En
este sentido, Peña Nieto se equivoca al decir que Petrobras creció al
permitir la entrada de inversionistas privados. Lo hizo porque no tiene
uno solo de los vicios que identifican a Pemex, particularmente los
altos niveles de corrupción,
Mientras
la OCDE apremia a México a potenciar las condiciones de gobernabilidad
y de seguridad, para mejorar los niveles de crecimiento, aquí el grupo
en el poder sólo piensa en cómo aprovechar la coyuntura para hacer
buenos negocios en el “año de Hidalgo”. Uno más que seguramente será
muy redituable es la contratación por parte de Pemex de dos astilleros
para realizar dos hoteles flotantes. Con esta operación se salvarán de
la quiebra dos empresas, se abrirán más de 3 mil empleos y se
incentivará la economía de una región necesitada de crecimiento.
Sólo que todos estos beneficios no serán para México ni mucho menos para trabajadores mexicanos, sino para España y particularmente para la región de Galicia, la tierra de Mariano Rajoy, el enemigo público número uno de los obreros españoles, con quien Felipe Calderón formalizó una “alianza estratégica”, a fin de impulsar el desarrollo, otra vez no de nuestro país, sino de la nación ibérica. Tal parece que el aún inquilino de Los Pinos se quiere cobrar hasta la saciedad la afrenta del pueblo de no haberle dado su voto en las elecciones del 2006.
Con hechos como este, obviamente no será posible “potenciar las condiciones de gobernabilidad y de seguridad” en el país. Al contrario, lo que se habrá de lograr será fomentar el resentimiento de amplias capas de la población en contra de una clase política apátrida y sedienta de poder, que insiste en “jalar los bigotes al tigre”, al fin que es muy mansito y aguanta todo. Esto es lo que seguramente deben creer, de ahí que no tengan empacho alguno en actuar de manera tan vil y mezquina, al igual que lo hace la oligarquía.
Como los mexicanos somos muy aguantadores, Calderón se atreve a vaticinar que el futuro de México “será más próspero, democrático y libre de lo que es ahora”. Y como sabe que sin la cobertura de su sucesor su futuro propio no es muy seguro, actúa como propagandista del nuevo ocupante de la silla presidencial, al afirmar que seremos un mejor país, "ya no sólo sin la amenaza de un gobierno autoritario, sino también sin la amenaza de poderes de facto, arbitrarios y asesinos como los que ahora lo acechan”. Desde luego, sólo pueden creerle quienes resultaron muy beneficiados durante su sexenio.
El futuro que nos espera, si no actuamos en defensa firme de los intereses nacionales, desgraciadamente será todo lo contrario de lo que pregona Calderón. Para garantizar que así sea habrá de llegar a Los Pinos Enrique Peña Nieto, pues México no está programado, por los grandes poderes trasnacionales, para ser una nación independiente, mucho menos próspera ni tampoco democrática. La quieren tal como está, situación a la que la condujeron los tecnócratas salinistas obedeciendo instrucciones del llamado Consenso de Washington.
De ahí su terquedad, del grupo en el poder y de la oligarquía, en poner en vigor las mal llamadas “reformas estructurales”, particularmente la laboral y la energética, con las cuales se asegurarían beneficios insospechados. A toda costa quieren una clase obrera esclava, a la cual poder explotar de manera inmisericorde y ruin, así como todo tipo de facilidades para explotar impunemente los recursos energéticos de la nación, sin tener que rendir cuentas a nadie, con la excepción desde luego de los socios extranjeros con quienes se repartirían el botín.
Por eso cabe afirmar que son ridículos los pretextos para justificar esas mal llamadas reformas. Si realmente le preocupara a la clase política el uso de las cuotas de los trabajadores en sus sindicatos, con liquidar el añejo corporativismo sería más que suficiente, pues la democratización de las organizaciones haría impensable el mal uso de las mismas. De igual modo, si le importara a la oligarquía la modernización de Pemex, sería la más interesada en que la paraestatal laborara sin lastres como el que significa en primerísimo lugar la corrupción en las altas esferas administrativas. Sin embargo, su principal interés es que se vaya a pique para “justificar” su privatización, como así ha sucedido desde los tiempos de Miguel de la Madrid, cuando se dejó de gastar en mantenimiento y en la ampliación de su capacidad productiva.
En este sentido, Peña Nieto se equivoca al decir que Petrobras creció al permitir la entrada de inversionistas privados. Lo hizo porque no tiene uno solo de los vicios que identifican a Pemex, particularmente los altos niveles de corrupción, y la sangría despiadada de que es objeto por parte de Hacienda y de la burocracia dorada. Petrobras es una empresa eficiente, productiva y sana, por eso puede dar acceso a capitales privados, a los cuales tiene en perfecto control. Esto sería impensable en Pemex.
Sólo que todos estos beneficios no serán para México ni mucho menos para trabajadores mexicanos, sino para España y particularmente para la región de Galicia, la tierra de Mariano Rajoy, el enemigo público número uno de los obreros españoles, con quien Felipe Calderón formalizó una “alianza estratégica”, a fin de impulsar el desarrollo, otra vez no de nuestro país, sino de la nación ibérica. Tal parece que el aún inquilino de Los Pinos se quiere cobrar hasta la saciedad la afrenta del pueblo de no haberle dado su voto en las elecciones del 2006.
Con hechos como este, obviamente no será posible “potenciar las condiciones de gobernabilidad y de seguridad” en el país. Al contrario, lo que se habrá de lograr será fomentar el resentimiento de amplias capas de la población en contra de una clase política apátrida y sedienta de poder, que insiste en “jalar los bigotes al tigre”, al fin que es muy mansito y aguanta todo. Esto es lo que seguramente deben creer, de ahí que no tengan empacho alguno en actuar de manera tan vil y mezquina, al igual que lo hace la oligarquía.
Como los mexicanos somos muy aguantadores, Calderón se atreve a vaticinar que el futuro de México “será más próspero, democrático y libre de lo que es ahora”. Y como sabe que sin la cobertura de su sucesor su futuro propio no es muy seguro, actúa como propagandista del nuevo ocupante de la silla presidencial, al afirmar que seremos un mejor país, "ya no sólo sin la amenaza de un gobierno autoritario, sino también sin la amenaza de poderes de facto, arbitrarios y asesinos como los que ahora lo acechan”. Desde luego, sólo pueden creerle quienes resultaron muy beneficiados durante su sexenio.
El futuro que nos espera, si no actuamos en defensa firme de los intereses nacionales, desgraciadamente será todo lo contrario de lo que pregona Calderón. Para garantizar que así sea habrá de llegar a Los Pinos Enrique Peña Nieto, pues México no está programado, por los grandes poderes trasnacionales, para ser una nación independiente, mucho menos próspera ni tampoco democrática. La quieren tal como está, situación a la que la condujeron los tecnócratas salinistas obedeciendo instrucciones del llamado Consenso de Washington.
De ahí su terquedad, del grupo en el poder y de la oligarquía, en poner en vigor las mal llamadas “reformas estructurales”, particularmente la laboral y la energética, con las cuales se asegurarían beneficios insospechados. A toda costa quieren una clase obrera esclava, a la cual poder explotar de manera inmisericorde y ruin, así como todo tipo de facilidades para explotar impunemente los recursos energéticos de la nación, sin tener que rendir cuentas a nadie, con la excepción desde luego de los socios extranjeros con quienes se repartirían el botín.
Por eso cabe afirmar que son ridículos los pretextos para justificar esas mal llamadas reformas. Si realmente le preocupara a la clase política el uso de las cuotas de los trabajadores en sus sindicatos, con liquidar el añejo corporativismo sería más que suficiente, pues la democratización de las organizaciones haría impensable el mal uso de las mismas. De igual modo, si le importara a la oligarquía la modernización de Pemex, sería la más interesada en que la paraestatal laborara sin lastres como el que significa en primerísimo lugar la corrupción en las altas esferas administrativas. Sin embargo, su principal interés es que se vaya a pique para “justificar” su privatización, como así ha sucedido desde los tiempos de Miguel de la Madrid, cuando se dejó de gastar en mantenimiento y en la ampliación de su capacidad productiva.
En este sentido, Peña Nieto se equivoca al decir que Petrobras creció al permitir la entrada de inversionistas privados. Lo hizo porque no tiene uno solo de los vicios que identifican a Pemex, particularmente los altos niveles de corrupción, y la sangría despiadada de que es objeto por parte de Hacienda y de la burocracia dorada. Petrobras es una empresa eficiente, productiva y sana, por eso puede dar acceso a capitales privados, a los cuales tiene en perfecto control. Esto sería impensable en Pemex.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
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