El relato es tan austero como el barrio berlinés de Gropiusstadt al que llegan los forasteros. La trama entera transcurre entre el cuarto de hospital y el departamento high-tech que los hombres comparten por un tiempo con Kim, la compañera asiática transexual de Petra. Más que una película de situaciones, Cisnes es una meticulosa observación de personajes masculinos en el compás de espera de un desenlace trágico. Viven el fantasma de la muerte como una enfermedad propia. Para el joven Manuel es la exacerbación casi patológica de su indolencia, interrumpida por sus paseos en patineta por Berlín, su afición por el graffiti urbano, o su turbación erótica ante el cuerpo andrógino de Kim o el cuerpo de su madre, desnudo e inerte, expuesto a su exploración adolescente, dispuesto para una imposible comunión filial. Para Tarso, inseparable del lecho de la mujer agonizante, la enfermedad de la muerte es una vivencia de soledad e incomunicación que lo sume en un estrés para el que busca remedio en una terapia alternativa.
Esta cadena de desencuentros y frustraciones es la sustancia de una película en la que aparentemente no sucede nada, y que exasperó, según las notas periodísticas disponibles, el ánimo de algunos espectadores en la Berlinale, rutinariamente enfrentados a una dinámica de productos atractivos, figuras estelares y alfombras rojas. Cabe preguntarse si un público condicionado hoy por la frivolidad del espectáculo es capaz aún de apreciar una película cuyo tema es una experiencia tan universalmente compartida como la muerte, tan presente en la literatura y en las artes plásticas, pero que al ser mostrada en la pantalla sorprende y molesta por no integrarse a una dinámica de entretenimiento, en su caso innecesaria cuando no absurda.
El realizador Wim Wenders alteró, un poco en broma un poco en serio, la denominación tradicional del cine en movimiento (motion pictures) para proponer un concepto de cine intimista denominado emotion pictures, donde los sentimientos y la emoción jugarían un papel más importante que la pura necesidad de entretenimiento. Su cine ilustra bien esa propuesta, y la tendencia creciente en el cine latinoamericano y el asiático a explorar el relato minimalista, va en una dirección parecida. Los resultados no siempre son óptimos, y el riesgo de caer en fórmulas y rutinas sigue presente. Lo improcedente, sin embargo, es pretender que un tema como el que explora la película Cisnes deba necesariamente mantener al espectador entretenido o al filo de la butaca. El riesgo para vastos sectores del público es llegar a perder en la era del Internet, la consulta rápida y el espectáculo trepidante, la capacidad de observación y análisis de una obra artística, el placer de la contemplación estética, todo lo que en fin aleja al cine de arte de la gran pasarela de los estrenos comerciales.
La película de Vieira da Silva relata la educación sentimental de un adolescente frente al misterio combinado de la enfermedad y el erotismo, y su rencuentro con una figura paternal hasta entonces esquiva o poco atractiva. Hay tantas soluciones posibles para la cinta como las hay en la enfermedad de Petra y en sus efectos sobre sus seres cercanos. Que el cine sea todavía capaz de transitar por terrenos delicados, sembrados de escollos, en lugar de complacerse en las grandes rutas de la gratificación sensorial instantánea, es naturalmente una buena noticia. Sin ser una película totalmente redonda en la narración o en su intensidad estética, Cisnes es una obra arriesgada, de ambientación exacta y buenas actuaciones, con finales tan misteriosos y abiertos como los que con malicia propone la vida misma.
Cisnes se exhibe hoy en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 18.30 horas. Otras opciones de la semana de cine alemán: www.cinetecanacional.net.
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