Editorial La Jornada
Por
debajo de los tecnicismos y los discursos, en el fondo del debate en
torno a la reforma de la legislación laboral que se prepara en el
Legislativo hay dos posturas en pugna. Una está inspirada en el
propósito de hacer más fácil la explotación de los trabajadores por las
empresas, mediante el aprovechamiento del enorme desempleo y la pobreza
mayoritaria que se abaten en el país. Para esa postura, que apela a la
necesidad de incrementar la competitividad, la productividad y la
rentabilidad de la economía nacional, los derechos y las conquistas
laborales representan estorbos que deben ser desechados, a fin de
permitir que
el mercadoregule por sí mismo las relaciones entre empleadores y trabajadores en evidente provecho de los primeros. En un entorno en que la oferta de mano de obra supera con mucho a la demanda, los salarios, de por sí castigados y contenidos por las directivas económicas oficiales y transnacionales, sufrirían una nueva contracción por efecto de la competencia entre aspirantes a un puesto.
En esta lógica, en la medida en que se logre la supresión de derechos y garantías para los trabajadores será posible transformar una porción de la miseria causada por el desempleo en miseria contratada; la patronal logrará, así, aumentar sus utilidades, y la autoridad podrá presumir de una reducción significativa del desempleo. Pero, más allá de esos cuestionables logros, el país habrá dado un paso adicional a la crisis social, la desesperanza y la degradación.
Los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos. Los salarios mínimos profesionales se fijarán considerando, además, las condiciones de las distintas actividades económicas.
Durante un cuarto de siglo, el régimen ha venido instaurando disposiciones legales y administrativas favorables a los patrones y perjudiciales para los trabajadores. Es tiempo de abandonar esa lógica, que ha causado gran devastación humana, y buscar fórmulas que restablezcan un mínimo grado de equilibrio social, habida cuenta de que la productividad y la competitividad sólo pueden sostenerse, a mediano y largo plazos, con una fuerza laboral capacitada y satisfecha en sus necesidades básicas.
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