7/04/2010

La columna de Elenita Poniatowska


Voces de la libertad: papeleritos y voceadores

Elena Poniatowska

Hoy ya no hay papeleritos; Carlos Fuentes ya no podría escribir “Tú que voceas los periódicos y duermes en el suelo…”. Al rato, a lo mejor, tampoco va a haber periódicos, todos recibiremos noticias cibernéticas en medio de dos dioses: el Internet y la televisión. Por eso el bello libro Voces de la libertad, que publica la Unión de Expendedores y Voceadores de los Periódicos de México para conmemorar el bicentenario, es una memoria emotiva que rescata una época que nunca volverá.

Los papeleritos son grandes aventureros y juglares. Niños de la calle, los pelan en los hospicios de donde salen a ganarse la vida. Ajenos al poder que emana del quinto poder, que es la prensa, los voceadores empiezan su jornada antes de las seis de la mañana, cosa que ni los gallos.

Dice Martha Celis de la Cruz que el triunfo de la revolución de Independencia abrió las puertas de la libertad de expresión y que las noticias sobre la guerra despertaron el gusto por la lectura.

“Quien se mete a periodista/ ¡Dios le valga. Dios le asista!/ Él ha de ser director,/ redactor y corrector,/ regente, editor, cajista,/ censor, colaborador,/ corresponsal, maquinista;/ ha de suplir al prensista/ y a veces… hasta al lector”, escribió Guillermo Prieto a mediados del siglo XIX.

En el Castillo de Chapultepec se presentó la obra que rinde homenaje a esos niños que durante la Independencia y la Revolución se dedicaron a repartir los periódicos, recorrían el centro de la ciudad de México y sus alrededores. Nadie sabía dónde comían, dónde vivían; la calle era su casa. Según la película El papelerito, que reseña Pepe Santoyo, una señora comidera, la tía Dominga, les daba de comer en la puerta de El Universal, y cuando le decían no traigo dinero, respondía: Ándale, come de todo y ahí me pagas cuando puedas.

Cristina Pacheco dice que los papeleros “con media noche a cuestas… forrados de hojas, son como árboles que pueden desplazarse y dar a las calles y avenidas una sombra distinta cada día”.

Patricio Redondo, el gran pedagogo que vino de España y fundó una escuela activa en San Andrés Tuxtla bajo un árbol, decía que ojalá y sus alumnos tuvieran el carácter de los papeleros que no se arredran ante nada, pero Ricardo Cortés Tamayo, quien es el que mejor ha descrito a los personajes populares de nuestra ciudad en libros que ilustró el notable grabador Alberto Beltrán, cuenta que a algún voceador se le va la lengua por decir cosas, “porque la segunda intención y el albur son el reino de su ingenio, y si algún vacilador le reprocha que si con esa boca come, está en lo cierto, porque con esa boca –de donde la voz le sale– el voceador come, se gana la vida”.

Cortés Tamayo cuenta: “Una noche de insoportable invierno –allá cuando el voceador se cobijaba con carteles sobre el colchón de la parrilla de un edificio, bajo la desnudez de Venus–, cierto extranjero preguntó a un pequeño voceador:

–Dime, ¿qué no tienes frío?

Y él replicó:

–¿Usted tiene frío en la cara?

–No –dijo el curioso.

–Pos haga cuenta que todo mi cuerpo es cara.

Los papeleritos son los primeros propagadores de las noticias escabrosas, del periodismo amarillista, gritan como bocinas estridentes para atraer a los lectores ávidos de información sobre crímenes pasionales, asaltos, suicidios, asesinatos políticos, desastres naturales, guerras, revoluciones, nuevos gobiernos.

¡¡Espantoso crimen en la Calzada de los Gallos!! ¡¡Espantoso crimen!!, con ese grito, el papelerito sabe que venderá periódicos como pan caliente”, afirma Cortés Tamayo.

Voces de la libertad contiene fotos que son una crónica de la cotidianidad de niños que llevan entre sus manos El Nacional, el periódico oficialista de los gobiernos posrevolucionarios; el Excélsior; El Universal, La Prensa, y El Demócrata, fundado por Rafael Martínez, mejor conocido como Rip-Rip, periodista revolucionario que apoyó a Francisco I. Madero y fue de los principales promotores para la creación, el 17 de enero de 1923, de la primera agrupación de papeleros en México, con el fin de mejorar sus condiciones de trabajo y de vida.

Los papeleritos ya volaron como sus hojas de periódicos; ahora, los niños de la calle se dedican a limpiar parabrisas, a meterse al narcotráfico o a no hacer nada, al “ni… ni” desolado de nuestra época. No es que antes supieran leer o estudiaran, pero sí trabajaban como burros, y su coraje, su entereza conmovía. La frase la universidad de la vida se refería a ellos. En 2010 ya no hay quien recorra las esquinas y rincones de la ciudad mientras vocifera los acontecimientos que cimbran a la sociedad. De eso se encargan hoy por hoy los aparatos de televisión y la radio. ¡Qué lástima! Sólo nos queda el recuerdo tan amarillento y quebradizo como una hoja de papel.

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