Luego
los primeros en quejarse por el gran monstruo creado, serían los mismos
oligarcas que condujeron a la población a tal estado de desesperación
Mientras
Felipe Calderón presume en la capital estadounidense que México es ya
“una nación de clase media”, el país se desgarra por una violencia
incontrolable que podría incluso agravarse, a pasos agigantados, si se
aprueba la reforma laboral y el Ejecutivo sigue actuando como simple
gestor de los poderes fácticos. En su afán de auto engañarse, el
todavía inquilino de Los Pinos afirmó que “hoy las familias mexicanas
tienen una mejor calidad de vida, además de que los problemas se
enfrentan con una economía que está en crecimiento aun en un medio
internacional adverso”.
Obviamente, nadie en su sano juicio podría creerle, pues México se desangra como ninguna otra nación latinoamericana, y por partida doble: por la “guerra” que inició Calderón al asumir ilegalmente la Presidencia, y porque la economía de las clases mayoritarias vive uno de sus peores momentos, a partir de que la tecnocracia se hizo del poder hace ya tres décadas. Esto último se habrá de confirmar durante los primeros meses del “gobierno” de Enrique Peña Nieto, cuando hagan crisis los problemas acumulados durante el actual sexenio, con el fin de mantener una macroeconomía “saneada”. Entonces se podrá comprobar si las reservas internacionales que dice tener el Banco de México son reales o un mero cuento de hadas para engañar incautos.
La terca realidad nos demuestra que Calderón habrá de dejar un país devastado, con 15 millones más de pobres de los que había en el año 2006, como asegura el director del Centro de Investigación en Economía y Negocios (Cien) del Tecnológico de Monterrey, José Luis de la Cruz Gallegos, en su estudio “Los retos de México ante el cambio de gobierno”. Aunque tal situación no se debió a falta de recursos, pues “el sector público federal contó con 850 mil millones de pesos excedentes a lo presupuestado”. Lo que ocurrió es que en buena medida ese monto se destinó a enriquecer a una burocracia dorada insaciable, con percepciones superiores a 3 millones de pesos al año, particularmente en las secretarías de Seguridad Pública y de Hacienda.
Dinero hubo de sobra para haber incentivado realmente el desarrollo, como lo patentizan algunos ejemplos: el regalo de 14 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI) este año, los contratos casi subrepticios de Pemex con dos astilleros españoles por más de 380 millones de dólares, los cuales dejan comprometida a la paraestatal con dichas empresas de Galicia por más de 30 meses. Sin embargo, a los trabajadores mexicanos se les negó durante el sexenio un salario remunerador, pues los “aumentos” a los salarios mínimos siempre fueron más bajos que la tasa inflacionaria. Al grado de que ahora la mano de obra mexicana es más barata que la de China.
No conforme con esta lamentable situación, Calderón quiere empobrecer aún más a los asalariados, por eso su empeño en que se apruebe en el Congreso la reforma laboral. Así se confirma el triste papel que desempeñó el michoacano al frente del Ejecutivo, de obediente y disciplinado gestor de la oligarquía, sin que le importara un ápice ir a dar al basurero de la historia una vez concluida su labor de zapa contra el país. Con todo, el problema mayor para los mexicanos es la continuidad de políticas públicas antidemocráticas, injustas y de corte fascista, como se advierte por el mismo interés que tiene Peña Nieto en demostrar su lealtad a los poderes fácticos que lo ayudaron a llegar a Los Pinos.
Tal parece que la oligarquía tiene el firme propósito de jugarse la carta de las “reformas estructurales”, incluso al precio de generar una violencia incontrolable en el país. Deben estar convencidos sus pocos miembros de que la Casa Blanca en Washington enviraría a los marines a imponer la paz de los sepulcros, pues sólo así sería posible mantener en el poder al “gobierno” encabezado por Peña Nieto. Y no porque Andrés Manuel López Obrador alebrestara a la población, como seguramente afirmarían, sino porque las clases mayoritarias no tendrían ya nada que perder, al fin y al cabo sería más honroso perder la vida luchando que de rodillas implorando un mendrugo de pan.
Luego los primeros en quejarse por el gran monstruo creado, serían los mismos oligarcas que condujeron a la población a tal estado de desesperación, pero en vez de proceder con sensatez y un poco de humanidad, lo que harían sería exigir al gobierno federal más mano dura contra los subversivos que no dejan prosperar a la nación. Cuando en realidad son ellos quienes se oponen firmemente al progreso de la República, en su insensato afán de seguir lucrando con el dolor de millones de familias, al fin que para eso tienen en Los Pinos a fieles empleados que obedecen sus instrucciones al pie de la letra, y a cambio les permiten enriquecerse impunemente.
Obviamente, nadie en su sano juicio podría creerle, pues México se desangra como ninguna otra nación latinoamericana, y por partida doble: por la “guerra” que inició Calderón al asumir ilegalmente la Presidencia, y porque la economía de las clases mayoritarias vive uno de sus peores momentos, a partir de que la tecnocracia se hizo del poder hace ya tres décadas. Esto último se habrá de confirmar durante los primeros meses del “gobierno” de Enrique Peña Nieto, cuando hagan crisis los problemas acumulados durante el actual sexenio, con el fin de mantener una macroeconomía “saneada”. Entonces se podrá comprobar si las reservas internacionales que dice tener el Banco de México son reales o un mero cuento de hadas para engañar incautos.
La terca realidad nos demuestra que Calderón habrá de dejar un país devastado, con 15 millones más de pobres de los que había en el año 2006, como asegura el director del Centro de Investigación en Economía y Negocios (Cien) del Tecnológico de Monterrey, José Luis de la Cruz Gallegos, en su estudio “Los retos de México ante el cambio de gobierno”. Aunque tal situación no se debió a falta de recursos, pues “el sector público federal contó con 850 mil millones de pesos excedentes a lo presupuestado”. Lo que ocurrió es que en buena medida ese monto se destinó a enriquecer a una burocracia dorada insaciable, con percepciones superiores a 3 millones de pesos al año, particularmente en las secretarías de Seguridad Pública y de Hacienda.
Dinero hubo de sobra para haber incentivado realmente el desarrollo, como lo patentizan algunos ejemplos: el regalo de 14 mil millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI) este año, los contratos casi subrepticios de Pemex con dos astilleros españoles por más de 380 millones de dólares, los cuales dejan comprometida a la paraestatal con dichas empresas de Galicia por más de 30 meses. Sin embargo, a los trabajadores mexicanos se les negó durante el sexenio un salario remunerador, pues los “aumentos” a los salarios mínimos siempre fueron más bajos que la tasa inflacionaria. Al grado de que ahora la mano de obra mexicana es más barata que la de China.
No conforme con esta lamentable situación, Calderón quiere empobrecer aún más a los asalariados, por eso su empeño en que se apruebe en el Congreso la reforma laboral. Así se confirma el triste papel que desempeñó el michoacano al frente del Ejecutivo, de obediente y disciplinado gestor de la oligarquía, sin que le importara un ápice ir a dar al basurero de la historia una vez concluida su labor de zapa contra el país. Con todo, el problema mayor para los mexicanos es la continuidad de políticas públicas antidemocráticas, injustas y de corte fascista, como se advierte por el mismo interés que tiene Peña Nieto en demostrar su lealtad a los poderes fácticos que lo ayudaron a llegar a Los Pinos.
Tal parece que la oligarquía tiene el firme propósito de jugarse la carta de las “reformas estructurales”, incluso al precio de generar una violencia incontrolable en el país. Deben estar convencidos sus pocos miembros de que la Casa Blanca en Washington enviraría a los marines a imponer la paz de los sepulcros, pues sólo así sería posible mantener en el poder al “gobierno” encabezado por Peña Nieto. Y no porque Andrés Manuel López Obrador alebrestara a la población, como seguramente afirmarían, sino porque las clases mayoritarias no tendrían ya nada que perder, al fin y al cabo sería más honroso perder la vida luchando que de rodillas implorando un mendrugo de pan.
Luego los primeros en quejarse por el gran monstruo creado, serían los mismos oligarcas que condujeron a la población a tal estado de desesperación, pero en vez de proceder con sensatez y un poco de humanidad, lo que harían sería exigir al gobierno federal más mano dura contra los subversivos que no dejan prosperar a la nación. Cuando en realidad son ellos quienes se oponen firmemente al progreso de la República, en su insensato afán de seguir lucrando con el dolor de millones de familias, al fin que para eso tienen en Los Pinos a fieles empleados que obedecen sus instrucciones al pie de la letra, y a cambio les permiten enriquecerse impunemente.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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