque una cosa es señalar y denunciar lo que otro gobierno pueda hacerles a los ciudadanos de tu país. Denunciar maltratos, deportaciones y redadas. Señalar errores y finalmente exigir regularizaciones. Y al mismo tiempo lamentar muros que se elevan a dividir países e historias, y sin embargo firmar acuerdos con esos gobiernos para que los migrantes regresen “voluntariamente”. Medidas y muchas palabras que no cambian nada y dejan, como suele suceder, la “papa caliente” a otro Congreso y a otro gobierno, quizás esperanzados de que nuevos presidentes y nuevos grupos parlamentarios determinen algún beneficio para los conciudadanos.
Otra cosa es moverse, actuar y, con la posibilidad que el puesto de gobierno te otorga, decretar y realizar acciones concretas no únicamente para que tus ciudadanos no se sientan abandonados a su destino –cosa que ya sucede, pues quizás, de no ser así, muchos no se irían a ningún lado–, sino también para que ese destino pueda tener las herramientas para transformarse en algo mejor que el presente.
Protegiendo a los migrantes
Al hablar del fenómeno migrante en estas páginas, siempre nos encontramos en la relativamente fácil tarea de señalar y criticar las deficiencias y lo que son francamente maldades de las políticas migratorias de los países del “norte” del mundo, es decir, los países que reciben a los migrantes que buscan una mejor calidad de la vida: la Unión Europea, Estados Unidos, pero también Australia, Costa Rica o Argentina, entre otros territorios que si geográficamente están en el sur del planeta, pertenecen a ese grupo de países receptores que no logran lidiar con el fenómeno migratorio sin represión de por medio.
En raras ocasiones hablamos, al contrario, de los países expulsores de migrantes. Lo hacemos aquí para señalar una interesante propuesta ya puesta en marcha por el gobierno boliviano de Evo Morales.
Un decreto presidencial, fechado el 15 de octubre pasado, dice que el gobierno boliviano pretende ofrecer a sus ciudadanos presentes en España y en Italia todas las facilidades para conseguir los papeles que les permitan alcanzar la residencia legal. Es decir, el gobierno de Bolivia ofrece a sus ciudadanos la posibilidad de conseguir el pasaporte, el acta de nacimiento, matrimonio y defunción, así como certificado de no inscripción de matrimonio y de antecedentes penales.
En el programa del gobierno de La Paz se especifica que los beneficios de estas medidas alcanzarán también al cónyuge del migrante, a sus hijos menores de edad y a sus padres. Además, dice la ley, estos servicios se extenderán desde las oficinas en los dos países europeos a todos los ciudadanos boliviano presentes en el viejo continente.
En el decreto se añade que el gobierno boliviano, a través de sus representaciones consulares en el Estado español y en Italia, hará todo lo posible por interceptar a los ciudadanos bolivianos para facilitarles los trámites necesarios que les permitan conseguir el objetivo del decreto. Para tal efecto, el decreto promueve la creación de “brigadas móviles” que viajarán desde Bolivia a los países interesados para que formen el personal de los consulados y faciliten los trámites.
El decreto del gobierno de La Paz se emite a partir de algunas consideraciones que marcan la pauta de lo que podría –y quizás debería– hacer el gobierno de un país expulsor de migrantes. Antes que todo, se considera el caso específico, es decir, el hecho de que en los dos países blanco del decreto hay, efectivamente, una presencia importante de ciudadanos bolivianos, misma que se calcula en 550 mil personas. Éste es un hecho real y el gobierno de Evo Morales lo reconoce.
Al mismo tiempo, el decreto reconoce la función esencial de su Secretaría de Relaciones Exteriores: proteger –no solamente con palabras– a sus ciudadanos en el exterior. En este sentido, el decreto retoma cuanto estableció en el Plan Nacional de Desarrollo 2006-2010, en el que se lee: “se le da prioridad al programa de protección y atención al boliviano en el exterior”. Se considera además que los bolivianos interesados por el decreto están en su mayoría en una posición de irregularidad e inestabilidad derivada de la falta de papeles de residencia legal. Por esta razón el gobierno considera necesario apoyarlos para que puedan tener la posibilidad de regularizarse “en especial a la luz de Directiva de Retorno de la Unión Europea en Materia Migratoria del 18 de junio de 2008”.
Como decíamos, el decreto boliviano, pasado más o menos desapercibido en el debate público –con excepción de los espacios y organizaciones específicas que se ocupan del fenómeno migratorio–, marca la pauta de un quehacer político que se ocupa realmente de proteger a sus ciudadanos en el exterior. Evidentemente, es distinto emitir un decreto de este estilo en lugar de solamente estar lamentando el maltrato que las autoridades de otros países puedan reservar a los “paisanos”. O, peor aún, lamentar muertes y deportaciones sin al mismo tiempo hacer el esfuerzo concreto para establecer facilitaciones a los ciudadanos en el exterior, víctimas, en el caso específico, de las políticas represivas de otro gobierno.
Una visión distinta, definitivamente. Porque una cosa es señalar y denunciar lo que otro gobierno pueda hacerles a los ciudadanos de tu país. Denunciar maltratos, deportaciones y redadas. Señalar errores y finalmente exigir regularizaciones. Y al mismo tiempo lamentar muros que se elevan a dividir países e historias, y sin embargo firmar acuerdos con esos gobiernos para que los migrantes regresen “voluntariamente”. Medidas y muchas palabras que no cambian nada y dejan, como suele suceder, la “papa caliente” a otro Congreso y a otro gobierno, quizás esperanzados de que nuevos presidentes y nuevos grupos parlamentarios determinen algún beneficio para los conciudadanos.
Otra cosa es moverse, actuar y, con la posibilidad que el puesto de gobierno te otorga, decretar y realizar acciones concretas no únicamente para que tus ciudadanos no se sientan abandonados a su destino –cosa que ya sucede, pues quizás, de no ser así, muchos no se irían a ningún lado–, sino también para que ese destino pueda tener las herramientas para transformarse en algo mejor que el presente.
Gustavo Esteva
gustavoesteva@gmail.com
Licencia para el crimen
Con el deterioro progresivo del estado de derecho, con las libertades civiles sitiadas, en medio de la incertidumbre económica y un grado obsceno de desigualdad social, entramos sin remedio en el reino del crimen.
Vivimos en un régimen en que la fuerza pública actúa “de manera excesiva, desproporcionada, ineficiente, improfesional e indolente”. Como el Estado utiliza a las corporaciones policiacas de manera irresponsable y arbitraria, se sostiene en la Suprema Corte, “de nada sirve que se reconozcan, en leyes, en tratados, en discursos, que nuestro país admite y respeta los derechos humanos, si cuando son violados… las violaciones quedan impunes y a las víctimas no se les hace justicia”.
Hoy se estará discutiendo en sesión pública este dictamen del ministro Gudiño sobre los hechos de Atenco, que se queda irremediablemente corto. Si se mantiene esta tónica, podemos ya imaginar cuál será el dictamen el día que se examine el desastre oaxaqueño.
El asunto no se reduce a la impunidad. Mientras los inocentes padecen cárcel, además de toda suerte de vejaciones y violaciones, los culpables son promovidos y recompensados y reciben toda suerte de apoyos.
“La arbitrariedad del tirano es un ejemplo para los criminales posibles e incluso, en su ilegalidad fundamental, una licencia para el crimen. En efecto, ¿quién no podrá autorizarse a infringir las leyes, cuando el soberano, que debe promoverlas, esgrimirlas y aplicarlas, se atribuye la posibilidad de tergiversarlas, suspenderlas o, como mínimo, no aplicarlas a sí mismo? Por consiguiente, cuanto más despótico sea el poder, más numerosos serán los criminales. El poder fuerte de un tirano no hace desaparecer a los malhechores; al contrario, los multiplica.”
Se trata de algo peor aún. Hay un momento, piensa Foucault (Los anormales, FCE, 2006, pp.94-5), en que los papeles se invierten. “Un criminal es quien rompe el pacto, quien lo rompe de vez en cuando, cuando lo necesita o lo desea, cuando su interés lo impone, cuando en un momento de violencia o ceguera hace prevalecer la razón de su interés, a pesar del cálculo más elemental de la razón. Déspota transitorio, déspota por deslumbramiento, déspota por enceguecimiento, por fantasía, por furor, poco importa. A diferencia del criminal, el déspota exalta el predominio de su interés y su voluntad; y lo hace de manera permanente... El déspota puede imponer su voluntad a todo el cuerpo social por medio de un estado de violencia permanente. Es, por lo tanto, quien ejerce permanentemente… y exalta en forma criminal su interés. Es el fuera de la ley permanente.”
Foucault labra así, cuidadosamente, el perfil del monstruo jurídico, “el primer monstruo identificado y calificado”, que “no es el asesino, no es el violador, no es quien rompe las leyes de la naturaleza; es quien quiebra el pacto social fundamental”. De este gran modelo que identifica Foucault a fines del siglo XVIII “se derivarán históricamente, por medio de toda una serie de desplazamientos y transformaciones sucesivas, los innumerables pequeños monstruos” que pueblan el mundo desde entonces.
Como la Corte está en funciones –aquí mismo la cito–; como existen aún leyes y juzgados y hay límites de toda índole al poder de los tiranos que padecemos, se hace posible alzarnos de hombros. “No es tan grave”, se pensaría; “pura exageración. Se han cometido algunos excesos, pero ya se irán corrigiendo”. Esta ceguera peculiar, sorprendente, parece corresponder al conocido mecanismo sicológico de la negación: es la resistencia a aceptar aquello cuyo reconocimiento generaría angustia inmanejable: crearía una sensación tal de desgracia e impotencia a la vez, que parece preferible cerrar los ojos, negarse a ver la evidencia.
Pero no podemos seguirlos cerrando. Veamos sin temor esta situación que iguala y equipara, sorprendentemente, a Ulises Ruiz con Felipe Calderón y Peña Nieto y con quienes mataron el miércoles pasado al general Tello, en Quintana Roo, o unos días antes a Aristeo Toledo, el represor de tan infausta memoria en Oaxaca, o quienes siguen asesinando en Ciudad Juárez. Ajustes de cuentas entre ellos, unas veces; otras veces, delincuentes aficionados o profesionales con la adicción de violar el pacto social y ejercer la violencia con la lógica del poder. Ya no es posible distinguir a unos de otros. Ésa es la condición a la que hemos llegado. Digámoslo con claridad.
Como sostiene John Berger, “nombrar lo intolerable es en sí mismo la esperanza. Cuando algo se considera intolerable ha de hacerse algo… La pura esperanza reside, en primer término, en forma misteriosa, en la capacidad de nombrar lo intolerable como tal: y esta capacidad viene de lejos: del pasado y del futuro. Ésta es la razón de que la política y el coraje sean inevitables”.
Licencia para el crimen
Con el deterioro progresivo del estado de derecho, con las libertades civiles sitiadas, en medio de la incertidumbre económica y un grado obsceno de desigualdad social, entramos sin remedio en el reino del crimen.
Vivimos en un régimen en que la fuerza pública actúa “de manera excesiva, desproporcionada, ineficiente, improfesional e indolente”. Como el Estado utiliza a las corporaciones policiacas de manera irresponsable y arbitraria, se sostiene en la Suprema Corte, “de nada sirve que se reconozcan, en leyes, en tratados, en discursos, que nuestro país admite y respeta los derechos humanos, si cuando son violados… las violaciones quedan impunes y a las víctimas no se les hace justicia”.
Hoy se estará discutiendo en sesión pública este dictamen del ministro Gudiño sobre los hechos de Atenco, que se queda irremediablemente corto. Si se mantiene esta tónica, podemos ya imaginar cuál será el dictamen el día que se examine el desastre oaxaqueño.
El asunto no se reduce a la impunidad. Mientras los inocentes padecen cárcel, además de toda suerte de vejaciones y violaciones, los culpables son promovidos y recompensados y reciben toda suerte de apoyos.
“La arbitrariedad del tirano es un ejemplo para los criminales posibles e incluso, en su ilegalidad fundamental, una licencia para el crimen. En efecto, ¿quién no podrá autorizarse a infringir las leyes, cuando el soberano, que debe promoverlas, esgrimirlas y aplicarlas, se atribuye la posibilidad de tergiversarlas, suspenderlas o, como mínimo, no aplicarlas a sí mismo? Por consiguiente, cuanto más despótico sea el poder, más numerosos serán los criminales. El poder fuerte de un tirano no hace desaparecer a los malhechores; al contrario, los multiplica.”
Se trata de algo peor aún. Hay un momento, piensa Foucault (Los anormales, FCE, 2006, pp.94-5), en que los papeles se invierten. “Un criminal es quien rompe el pacto, quien lo rompe de vez en cuando, cuando lo necesita o lo desea, cuando su interés lo impone, cuando en un momento de violencia o ceguera hace prevalecer la razón de su interés, a pesar del cálculo más elemental de la razón. Déspota transitorio, déspota por deslumbramiento, déspota por enceguecimiento, por fantasía, por furor, poco importa. A diferencia del criminal, el déspota exalta el predominio de su interés y su voluntad; y lo hace de manera permanente... El déspota puede imponer su voluntad a todo el cuerpo social por medio de un estado de violencia permanente. Es, por lo tanto, quien ejerce permanentemente… y exalta en forma criminal su interés. Es el fuera de la ley permanente.”
Foucault labra así, cuidadosamente, el perfil del monstruo jurídico, “el primer monstruo identificado y calificado”, que “no es el asesino, no es el violador, no es quien rompe las leyes de la naturaleza; es quien quiebra el pacto social fundamental”. De este gran modelo que identifica Foucault a fines del siglo XVIII “se derivarán históricamente, por medio de toda una serie de desplazamientos y transformaciones sucesivas, los innumerables pequeños monstruos” que pueblan el mundo desde entonces.
Como la Corte está en funciones –aquí mismo la cito–; como existen aún leyes y juzgados y hay límites de toda índole al poder de los tiranos que padecemos, se hace posible alzarnos de hombros. “No es tan grave”, se pensaría; “pura exageración. Se han cometido algunos excesos, pero ya se irán corrigiendo”. Esta ceguera peculiar, sorprendente, parece corresponder al conocido mecanismo sicológico de la negación: es la resistencia a aceptar aquello cuyo reconocimiento generaría angustia inmanejable: crearía una sensación tal de desgracia e impotencia a la vez, que parece preferible cerrar los ojos, negarse a ver la evidencia.
Pero no podemos seguirlos cerrando. Veamos sin temor esta situación que iguala y equipara, sorprendentemente, a Ulises Ruiz con Felipe Calderón y Peña Nieto y con quienes mataron el miércoles pasado al general Tello, en Quintana Roo, o unos días antes a Aristeo Toledo, el represor de tan infausta memoria en Oaxaca, o quienes siguen asesinando en Ciudad Juárez. Ajustes de cuentas entre ellos, unas veces; otras veces, delincuentes aficionados o profesionales con la adicción de violar el pacto social y ejercer la violencia con la lógica del poder. Ya no es posible distinguir a unos de otros. Ésa es la condición a la que hemos llegado. Digámoslo con claridad.
Como sostiene John Berger, “nombrar lo intolerable es en sí mismo la esperanza. Cuando algo se considera intolerable ha de hacerse algo… La pura esperanza reside, en primer término, en forma misteriosa, en la capacidad de nombrar lo intolerable como tal: y esta capacidad viene de lejos: del pasado y del futuro. Ésta es la razón de que la política y el coraje sean inevitables”.
John Saxe-Fernández
http://www.jsaxef.blogspot.com
Chávez, Obama y Calderón
No extraña que el embate contra Hugo Chávez desde Estados Unidos y los principales medios venezolanos se intensifique ante el referendo del 15 de febrero: la intención de lanzar al futuro una revolución bolivariana que recuperó la renta petrolera, mejoró la situación socioeconómica de la población y que en sus primeros 10 años articuló una política exterior y energética que cala hondo en América Latina y el mundo, evoca fuerte hostilidad en los círculos oligárquico-imperiales, en especial los del poder económico-petrolero.
Así se refleja en “Latin Opportunity”, un editorial publicado por el Washington Post (WP) el 18 de enero poco después de que Barack Obama compartiera “una sopa de tortilla” con Felipe Calderón. Se menciona que Calderón expresó al WP “preocupación” por “sentimientos antiestadunidenses” en América Latina y que “percibía algunas amenazas a los principios y valores que compartimos: democracia y derechos humanos, la economía de mercado, los derechos de propiedad y el estado de derecho”. Para cualquier observador medianamente enterado de la violencia oficial, la debacle económica y legal y la calamidad político-electoral que afligen al pueblo mexicano –todavía no cuadran las cifras con que se eligió a Calderón–, esa enunciación de “principios” evoca un dicho de Stevenson: “es algo demasiado doloroso para reír y soy demasiado viejo para llorar”.
El WP usó la doblez y la “denuncia” aduladora del panista para poner nombre y apellido a esos retos (“algunas de esas amenazas son conocidas por nosotros gracias a la grandilocuencia del venezolano Hugo Chávez”) y sugerirle a Obama que Calderón es guía y modelo para Latinoamérica. Un consejo oportuno sólo si, en el contexto de la actual debacle económica y del empleo, la intención del demócrata fuera desatar los precipitantes de “guerra interna” a lo largo y ancho del continente. Con sólo dar continuidad a la agenda en materia comercial/laboral, de energía y de seguridad e integración militar pactada por Bush con Fox y Calderón en la ASPAN y la Iniciativa Mérida se garantiza un deterioro de los fundamentos materiales, sociales, legales y políticos de la estabilidad y la paz social en México. Se trata de arreglos clasistas y leoninos entre empresarios, funcionarios civiles y militares pactados a espaldas del pueblo, los congresos y sindicatos de México, Estados Unidos y Canadá.
Para las fundaciones e institutos de la ultraderecha estadunidense, Calderón también es el héroe y Chávez el chico malo. Recomiendan a Obama, entre otras linduras, “no renegar de los acuerdos de libre comercio” (traducción: mantener la ofensiva contra sindicatos, salarios y aparato productivo no sólo al sur del Bravo); “mantenerse firme con México en la lucha antidrogas” (traducción: proseguir con el intervencionismo policial-militar y de espionaje); y “no tratar de apaciguar a Chávez”, sino “articular una estrategia dura” porque “debilita gravemente la cooperación hemisférica en áreas vitales para la seguridad nacional”. Traducción: mantener las intentonas golpistas, los operativos clandestinos y el castigo mediático por haber recuperado la renta petrolera y, peor aún, usarla en función del interés público venezolano, además de impulsar coaliciones latinoamericanas y euroasiáticas de corte energético, monetario y de seguridad. A partir del control nacional del petróleo en 2003, el PNB venezolano creció 13.5 por ciento anual, en su mayor parte en el sector privado no petrolero y la pobreza pasó de afectar a 54 por ciento de las familias en 2003 a 26 por ciento en 2008. (Más detalles en www.cepr.net.)
El pecado mayor del gobierno de Chávez fue haber fortalecido los fundamentos del Estado nacional venezolano y su jurisdicción sobre la mayor reserva petrolera del hemisferio. El gran logro de Calderón es una “reforma” energética que le permite ir a Davos a ofrecer a las grandes petroleras “bloques” del territorio y lo que queda de Pemex, mientras claudica con una desleal integración militar con Estados Unidos.
Chávez, Obama y Calderón
No extraña que el embate contra Hugo Chávez desde Estados Unidos y los principales medios venezolanos se intensifique ante el referendo del 15 de febrero: la intención de lanzar al futuro una revolución bolivariana que recuperó la renta petrolera, mejoró la situación socioeconómica de la población y que en sus primeros 10 años articuló una política exterior y energética que cala hondo en América Latina y el mundo, evoca fuerte hostilidad en los círculos oligárquico-imperiales, en especial los del poder económico-petrolero.
Así se refleja en “Latin Opportunity”, un editorial publicado por el Washington Post (WP) el 18 de enero poco después de que Barack Obama compartiera “una sopa de tortilla” con Felipe Calderón. Se menciona que Calderón expresó al WP “preocupación” por “sentimientos antiestadunidenses” en América Latina y que “percibía algunas amenazas a los principios y valores que compartimos: democracia y derechos humanos, la economía de mercado, los derechos de propiedad y el estado de derecho”. Para cualquier observador medianamente enterado de la violencia oficial, la debacle económica y legal y la calamidad político-electoral que afligen al pueblo mexicano –todavía no cuadran las cifras con que se eligió a Calderón–, esa enunciación de “principios” evoca un dicho de Stevenson: “es algo demasiado doloroso para reír y soy demasiado viejo para llorar”.
El WP usó la doblez y la “denuncia” aduladora del panista para poner nombre y apellido a esos retos (“algunas de esas amenazas son conocidas por nosotros gracias a la grandilocuencia del venezolano Hugo Chávez”) y sugerirle a Obama que Calderón es guía y modelo para Latinoamérica. Un consejo oportuno sólo si, en el contexto de la actual debacle económica y del empleo, la intención del demócrata fuera desatar los precipitantes de “guerra interna” a lo largo y ancho del continente. Con sólo dar continuidad a la agenda en materia comercial/laboral, de energía y de seguridad e integración militar pactada por Bush con Fox y Calderón en la ASPAN y la Iniciativa Mérida se garantiza un deterioro de los fundamentos materiales, sociales, legales y políticos de la estabilidad y la paz social en México. Se trata de arreglos clasistas y leoninos entre empresarios, funcionarios civiles y militares pactados a espaldas del pueblo, los congresos y sindicatos de México, Estados Unidos y Canadá.
Para las fundaciones e institutos de la ultraderecha estadunidense, Calderón también es el héroe y Chávez el chico malo. Recomiendan a Obama, entre otras linduras, “no renegar de los acuerdos de libre comercio” (traducción: mantener la ofensiva contra sindicatos, salarios y aparato productivo no sólo al sur del Bravo); “mantenerse firme con México en la lucha antidrogas” (traducción: proseguir con el intervencionismo policial-militar y de espionaje); y “no tratar de apaciguar a Chávez”, sino “articular una estrategia dura” porque “debilita gravemente la cooperación hemisférica en áreas vitales para la seguridad nacional”. Traducción: mantener las intentonas golpistas, los operativos clandestinos y el castigo mediático por haber recuperado la renta petrolera y, peor aún, usarla en función del interés público venezolano, además de impulsar coaliciones latinoamericanas y euroasiáticas de corte energético, monetario y de seguridad. A partir del control nacional del petróleo en 2003, el PNB venezolano creció 13.5 por ciento anual, en su mayor parte en el sector privado no petrolero y la pobreza pasó de afectar a 54 por ciento de las familias en 2003 a 26 por ciento en 2008. (Más detalles en www.cepr.net.)
El pecado mayor del gobierno de Chávez fue haber fortalecido los fundamentos del Estado nacional venezolano y su jurisdicción sobre la mayor reserva petrolera del hemisferio. El gran logro de Calderón es una “reforma” energética que le permite ir a Davos a ofrecer a las grandes petroleras “bloques” del territorio y lo que queda de Pemex, mientras claudica con una desleal integración militar con Estados Unidos.
Ángel Guerra Cabrera
aguerra_123@yahoo.com.mx
Febrero en la revolución bolivariana
Vuelvo sobre el inminente referendo en Venezuela, pero antes debo una explicación a los lectores. En mi artículo anterior (La Jornada, 5/2/08) apareció 1992, erróneamente, como el año del caracazo. En la revisión final no advertí el gazapo, originado en la síntesis de dos párrafos realizada para ajustarme al espacio asignado. Apuntaban la relación causa-efecto entre ese trascendental alzamiento popular del 27 de febrero de 1989 y la rebelión militar encabezada el 4 de febrero de 1992, tres años más tarde, por el entonces teniente coronel Hugo Chávez. Era indispensable enmendar mi yerro dada la importancia de esas fechas en la historia venezolana y latinoamericana.
El caracazo fue el primer gran estallido en América Latina y en el planeta contra la aplicación de un paquete neoliberal. Decretado por el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez y castigada sangrientamente la protesta, como era norma entonces en Venezuela. La rebelión de los militares patriotas respondió apuntando sus armas contra el régimen que había asaltado la república en provecho de unos pocos y reprimido al pueblo por más de tres décadas, “democracia ejemplar del hemisferio”, según Washington. La derrota de los rebeldes devino, empero, rotunda victoria política, puesto que se tradujo en sólidos y crecientes prestigio y popularidad de su líder ante el pueblo. Mientras, el reinado de los partidos “democráticos” se desplomaba rumbo a la insignificancia electoral. Para confirmarlo, siete años después, el 2 de febrero de 1999, Chávez asumía la presidencia después de ser electo dos meses antes con más de 56 por ciento de los votos, cargo en el que sería confirmado en 2000, otra vez en el referendo revocatorio de 2004 por casi 60 por ciento del electorado y de nuevo en 2006 por cerca de 63 por ciento.
No perdió tiempo una vez llegado a la presidencia. Mediante un gran proceso democrático de masas impulsó la aprobación abrumadora de la primera Constitución en América continental contraria al dogma neoliberal (15 de diciembre de 1999). Acto seguido, con apoyo del Parlamento surgido de la república refundada, dictó 49 leyes que ensanchaban la soberanía nacional y popular y abrían el camino al control por el Estado de los hidrocarburos –principal recurso natural venezolano– en beneficio de la sociedad, así como a la reforma agraria y pesquera y a un orden promotor de la justicia social y el bienestar de las mayorías. La nueva Carta Magna establecía el derecho de los electores a revocar el mandato de los funcionarios electos, algo insólito en las democracias representativas.
En virtud de su compromiso con los humildes y su inspiración bolivariana, Chávez ha gobernado bajo la arremetida constante del imperialismo y la oligarquía, que hace más meritorias las conquistas logradas en su mandato. Los avances en educación, cultura, salud, infraestructura, industrialización, reducción de la pobreza, elevación del salario, seguridad social, derechos políticos de los trabajadores, campesinos, jóvenes, mujeres y ciudadanía en general, incluyendo a los opositores, superan lo conseguido por todos los gobiernos anteriores y se colocan a la vanguardia en América Latina. También en la transferencia de poder al pueblo, que cobra vida en los consejos populares, mesas técnicas, cooperativas, empresas socialistas, microempresas y en la autoestima, conciencia política y visión del mundo alcanzada por la población.
Venezuela es hoy uno de los países líderes de la lucha por la liberación, la democracia y el socialismo en nuestra región y en el mundo. La digna ruptura de relaciones diplomáticas con la pandilla sionista en respuesta al genocidio en Gaza es consecuente con su política exterior internacionalista, animada por la solidaridad activa, no sólo con los pueblos de América Latina sino con todos los que luchan y sufren en cualquier parte. Es ridícula la acusación de antisemitismo a Caracas, inserta en la colosal campaña mediática y los planes golpistas de quienes se horrorizan con la victoria del sí en el referendo del próximo domingo. Esta victoria entregaría a la ciudadanía el derecho a la relección continua de los funcionarios que hayan hecho bien su trabajo. Unido al derecho a la revocación, significaría un gran salto civilizatorio. Además, lograría una conquista histórica: que únicamente el pueblo decida hasta cuándo Chávez empuñará el timón de la nave.
Febrero en la revolución bolivariana
Vuelvo sobre el inminente referendo en Venezuela, pero antes debo una explicación a los lectores. En mi artículo anterior (La Jornada, 5/2/08) apareció 1992, erróneamente, como el año del caracazo. En la revisión final no advertí el gazapo, originado en la síntesis de dos párrafos realizada para ajustarme al espacio asignado. Apuntaban la relación causa-efecto entre ese trascendental alzamiento popular del 27 de febrero de 1989 y la rebelión militar encabezada el 4 de febrero de 1992, tres años más tarde, por el entonces teniente coronel Hugo Chávez. Era indispensable enmendar mi yerro dada la importancia de esas fechas en la historia venezolana y latinoamericana.
El caracazo fue el primer gran estallido en América Latina y en el planeta contra la aplicación de un paquete neoliberal. Decretado por el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez y castigada sangrientamente la protesta, como era norma entonces en Venezuela. La rebelión de los militares patriotas respondió apuntando sus armas contra el régimen que había asaltado la república en provecho de unos pocos y reprimido al pueblo por más de tres décadas, “democracia ejemplar del hemisferio”, según Washington. La derrota de los rebeldes devino, empero, rotunda victoria política, puesto que se tradujo en sólidos y crecientes prestigio y popularidad de su líder ante el pueblo. Mientras, el reinado de los partidos “democráticos” se desplomaba rumbo a la insignificancia electoral. Para confirmarlo, siete años después, el 2 de febrero de 1999, Chávez asumía la presidencia después de ser electo dos meses antes con más de 56 por ciento de los votos, cargo en el que sería confirmado en 2000, otra vez en el referendo revocatorio de 2004 por casi 60 por ciento del electorado y de nuevo en 2006 por cerca de 63 por ciento.
No perdió tiempo una vez llegado a la presidencia. Mediante un gran proceso democrático de masas impulsó la aprobación abrumadora de la primera Constitución en América continental contraria al dogma neoliberal (15 de diciembre de 1999). Acto seguido, con apoyo del Parlamento surgido de la república refundada, dictó 49 leyes que ensanchaban la soberanía nacional y popular y abrían el camino al control por el Estado de los hidrocarburos –principal recurso natural venezolano– en beneficio de la sociedad, así como a la reforma agraria y pesquera y a un orden promotor de la justicia social y el bienestar de las mayorías. La nueva Carta Magna establecía el derecho de los electores a revocar el mandato de los funcionarios electos, algo insólito en las democracias representativas.
En virtud de su compromiso con los humildes y su inspiración bolivariana, Chávez ha gobernado bajo la arremetida constante del imperialismo y la oligarquía, que hace más meritorias las conquistas logradas en su mandato. Los avances en educación, cultura, salud, infraestructura, industrialización, reducción de la pobreza, elevación del salario, seguridad social, derechos políticos de los trabajadores, campesinos, jóvenes, mujeres y ciudadanía en general, incluyendo a los opositores, superan lo conseguido por todos los gobiernos anteriores y se colocan a la vanguardia en América Latina. También en la transferencia de poder al pueblo, que cobra vida en los consejos populares, mesas técnicas, cooperativas, empresas socialistas, microempresas y en la autoestima, conciencia política y visión del mundo alcanzada por la población.
Venezuela es hoy uno de los países líderes de la lucha por la liberación, la democracia y el socialismo en nuestra región y en el mundo. La digna ruptura de relaciones diplomáticas con la pandilla sionista en respuesta al genocidio en Gaza es consecuente con su política exterior internacionalista, animada por la solidaridad activa, no sólo con los pueblos de América Latina sino con todos los que luchan y sufren en cualquier parte. Es ridícula la acusación de antisemitismo a Caracas, inserta en la colosal campaña mediática y los planes golpistas de quienes se horrorizan con la victoria del sí en el referendo del próximo domingo. Esta victoria entregaría a la ciudadanía el derecho a la relección continua de los funcionarios que hayan hecho bien su trabajo. Unido al derecho a la revocación, significaría un gran salto civilizatorio. Además, lograría una conquista histórica: que únicamente el pueblo decida hasta cuándo Chávez empuñará el timón de la nave.
Julio Cortázar
¿Encontraría a la Maga?
¿Encontraría a la Maga?
¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts; a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico.
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida pie se asomaría a viejos portales en el ghetto de Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aún así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos fríos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en biver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.
¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que este jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la orilla derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Léonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Léonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Léonie, Maga; y sé, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado hace miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allí a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, sólo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aún ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borravino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aún ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Léonie.
Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metimos en un café del Boul’Mich’ y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.
Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde creí, más tarde hubo razones, hubo madame Léonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. “Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts.” (Una pinaza color borravino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)
Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo-Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la araña Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un afil. Y entonces en esos días íbamos a los cine-clubs a ver películas mudas, porque yo con mi cultura, no es cierto, y vos pobrecita no entendías absolutamente nada de esa estridencia amarilla convulsa previa a tu nacimiento, esa emulsión estriada donde corrían los muertos; pero de repente pasa por ahí Harold Lloyd y entonces te sacudías el agua del sueño y al final te convencías de que todo había estado muy bien, y que Pabst y que Fritz Lang. Me hartabas un poco con tu manía de perfección, con tus zapatos rotos, con tu negativa a aceptar lo aceptable. Comíamos hamburgers en el Carrefour de l’Odéon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel, a cualquier almohada. Pero otras veces seguíamos hasta la Porte d’Orléans, cono-cíamos cada vez mejor la zona de terrenos baldíos que hay más allá del Boulevard Jourdan, donde a veces a medianoche se reunían los del Club de Serpiente para hablar con un vidente ciego, paradoja estimulante (...)
Pero ella no estaría ahora en el puente. Su fina cara de translúcida pie se asomaría a viejos portales en el ghetto de Marais, quizá estuviera charlando con una vendedora de papas fritas o comiendo una salchicha caliente en el boulevard de Sébastopol. De todas maneras subí hasta el puente, y la Maga no estaba. Ahora la Maga no estaba en mi camino, y aunque conocíamos nuestros domicilios, cada hueco de nuestras dos habitaciones de falsos estudiantes en París, cada tarjeta postal abriendo una ventanita Braque o Ghirlandaio o Max Ernst contra las molduras baratas y los papeles chillones, aún así no nos buscaríamos en nuestras casas. Preferíamos encontrarnos en el puente, en la terraza de un café, en un cine-club o agachados junto a un gato en cualquier patio del barrio latino. Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos. Oh Maga, en cada mujer parecida a vos se agolpaba como un silencio ensordecedor, una pausa filosa y cristalina que acababa por derrumbarse tristemente, como un paraguas mojado que se cierra. Justamente un paraguas, Maga, te acordarías quizá de aquel paraguas viejo que sacrificamos en un barranco del Parc Montsouris, un atardecer helado de marzo. Lo tiramos porque lo habías encontrado en la Place de la Concorde, ya un poco roto, y lo usaste muchísimo, sobre todo para meterlo en las costillas de la gente en el metro y en los autobuses, siempre torpe y distraída y pensando en pájaros pintos o en un dibujito que hacían dos moscas en el techo del coche, y aquella tarde cayó un chaparrón y vos quisiste abrir orgullosa tu paraguas cuando entrábamos en el parque, y en tu mano se armó una catástrofe de relámpagos fríos y nubes negras, jirones de tela destrozada cayendo entre destellos de varillas desencajadas, y nos reíamos como locos mientras nos empapábamos, pensando que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque, no podía entrar en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda; entonces yo lo arrollé lo mejor posible, lo llevamos hasta lo alto del parque, cerca del puentecito sobre el ferrocarril, y desde allí lo tiré con todas mis fuerzas al fondo de la barranca de césped mojado mientras vos proferías un grito donde vagamente creí reconocer una imprecación de walkyria. Y en el fondo del barranco se hundió como un barco que sucumbe al agua verde, al agua verde y procelosa, a la mer qui est plus félonesse en été qu’en biver, a la ola pérfida, Maga, según enumeraciones que detallamos largo rato, enamorados de Joinville y del parque, abrazados y semejantes a árboles mojados o a actores de cine de alguna pésima película húngara. Y quedó entre el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movía, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó. Oh Maga, y no estábamos contentos.
¿Qué venía yo a hacer al Pont des Arts? Me parece que este jueves de diciembre tenía pensado cruzar a la orilla derecha y beber vino en el cafecito de la rue des Lombards donde madame Léonie me mira la palma de la mano y me anuncia viajes y sorpresas. Nunca te llevé a que madame Léonie te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones, y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro. De manera que nunca te llevé a que madame Léonie, Maga; y sé, porque me lo dijiste, que a vos no te gustaba que yo te viese entrar en la pequeña librería de la rue de Verneuil, donde un anciano agobiado hace miles de fichas y sabe todo lo que puede saberse sobre historiografía. Ibas allí a jugar con un gato, y el viejo te dejaba entrar y no te hacía preguntas, contento de que a veces le alcanzaras algún libro de los estantes más altos. Y te calentabas en su estufa de gran caño negro y no te gustaba que yo supiera que ibas a ponerte al lado de esa estufa. Pero todo esto había que decirlo en su momento, sólo que era difícil precisar el momento de una cosa, y aún ahora, acodado en el puente, viendo pasar una pinaza color borravino, hermosísima como una gran cucaracha reluciente de limpieza, con una mujer de delantal blanco que colgaba ropa en un alambre de la proa, mirando sus ventanillas pintadas de verde con cortinas Hansel y Gretel, aún ahora, Maga, me preguntaba si este rodeo tenía sentido, ya que para llegar a la rue des Lombards me hubiera convenido más cruzar el Pont Saint Michel y el Pont au Change. Pero si hubieras estado ahí esa noche, como tantas otras veces, yo habría sabido que el rodeo tenía un sentido, y ahora en cambio envilecía mi fracaso llamándolo rodeo. Era cuestión, después de subirme el cuello de la canadiense, de seguir por los muelles hasta entrar en esa zona de grandes tiendas que se acaba en el Chatelet, pasar bajo la sombra violeta de la Tour Saint Jacques y subir por mi calle pensando en que no te había encontrado y en madame Léonie.
Sé que un día llegué a París, sé que estuve un tiempo viviendo de prestado, haciendo lo que otros hacen y viendo lo que otros ven. Sé que salías de un café de la rue du Cherche-Midi y que nos hablamos. Esa tarde todo anduvo mal, porque mis costumbres argentinas me prohibían cruzar continuamente de una vereda a otra para mirar las cosas más insignificantes en las vitrinas apenas iluminadas de unas calles que ya no recuerdo. Entonces te seguía de mala gana, encontrándote petulante y malcriada, hasta que te cansaste de no estar cansada y nos metimos en un café del Boul’Mich’ y de golpe, entre dos medialunas, me contaste un gran pedazo de tu vida.
Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Más tarde creí, más tarde hubo razones, hubo madame Léonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. “Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts.” (Una pinaza color borravino, Maga, y por qué no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)
Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo-Maga que era la torpeza y la confusión pero también helechos con la firma de la araña Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva, un mundo donde te movías como un caballo de ajedrez que se moviera como una torre que se moviera como un afil. Y entonces en esos días íbamos a los cine-clubs a ver películas mudas, porque yo con mi cultura, no es cierto, y vos pobrecita no entendías absolutamente nada de esa estridencia amarilla convulsa previa a tu nacimiento, esa emulsión estriada donde corrían los muertos; pero de repente pasa por ahí Harold Lloyd y entonces te sacudías el agua del sueño y al final te convencías de que todo había estado muy bien, y que Pabst y que Fritz Lang. Me hartabas un poco con tu manía de perfección, con tus zapatos rotos, con tu negativa a aceptar lo aceptable. Comíamos hamburgers en el Carrefour de l’Odéon, y nos íbamos en bicicleta a Montparnasse, a cualquier hotel, a cualquier almohada. Pero otras veces seguíamos hasta la Porte d’Orléans, cono-cíamos cada vez mejor la zona de terrenos baldíos que hay más allá del Boulevard Jourdan, donde a veces a medianoche se reunían los del Club de Serpiente para hablar con un vidente ciego, paradoja estimulante (...)
Editorial La Jornada
Rescates: contrastes y coincidencias
El paquete de reactivación económica por un total de 789 mil millones de dólares cuya aprobación se amarró ayer en el Congreso estadunidense, parece ser el punto opuesto al programa de rescate financiero adoptado en las postrimerías de la presidencia de George W. Bush: mientras el primero se orienta a reactivar el empleo y, vía recortes impositivos, a apoyar a las empresas y a los causantes particulares, y tiene por ello una enorme gama de beneficiarios, el segundo fue destinado a restañar el poder de los grandes capitales financieros –es decir, de unos cuantos–, puestos en jaque por su propia ambición e irresponsabilidad. El dinero gestionado por Bush para los banqueros fue dilapidado en parte en primas y bonos millonarios para ejecutivos bancarios ineptos e inescrupulosos, y su aplicación ha dado pie a un revoloteo de negocios turbios, como simulaciones hipotecarias fraudulentas que, como informó ayer la Oficina Federal de Investigación –FBI, por sus siglas en inglés–, resultan atraídos por “una inyección de tanto dinero en tan poco tiempo”.
El abuso de los ejecutivos bancarios que se asignaron grandes sumas de dinero procedente del bolsillo de los contribuyentes, especialmente en el contexto de la absorción del desfondado Merrill Lynch por el Bank of America –operación respaldada con 138 mil millones de dólares–, ha llevado al presidente Barack Obama a estipular un límite máximo a las percepciones de los directivos de los bancos “rescatados”, medida que se extendería a aquellas empresas que reciban grandes montos de fondos públicos y que, lamentablemente, no se ha hecho retroactiva ni general para todas las compañías asistidas por el Estado. Ello significa que los dineros privatizados mediante prácticas inescrupulosas pueden darse por perdidos para las arcas públicas.
Estos hechos distan de ser ajenos a la realidad mexicana. En días pasados, en el foro económico de Davos, Ernesto Zedillo, impulsor del rescate bancario en nuestro país, y el actual titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, evocaron en términos elogiosos aquella operación que resultó en un gigantesco cúmulo de fraudes y apropiaciones indebidas de recursos públicos. A diferencia de lo que ocurre en la nación vecina, donde la FBI ha destacado más de un centenar de agentes para dar seguimiento a posibles operaciones ilícitas en el contexto del rescate bancario –se habla de medio millar de fraudes cometidos de octubre a la fecha–, ni las autoridades emanadas del Partido Revolucionario Institucional ni las surgidas de Acción Nacional han tenido la voluntad política para esclarecer las pérdidas monumentales sufridas por la nación a raíz de los negocios sucios del Fobaproa-IPAB. Ese mecanismo ha arrojado sobre las finanzas públicas una deuda cercana al billón de pesos y ha sido un factor fundamental para explicar el estancamiento económico del país en ocho años, desde mucho antes de que se declarara la actual crisis económica mundial, pero no sirvió ni poco ni mucho para rescatar a la banca mexicana: tras ser saneada con cargo al erario, fue rematada a una hornada de banqueros temporales, quienes a su vez la revendieron con utilidad a grandes corporaciones extranjeras, en ocasiones sin pagar un centavo de impuestos por las transacciones multimillonarias. Hoy en día el Estado mexicano subsidia, vía bonos del Fobaproa-IPAB, a entidades financieras de Estados Unidos, Europa y Asia, sin que el país se beneficie con ello en lo mínimo.
Otro contraste que debe ser mencionado es que, mientras al norte del río Bravo los políticos y gobernantes realizan un esfuerzo sin precedente para acordar una magna intervención pública en la economía, a fin de generar puestos de trabajo –el objetivo es crear 3 millones y medio de empleos–, las autoridades mexicanas observan, impasibles, el alarmante incremento del desempleo sin darse cuenta, al parecer, de las implicaciones que ese fenómeno tendrá en términos de sufrimiento humano, de desintegración familiar y social y de descontento político. Por el contrario, la consigna oficial del momento es cerrar los ojos y los oídos ante el desarrollo de los acontecimientos y tapar las bocas ajenas que alertan, no por afán de sabotear al gobierno calderonista sino por puro sentido común, sobre la peligrosidad de las perspectivas que se abren con la crisis presente y con la inacción gubernamental ante ella.
Rescates: contrastes y coincidencias
El paquete de reactivación económica por un total de 789 mil millones de dólares cuya aprobación se amarró ayer en el Congreso estadunidense, parece ser el punto opuesto al programa de rescate financiero adoptado en las postrimerías de la presidencia de George W. Bush: mientras el primero se orienta a reactivar el empleo y, vía recortes impositivos, a apoyar a las empresas y a los causantes particulares, y tiene por ello una enorme gama de beneficiarios, el segundo fue destinado a restañar el poder de los grandes capitales financieros –es decir, de unos cuantos–, puestos en jaque por su propia ambición e irresponsabilidad. El dinero gestionado por Bush para los banqueros fue dilapidado en parte en primas y bonos millonarios para ejecutivos bancarios ineptos e inescrupulosos, y su aplicación ha dado pie a un revoloteo de negocios turbios, como simulaciones hipotecarias fraudulentas que, como informó ayer la Oficina Federal de Investigación –FBI, por sus siglas en inglés–, resultan atraídos por “una inyección de tanto dinero en tan poco tiempo”.
El abuso de los ejecutivos bancarios que se asignaron grandes sumas de dinero procedente del bolsillo de los contribuyentes, especialmente en el contexto de la absorción del desfondado Merrill Lynch por el Bank of America –operación respaldada con 138 mil millones de dólares–, ha llevado al presidente Barack Obama a estipular un límite máximo a las percepciones de los directivos de los bancos “rescatados”, medida que se extendería a aquellas empresas que reciban grandes montos de fondos públicos y que, lamentablemente, no se ha hecho retroactiva ni general para todas las compañías asistidas por el Estado. Ello significa que los dineros privatizados mediante prácticas inescrupulosas pueden darse por perdidos para las arcas públicas.
Estos hechos distan de ser ajenos a la realidad mexicana. En días pasados, en el foro económico de Davos, Ernesto Zedillo, impulsor del rescate bancario en nuestro país, y el actual titular del Ejecutivo federal, Felipe Calderón, evocaron en términos elogiosos aquella operación que resultó en un gigantesco cúmulo de fraudes y apropiaciones indebidas de recursos públicos. A diferencia de lo que ocurre en la nación vecina, donde la FBI ha destacado más de un centenar de agentes para dar seguimiento a posibles operaciones ilícitas en el contexto del rescate bancario –se habla de medio millar de fraudes cometidos de octubre a la fecha–, ni las autoridades emanadas del Partido Revolucionario Institucional ni las surgidas de Acción Nacional han tenido la voluntad política para esclarecer las pérdidas monumentales sufridas por la nación a raíz de los negocios sucios del Fobaproa-IPAB. Ese mecanismo ha arrojado sobre las finanzas públicas una deuda cercana al billón de pesos y ha sido un factor fundamental para explicar el estancamiento económico del país en ocho años, desde mucho antes de que se declarara la actual crisis económica mundial, pero no sirvió ni poco ni mucho para rescatar a la banca mexicana: tras ser saneada con cargo al erario, fue rematada a una hornada de banqueros temporales, quienes a su vez la revendieron con utilidad a grandes corporaciones extranjeras, en ocasiones sin pagar un centavo de impuestos por las transacciones multimillonarias. Hoy en día el Estado mexicano subsidia, vía bonos del Fobaproa-IPAB, a entidades financieras de Estados Unidos, Europa y Asia, sin que el país se beneficie con ello en lo mínimo.
Otro contraste que debe ser mencionado es que, mientras al norte del río Bravo los políticos y gobernantes realizan un esfuerzo sin precedente para acordar una magna intervención pública en la economía, a fin de generar puestos de trabajo –el objetivo es crear 3 millones y medio de empleos–, las autoridades mexicanas observan, impasibles, el alarmante incremento del desempleo sin darse cuenta, al parecer, de las implicaciones que ese fenómeno tendrá en términos de sufrimiento humano, de desintegración familiar y social y de descontento político. Por el contrario, la consigna oficial del momento es cerrar los ojos y los oídos ante el desarrollo de los acontecimientos y tapar las bocas ajenas que alertan, no por afán de sabotear al gobierno calderonista sino por puro sentido común, sobre la peligrosidad de las perspectivas que se abren con la crisis presente y con la inacción gubernamental ante ella.
Ricardo Rocha Detrás
de la Noticia
Atenco y la infamia
Todo empezó en 2001, cuando Montiel y Fox se amafiaron en el negocio del siglo: un nuevo aeropuerto
Escucha al autor
La represión en Atenco es uno de los más vergonzantes capítulos en la historia reciente de este país. Y tiene razón el ministro Góngora Pimentel: nunca se trató de reabrir una carretera. Fue un acto de venganza.
Todo empezó en 2001, cuando los indefendibles Arturo Montiel, gobernador, y Vicente Fox, presidente, se amafiaron en el negocio del siglo, disfrazado de la obra del sexenio: la construcción de un nuevo aeropuerto que extinguiría la existencia de Atenco, un municipio de honda raigambre prehispánica.
Esa ambición desencadenó una larga lista de abusivas torpezas: los gobiernos quisieron comprar al presidente municipal; contando con 70 pesos de presupuesto por metro cuadrado, ofrecieron sólo siete; desataron una campaña de odio y menosprecio contra los de Atenco por oponerse a desaparecer “en beneficio de la patria”. Por eso dijeron: no vendemos. A ningún precio.
De ahí comenzó una admirable batalla en tres frentes: la movilización social que llegó hasta el Zócalo con los machetes en alto como símbolo del trabajo en el campo; la conformación del Frente de Pueblos Unidos en Defensa de la Tierra —con adhesiones regionales, nacionales e internacionales— y una brillante defensa jurídica del maestro Ignacio Burgoa Orihuela. Hasta que en agosto de 2002 una furiosa presidencia foxista tuvo que anunciar la cancelación del proyecto y la revocación del decreto expropiatorio. Atenco venció a los dos gobiernos. Al PAN y al PRI.
Sólo esa factura pendiente explica la rabia de cuatro años después. Cuando en abril de 2006 un incidente de policías municipales contra vendedores de flores en Texcoco derivaría en una escalada de violencia que culminó en la madrugada del 4 de mayo.
Cuando los 5 mil atenquenses vivieron en carne propia el ataque virulento de 3 mil policías estatales y federales. Los que saquearon sus casas. Los que golpearon sistemática y profesionalmente a todo aquel que encontraban y aun a los que huían. Los que les mataron a dos de sus jóvenes. Los que les detuvieron y torturaron a sus padres e hijos. Los que violaron a sus mujeres de camino a la cárcel.
Esos hechos jamás se investigaron. Hoy día no hay responsables ni materiales ni intelectuales. En cambio, por retener unas horas a una decena de policías, los líderes de Atenco están en la cárcel de más alta seguridad en el país. Junto a asesinos, narcotraficantes y secuestradores. Fueron condenados a 112 años de prisión.
El caso Atenco está en la Suprema Corte de Justicia. Donde no se hará justicia. Y en donde por una de esas absurdas y mexicanísimas lagunas legales no habrá señalamientos de responsables y menos aun de castigos. Aunque no es menospreciable un fallo de indiscutible significación para la moral pública de este país.
Al momento de escribir estas líneas todavía se desconoce la determinación final de la mayoría. Pero Atenco ha desnudado ya el pellejo de los ministros. Brillos y oscuridades. Tamaños y calañas. Los que quieren salvar lo que de honorable le queda a la Corte. Y los que sólo piensan en beber y comer hasta el hartazgo con los poderosos.
Que nadie se confunda. La brutalidad de los policías no fue una ocurrencia del momento. Fueron entrenados y condicionados para actuar con salvajismo cavernario.
Que nadie se confunda. Al ministro —de cuyo nombre no quiero acordarme— que dijo que no servían como francotiradores contra políticos sólo le faltó decir que sí servían como tapaderas de políticos.
Que nadie se confunda. Se trata de no resignarnos al imperio del más fuerte. De no pagar por el delito de ser pobre. Se trata de hacer justicia a secas.
Atenco y la infamia
Todo empezó en 2001, cuando Montiel y Fox se amafiaron en el negocio del siglo: un nuevo aeropuerto
Escucha al autor
La represión en Atenco es uno de los más vergonzantes capítulos en la historia reciente de este país. Y tiene razón el ministro Góngora Pimentel: nunca se trató de reabrir una carretera. Fue un acto de venganza.
Todo empezó en 2001, cuando los indefendibles Arturo Montiel, gobernador, y Vicente Fox, presidente, se amafiaron en el negocio del siglo, disfrazado de la obra del sexenio: la construcción de un nuevo aeropuerto que extinguiría la existencia de Atenco, un municipio de honda raigambre prehispánica.
Esa ambición desencadenó una larga lista de abusivas torpezas: los gobiernos quisieron comprar al presidente municipal; contando con 70 pesos de presupuesto por metro cuadrado, ofrecieron sólo siete; desataron una campaña de odio y menosprecio contra los de Atenco por oponerse a desaparecer “en beneficio de la patria”. Por eso dijeron: no vendemos. A ningún precio.
De ahí comenzó una admirable batalla en tres frentes: la movilización social que llegó hasta el Zócalo con los machetes en alto como símbolo del trabajo en el campo; la conformación del Frente de Pueblos Unidos en Defensa de la Tierra —con adhesiones regionales, nacionales e internacionales— y una brillante defensa jurídica del maestro Ignacio Burgoa Orihuela. Hasta que en agosto de 2002 una furiosa presidencia foxista tuvo que anunciar la cancelación del proyecto y la revocación del decreto expropiatorio. Atenco venció a los dos gobiernos. Al PAN y al PRI.
Sólo esa factura pendiente explica la rabia de cuatro años después. Cuando en abril de 2006 un incidente de policías municipales contra vendedores de flores en Texcoco derivaría en una escalada de violencia que culminó en la madrugada del 4 de mayo.
Cuando los 5 mil atenquenses vivieron en carne propia el ataque virulento de 3 mil policías estatales y federales. Los que saquearon sus casas. Los que golpearon sistemática y profesionalmente a todo aquel que encontraban y aun a los que huían. Los que les mataron a dos de sus jóvenes. Los que les detuvieron y torturaron a sus padres e hijos. Los que violaron a sus mujeres de camino a la cárcel.
Esos hechos jamás se investigaron. Hoy día no hay responsables ni materiales ni intelectuales. En cambio, por retener unas horas a una decena de policías, los líderes de Atenco están en la cárcel de más alta seguridad en el país. Junto a asesinos, narcotraficantes y secuestradores. Fueron condenados a 112 años de prisión.
El caso Atenco está en la Suprema Corte de Justicia. Donde no se hará justicia. Y en donde por una de esas absurdas y mexicanísimas lagunas legales no habrá señalamientos de responsables y menos aun de castigos. Aunque no es menospreciable un fallo de indiscutible significación para la moral pública de este país.
Al momento de escribir estas líneas todavía se desconoce la determinación final de la mayoría. Pero Atenco ha desnudado ya el pellejo de los ministros. Brillos y oscuridades. Tamaños y calañas. Los que quieren salvar lo que de honorable le queda a la Corte. Y los que sólo piensan en beber y comer hasta el hartazgo con los poderosos.
Que nadie se confunda. La brutalidad de los policías no fue una ocurrencia del momento. Fueron entrenados y condicionados para actuar con salvajismo cavernario.
Que nadie se confunda. Al ministro —de cuyo nombre no quiero acordarme— que dijo que no servían como francotiradores contra políticos sólo le faltó decir que sí servían como tapaderas de políticos.
Que nadie se confunda. Se trata de no resignarnos al imperio del más fuerte. De no pagar por el delito de ser pobre. Se trata de hacer justicia a secas.
José Luis Calva
Slim y las dos crisis
Durante su participación en el foro “México ante la crisis. ¿Qué hacer para crecer?”, el ingeniero Carlos Slim se refirió a dos géneros de problemas que México debe superar para lograr un robusto crecimiento económico: uno coyuntural, o de corto plazo, derivado de la crisis económica internacional desencadenada por el cataclismo de Wall Street —la cual ha sido reconocida por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otros organismos multilaterales como la más grave desde la Segunda Guerra Mundial—, cuyos efectos negativos sobre la economía mexicana son ya considerables; y otra problemática de largo plazo, derivada del modelo económico aplicado en México durante el último cuarto de siglo, que ha traído consigo un crecimiento del PIB per cápita cercano a cero.
Lamentablemente, la estridente campaña emprendida por funcionarios del gobierno federal en contra de una de las tesis específicas expuestas por Slim —la magnitud de la contracción económica que resultará de esta crisis— ha obstaculizado el análisis ecuánime y omnicomprensivo de las reflexiones y propuestas de Slim, que no sólo sugieren qué hacer para superar la crisis económica que apenas comienza, sino también para conseguir posteriormente un robusto crecimiento económico, superando la crisis crónica.
La andanada oficial ha sido cumplidamente analizada por otros colegas, que han contrastado la visión de Slim con la subestimación sistemática de la gravedad de la actual crisis económica que ha caracterizado los diagnósticos y las acciones del gobierno federal.
Por ello, nos referiremos sólo al diagnóstico de Slim sobre la crisis crónica derivada del modelo económico basado en el Consenso de Washington. “Apena —dijo Slim— que después de la crisis de la deuda externa, hayamos crecido cero en términos de PIB per cápita, no es mediocre, es peor que mediocre (…) es 0%, incluyendo a los mexicanos que han tenido que irse por no encontrar posibilidades de trabajo en este país”.
Las cuentas de Slim son casi correctas: considerando a la población residente en México, el crecimiento del PIB per cápita durante el periodo 1983-2008 ha sido de 0.8% anual; pero si agregamos a los mexicanos que han emigrado fuera del país durante este lapso, la tasa media de crecimiento del PIB per cápita es de 0.3% anual”.
En contraste, bajo el modelo económico keynesiano-cepalino o de la Revolución Mexicana, basado en una economía de mercado con un relevante papel del Estado como rector y promotor activo del desarrollo económico y social, el PIB per cápita —no obstante el elevado crecimiento demográfico de esa época— creció a una tasa media de 3.2 % anual entre 1934 y 1982, trayendo consigo una considerable elevación de los salarios reales (70.9% en el caso de los mínimos) y una sistemática reducción de la pobreza.
El coup d’main neoliberal —realizado en 1982— significó la cancelación de este proyecto de nación. Como resultado, no sólo se interrumpió el crecimiento del PIB per cápita, sino que los salarios mínimos perdieron 70.9% de su poder de compra durante el periodo 1983-2008, más de 11 millones de mexicanos emigraron a Estados Unidos y más de 20 millones de mexicanos cayeron en la pobreza y la indigencia.
Por eso, es necesario poner punto final a este modelo económico ineficiente. “Me dio mucho gusto en la inauguración del foro —dijo Slim— no sólo el foro mismo, sino las palabras del presidente del Congreso, el diputado César Duarte, que dice: ‘Hay que hacer una revisión estructural del modelo y un rediseño del sistema financiero’. Es lo que hace falta”. Ciertamente.
Desde luego, no se trata de una tarea menor: exige un magno esfuerzo de inteligencia colectiva, de buena fe y de voluntad ciudadana para diseñar e instrumentar una nueva estrategia económica que genere mayor riqueza y asegure a cada mexicano la opción certera de una existencia digna.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
Durante su participación en el foro “México ante la crisis. ¿Qué hacer para crecer?”, el ingeniero Carlos Slim se refirió a dos géneros de problemas que México debe superar para lograr un robusto crecimiento económico: uno coyuntural, o de corto plazo, derivado de la crisis económica internacional desencadenada por el cataclismo de Wall Street —la cual ha sido reconocida por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otros organismos multilaterales como la más grave desde la Segunda Guerra Mundial—, cuyos efectos negativos sobre la economía mexicana son ya considerables; y otra problemática de largo plazo, derivada del modelo económico aplicado en México durante el último cuarto de siglo, que ha traído consigo un crecimiento del PIB per cápita cercano a cero.
Lamentablemente, la estridente campaña emprendida por funcionarios del gobierno federal en contra de una de las tesis específicas expuestas por Slim —la magnitud de la contracción económica que resultará de esta crisis— ha obstaculizado el análisis ecuánime y omnicomprensivo de las reflexiones y propuestas de Slim, que no sólo sugieren qué hacer para superar la crisis económica que apenas comienza, sino también para conseguir posteriormente un robusto crecimiento económico, superando la crisis crónica.
La andanada oficial ha sido cumplidamente analizada por otros colegas, que han contrastado la visión de Slim con la subestimación sistemática de la gravedad de la actual crisis económica que ha caracterizado los diagnósticos y las acciones del gobierno federal.
Por ello, nos referiremos sólo al diagnóstico de Slim sobre la crisis crónica derivada del modelo económico basado en el Consenso de Washington. “Apena —dijo Slim— que después de la crisis de la deuda externa, hayamos crecido cero en términos de PIB per cápita, no es mediocre, es peor que mediocre (…) es 0%, incluyendo a los mexicanos que han tenido que irse por no encontrar posibilidades de trabajo en este país”.
Las cuentas de Slim son casi correctas: considerando a la población residente en México, el crecimiento del PIB per cápita durante el periodo 1983-2008 ha sido de 0.8% anual; pero si agregamos a los mexicanos que han emigrado fuera del país durante este lapso, la tasa media de crecimiento del PIB per cápita es de 0.3% anual”.
En contraste, bajo el modelo económico keynesiano-cepalino o de la Revolución Mexicana, basado en una economía de mercado con un relevante papel del Estado como rector y promotor activo del desarrollo económico y social, el PIB per cápita —no obstante el elevado crecimiento demográfico de esa época— creció a una tasa media de 3.2 % anual entre 1934 y 1982, trayendo consigo una considerable elevación de los salarios reales (70.9% en el caso de los mínimos) y una sistemática reducción de la pobreza.
El coup d’main neoliberal —realizado en 1982— significó la cancelación de este proyecto de nación. Como resultado, no sólo se interrumpió el crecimiento del PIB per cápita, sino que los salarios mínimos perdieron 70.9% de su poder de compra durante el periodo 1983-2008, más de 11 millones de mexicanos emigraron a Estados Unidos y más de 20 millones de mexicanos cayeron en la pobreza y la indigencia.
Por eso, es necesario poner punto final a este modelo económico ineficiente. “Me dio mucho gusto en la inauguración del foro —dijo Slim— no sólo el foro mismo, sino las palabras del presidente del Congreso, el diputado César Duarte, que dice: ‘Hay que hacer una revisión estructural del modelo y un rediseño del sistema financiero’. Es lo que hace falta”. Ciertamente.
Desde luego, no se trata de una tarea menor: exige un magno esfuerzo de inteligencia colectiva, de buena fe y de voluntad ciudadana para diseñar e instrumentar una nueva estrategia económica que genere mayor riqueza y asegure a cada mexicano la opción certera de una existencia digna.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
Manuel Bartlett Díaz
Plutocracia
La reforma constitucional que prohíbe la compra de propaganda en los medios electrónicos y asegura el acceso gratuito a todos los partidos en tiempos del Estado significó un avance fundamental para la equidad electoral y el derecho a la información; persigue conjurar el dominio del dinero y la dictadura televisiva, o sea, el dominio inapelable de la plutocracia. No es invención mexicana; está en la legislación de la mayoría de los países democráticos.
Dos escándalos forzaron a la reforma. Primero, la ausencia de control de las precampañas y la compra ilimitada de propaganda en los medios permitieron a los “amigos de Fox” imponer su candidatura. Durante seis años se intentó la reforma que evitara lo anterior, pero se topó con la colusión de intereses en el Congreso que no sólo la impidieron sino reviraron con la ley Televisa.
El segundo escándalo se dio en la elección de Felipe Calderón; el Tribunal Electoral reprobó la manipulación del electorado por las televisoras, sus “campañas negras” y la compra ilegal, aun impune, de spots por organismos empresariales.
Resultó rabiosa la oposición de empresarios y televisoras a la reforma constitucional. Los primeros promoviendo campañas descalificadoras y amparos para defender su particular concepción de libertad de expresión contraria a la equidad electoral. Las televisoras, por su parte, mantienen la presión no sólo por las ganancias perdidas por la gratuidad decretada, sino por el poder que significa la utilización de una concesión destinada al servicio público para imponer sus intereses.
Unos y otros apoyan su labor de zapa en sus aliados; en el Congreso, los mismos que les sirvieron aprobando la ley Televisa, y en el gobierno, que igual al anterior sostiene una falsa popularidad basada en la realidad ficticia que fabrica la televisión.
La agresión al público y a las autoridades con la confabulación de Televisa y TV Azteca para interrumpir eventos deportivos de la más alta audiencia, concentrando los mensajes ordenados por el IFE para enardecer al público y presentar la trascendente reforma como absurda, no expresa sólo la insolencia de dos personajes —Azcárraga y Salinas— o supuesta valentía, sino su confianza en la protección por su connivencia con el poder. Connivencias que desarmaron la Ley Electoral estableciendo sanciones intrascendentes, eliminando la cancelación de la concesión que había sido propuesta como medida última indispensable.
Recordemos las declaraciones timoratas ante el reclamo general de los legisladores que aprobaron la reforma constitucional ridiculizada ante el público. El coordinador del PRI en el Senado, que ya había anunciado impúdicamente una segunda ley Televisa, en lugar de reprobar el desacato arguyó que toda ley es perfectible, insinuando posible rectificación. El IFE ya inició el procedimiento sancionador, pero le repitieron la violación al siguiente domingo, no interrumpieron partidos pero no pasaron los mensajes. La contumacia es evidente. El IFE surgido de los partidos tiene que trascenderlos. Gobernación se disfraza de “amigable componedor” cuando es autoridad en radiodifusión, responsabilidad que hace tiempo incumple en detrimento del auditorio. De no someter a las televisoras a la ley no habrá democracia, otra vez.
mbartlett_diaz@hotmail.com
Ex secretario de Estado
Dos escándalos forzaron a la reforma. Primero, la ausencia de control de las precampañas y la compra ilimitada de propaganda en los medios permitieron a los “amigos de Fox” imponer su candidatura. Durante seis años se intentó la reforma que evitara lo anterior, pero se topó con la colusión de intereses en el Congreso que no sólo la impidieron sino reviraron con la ley Televisa.
El segundo escándalo se dio en la elección de Felipe Calderón; el Tribunal Electoral reprobó la manipulación del electorado por las televisoras, sus “campañas negras” y la compra ilegal, aun impune, de spots por organismos empresariales.
Resultó rabiosa la oposición de empresarios y televisoras a la reforma constitucional. Los primeros promoviendo campañas descalificadoras y amparos para defender su particular concepción de libertad de expresión contraria a la equidad electoral. Las televisoras, por su parte, mantienen la presión no sólo por las ganancias perdidas por la gratuidad decretada, sino por el poder que significa la utilización de una concesión destinada al servicio público para imponer sus intereses.
Unos y otros apoyan su labor de zapa en sus aliados; en el Congreso, los mismos que les sirvieron aprobando la ley Televisa, y en el gobierno, que igual al anterior sostiene una falsa popularidad basada en la realidad ficticia que fabrica la televisión.
La agresión al público y a las autoridades con la confabulación de Televisa y TV Azteca para interrumpir eventos deportivos de la más alta audiencia, concentrando los mensajes ordenados por el IFE para enardecer al público y presentar la trascendente reforma como absurda, no expresa sólo la insolencia de dos personajes —Azcárraga y Salinas— o supuesta valentía, sino su confianza en la protección por su connivencia con el poder. Connivencias que desarmaron la Ley Electoral estableciendo sanciones intrascendentes, eliminando la cancelación de la concesión que había sido propuesta como medida última indispensable.
Recordemos las declaraciones timoratas ante el reclamo general de los legisladores que aprobaron la reforma constitucional ridiculizada ante el público. El coordinador del PRI en el Senado, que ya había anunciado impúdicamente una segunda ley Televisa, en lugar de reprobar el desacato arguyó que toda ley es perfectible, insinuando posible rectificación. El IFE ya inició el procedimiento sancionador, pero le repitieron la violación al siguiente domingo, no interrumpieron partidos pero no pasaron los mensajes. La contumacia es evidente. El IFE surgido de los partidos tiene que trascenderlos. Gobernación se disfraza de “amigable componedor” cuando es autoridad en radiodifusión, responsabilidad que hace tiempo incumple en detrimento del auditorio. De no someter a las televisoras a la ley no habrá democracia, otra vez.
mbartlett_diaz@hotmail.com
Ex secretario de Estado
Miguel Carbonell
Atenco: los hechos probados
A veces es difícil seguir las discusiones que se ventilan en la Suprema Corte. Uno prende el Canal Judicial y le cuesta comprender qué dicen los ministros. La prolongada lectura de documentos que suelen hacer algunos de ellos es tediosa y llega a ser aburrida. Pero el caso que han discutido esta semana, pese a las complejidades técnicas que lo rodean, debe quedar claro al menos por lo que hace a los hechos que el ministro ponente da por probados, y que son de una inusitada gravedad.
El ministro Gudiño en su dictamen nos informa que los días 3 y 4 de mayo de 2006 hubo en el estado de México una violación grave y masiva de derechos humanos. El dictamen da por acreditado que al menos 10 policías golpearon a un camarógrafo de televisión. Muchos detenidos fueron golpeados ya en el piso, los policías les dieron pisotones y patadas por todo el cuerpo.
El 3 de mayo la policía detuvo a 101 personas, de las cuales 81 presentaban lesiones que no eran propias de una detención normal (es decir, que habían sido causadas una vez que la persona estaba ya detenida). El 4 de mayo hubo 106 detenidos, 96 de los cuales presentaban el mismo patrón de lesiones.
Gudiño sostiene en su dictamen que 31 mujeres dijeron haber sido agredidas sexualmente por los policías: 21 de ellas afirmaron haber sido objeto de tocamientos intencionales de carácter sexual en diversas partes de su cuerpo, por encima y por debajo de la ropa; 10 afirmaron haber sido violadas, sobre todo a través de la introducción de los dedos de los policías en su vagina.
El dictamen afirma además que a cinco personas extranjeras les fueron violados varios de sus derechos humanos y fueron expulsadas indebidamente del territorio nacional.
Por todo ello el dictamen estima que debe considerarse como responsables de una violación grave derechos humanos (con diversos grados de responsabilidad, como es obvio) al menos a 12 funcionarios de la Procuraduría de Justicia del Estado de México, cuatro del Instituto Nacional de Migración, 14 empleados municipales, 657 miembros de la PFP, mil 901 integrantes de la Agencia Estatal de Seguridad Pública del Estado de México y 115 policías municipales.
No estamos frente a un caso común y corriente, sino ante un episodio lamentable de exceso y brutalidad policiaca. Cabe recordar que el caso ya había sido objeto, hace meses, de una documentada recomendación de la CNDH que llegaba a conclusiones parecidas a las de Gudiño. Cuando la recomendación fue emitida, el entonces secretario de Seguridad Pública federal la rechazó, sin dar mayores argumentos ni ser capaz de refutar las afirmaciones de la CNDH. Es el mismo personaje que sigue ocupando un alto puesto, pese a los pobres resultados de la dependencia a su cargo, en el gabinete del presidente Calderón.
Como quiera que sea, se trata de un hecho ante el que nadie puede esconder la cabeza ni desviar la mirada: de lo probado por Gudiño deben desprenderse responsabilidades jurídicas, pero también políticas. No basta con que los policías sean una vez más el eslabón en donde se detenga el asunto. Hay que mirar más arriba y pedir, al menos por decoro, la renuncia de los altos funcionarios involucrados. La Corte ha hecho su parte, pese a los aburridos monólogos de algunos de sus ministros. Ahora es momento de que actúen en serio el MP, los jueces penales y los mecanismos para exigir responsabilidades políticas.
www.miguelcarbonell.com
Investigador del IIJ-UNAM
El ministro Gudiño en su dictamen nos informa que los días 3 y 4 de mayo de 2006 hubo en el estado de México una violación grave y masiva de derechos humanos. El dictamen da por acreditado que al menos 10 policías golpearon a un camarógrafo de televisión. Muchos detenidos fueron golpeados ya en el piso, los policías les dieron pisotones y patadas por todo el cuerpo.
El 3 de mayo la policía detuvo a 101 personas, de las cuales 81 presentaban lesiones que no eran propias de una detención normal (es decir, que habían sido causadas una vez que la persona estaba ya detenida). El 4 de mayo hubo 106 detenidos, 96 de los cuales presentaban el mismo patrón de lesiones.
Gudiño sostiene en su dictamen que 31 mujeres dijeron haber sido agredidas sexualmente por los policías: 21 de ellas afirmaron haber sido objeto de tocamientos intencionales de carácter sexual en diversas partes de su cuerpo, por encima y por debajo de la ropa; 10 afirmaron haber sido violadas, sobre todo a través de la introducción de los dedos de los policías en su vagina.
El dictamen afirma además que a cinco personas extranjeras les fueron violados varios de sus derechos humanos y fueron expulsadas indebidamente del territorio nacional.
Por todo ello el dictamen estima que debe considerarse como responsables de una violación grave derechos humanos (con diversos grados de responsabilidad, como es obvio) al menos a 12 funcionarios de la Procuraduría de Justicia del Estado de México, cuatro del Instituto Nacional de Migración, 14 empleados municipales, 657 miembros de la PFP, mil 901 integrantes de la Agencia Estatal de Seguridad Pública del Estado de México y 115 policías municipales.
No estamos frente a un caso común y corriente, sino ante un episodio lamentable de exceso y brutalidad policiaca. Cabe recordar que el caso ya había sido objeto, hace meses, de una documentada recomendación de la CNDH que llegaba a conclusiones parecidas a las de Gudiño. Cuando la recomendación fue emitida, el entonces secretario de Seguridad Pública federal la rechazó, sin dar mayores argumentos ni ser capaz de refutar las afirmaciones de la CNDH. Es el mismo personaje que sigue ocupando un alto puesto, pese a los pobres resultados de la dependencia a su cargo, en el gabinete del presidente Calderón.
Como quiera que sea, se trata de un hecho ante el que nadie puede esconder la cabeza ni desviar la mirada: de lo probado por Gudiño deben desprenderse responsabilidades jurídicas, pero también políticas. No basta con que los policías sean una vez más el eslabón en donde se detenga el asunto. Hay que mirar más arriba y pedir, al menos por decoro, la renuncia de los altos funcionarios involucrados. La Corte ha hecho su parte, pese a los aburridos monólogos de algunos de sus ministros. Ahora es momento de que actúen en serio el MP, los jueces penales y los mecanismos para exigir responsabilidades políticas.
www.miguelcarbonell.com
Investigador del IIJ-UNAM
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