11/29/2009


El movimiento cívico y la lucha electoral
Arnaldo Córdova
H

Hay algo característico de los cenáculos de la izquierda que consiste en contraponer por sistema, incluso cuando no viene al caso, la lucha social por las reivindicaciones de las clases populares y su bienestar con la lucha electoral. La expresión electorero es, en el pensamiento de quienes practican ese vicio, sencillamente repugnante. Suena a corrupto, a sucio, a transa, a mercadeo, a entreguismo. El principio rector de ese peculiar modo de pensar es siempre la desconfianza en la política y, sobre todo, en los partidos y su negocio, que son las elecciones.

Eso que Jean-Paul Sartre llamó el imaginario y que no es otra cosa que el horizonte en el cual pensamos y nos proponemos algo, para la izquierda está poblado de fantasmas y de dogmas que le impiden pensar y proponer, sobre todo, esto último. Por lo menos, nunca se dice claramente. Si a alguien se le aclara: tú lo que propones es la lucha armada, de inmediato hay una negativa llena de azoro y hasta de cierta vergüenza y sólo se responde que lo único que sería deseable es que se actuara con mayor fuerza, con mayor dureza. Qué podrá ser eso es algo que jamás se sabrá.

Cuando pensamos la cuestión en el movimiento lopezobradorista, si se plantea sin enmarcarla en la reflexión, tratando de ver ante todo de qué clase de movimiento se trata, la confusión hace de inmediato su reino y las ideas y los sentimientos se disparan en los sentidos más inimaginables. El movimiento cívico, ¿un movimiento electorero? Eso parece oler a cloaca o a algo peor. Pero sucede que este movimiento enseñó su entraña desde el momento mismo en que nació, con el desafuero. Era y siempre ha sido un movimiento político, que nació para contender por el poder. ¿Por qué contender por el poder? Porque es un movimiento que lucha por la nación mexicana y por su pueblo, por sus trabajadores, por un Estado que se apegue a la ley, un auténtico Estado de derecho, por el desarrollo de México como nación libre y soberana.

Ese era el programa que López Obrador como aspirante a la Presidencia de la República presentó ya desde aquellos tiempos a la ciudadanía. A ese movimiento, que involucró a los partidos de izquierda sin excepciones y a una gran parte de la sociedad, le negaron el triunfo en las elecciones de 2006 mediante el fraude y el poder del dinero. Ese movimiento siguió, porque no se resignó a la derrota, y no fue sólo cosa de su líder, sino de todos los millones de sus seguidores. Y ahí ha permanecido, resistiendo todos los embates del poder combinado de la derecha y de los dueños del dinero. Su enseña fue siempre la misma, defender al México del pueblo y luchar porque la ambición de los poderosos no acabara destruyéndolo.

Se hizo patente también que seguía porque se iba a volver a luchar por el poder. ¿Cómo se puede luchar por el poder? Sólo hay unas cuantas vías y yo diría que sólo dos: una, la lucha armada; otra, la vía institucional, vale decir, la lucha electoral. Nadie en el movimiento pensó jamás en la lucha armada, si bien siempre se ha discutido el alcance de las iniciativas pacíficas: pacíficas, ¿hasta dónde? A veces a algunos les parece que ocupar un lugar público e incluso una oficina pública deja de ser pacífico. Eso siempre se puede discutir; pero la lucha pacífica e institucional quiere decir, sin rodeos, que no se usará de la violencia. En eso el movimiento y su líder han sido extremadamente coherentes.

¿De qué serviría un movimiento cívico que no luchara por el poder sino sólo por algunas cuantas demandas que no tuvieran nada que ver con el ejercicio del poder? Yo pienso que ni siquiera sería un movimiento cívico. Un movimiento cívico es un movimiento de ciudadanos, vale decir, de aquellos miembros de la sociedad que están dotados, constitucional y legalmente, del poder de decidir cómo debe ser el Estado, cómo su orden jurídico y, también, de elegir a quienes deben gobernar a la sociedad desde los puesto públicos. Este movimiento cívico quiere gobernar a la sociedad a través del poder del Estado porque encarna los sentimientos de todos aquellos que piensan que el de ahora es un pésimo gobierno.

El pasado sábado 21, Andrés Manuel López Obrador declaró que está listo para ser nuevamente el candidato de este movimiento, pero que ello dependerá de si es el que esté mejor posicionado entre todos los prospectos que puedan aspirar a ello en el mismo movimiento. No es sólo una aspiración suya sino también de una inmensa mayoría de quienes militan en ese movimiento. ¿Movimiento electorero? Para nada. El emblema y nombre del mismo lo indican claramente: no se puede defender la economía popular, el petróleo ni la soberanía nacional fuera del poder. Para eso se necesita el poder. Que los líderes tengan sus ambiciones personales es harto natural. Sólo hay que saber de qué tipo de ambiciones se trata.

Muchos deben pensar que el camino, más bien, debería consistir en ocupar carreteras y oficinas públicas o paralizar ciudades o, también, proclamar huelgas generales que dejen sin movimiento a la economía, sosteniendo al mismo tiempo que luchar en las justas electorales es perder el tiempo porque nunca nos dejarán ganar. Hay un modo de garantizar que nunca nos dejen ganar y es no hacer nada en ese campo y dejar a los adversarios que hagan por su cuenta las elecciones. Los panistas y los priístas estarían felices de ello. Un antiguo adagio reza que las luchas finales, con todo y por todo, son siempre la aspiración de aquellos que están perdidos de antemano y no encuentran otro modo de olvidar que son débiles frente a sus enemigos.

La lucha de este movimiento, siempre se ha aclarado, es una larga marcha en la que hay que armarse de mucha paciencia, de un deseo permanente de luchar y de una gran fe en la victoria. Cuando uno escucha a algunos de sus participantes siente que esos elementos faltan y que el desaliento se apodera de ellos. Ya estamos hartos de concentraciones que no nos llevan a nada, he escuchado. Pero esas mismas concentraciones tienen algo que se está volviendo un símbolo: siempre llenan el Zócalo y sus calles aledañas y en ellas el entusiasmo del encuentro con los demás se vuelve cada vez más fuerte y, lo más importante, cada vez más consciente. Estamos aprendiendo a luchar pacíficamente y con poder de convicción; estamos aprendiendo a usar la legalidad; el líder recorre el país porque le gusta, por supuesto (y hasta desearía hacerlo a pie), pero también para hacer presente ese movimiento hasta en los lugares más recónditos de nuestra geografía. Sólo falta mantener la confianza en el movimiento mismo y en sus objetivos de lucha.

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