Editorial La Jornada
De acuerdo con la versión del gobierno de Chiapas, en el municipio de Motozintla, simpatizantes de los partidos de la Revolución Democrática (PRD), del Trabajo (PT) y del Movimiento Ciudadano (MC), incendiaron edificios públicos, incluida la alcaldía, quemaron dos patrullas y pusieron en libertad a 80 reclusos de la cárcel municipal. Tal fue la reacción a la decisión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) que invalidó el triunfo de Víctor Lavalle Cuevas, postulado por los partidos mencionados para la presidencia municipal en los comicios del pasado 1º de julio, y asignó el cargo al candidato del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Óscar Galindo. Los disturbios dejaron un saldo de 31 detenidos. En otras seis localidades chiapanecas las inconformidades ante los resultados electorales oficiales o los fallos del TEPJF derivaron en incidentes similares, aunque a escala menor.
Ha de considerarse que las elecciones tienen como propósito solucionar las diferencias consustanciales al conglomerado de la población y permitir la instauración de autoridades reconocidas y aceptadas por el conjunto. Sin embargo, tales objetivos distan de haber sido alcanzados por la formalidad democrática en nuestro país, al grado de que las cúpulas institucionales se encaminan a una sucesión presidencial en la que, por segunda vez en seis años, el nuevo gobernante será desconocido por una parte sustancial del electorado que señala el desaseo del proceso comicial.
Resulta erróneo asumir la existencia de una democracia funcional y efectiva cuando los candidatos triunfantes no logran el reconocimiento de todas las partes y cuando las facciones oficialmente derrotadas denuncian inequidad, opacidad y distorsión en los comicios, por más que tales denuncias no justifiquen, como se ha comentado, la realización de actos violentos.
En tal circunstancia, los hechos de Motozintla debieran ser tomados como señal de alarma sobre la inoperancia de las instituciones y procesos electorales del país. Si se desatiende y si la clase política no es capaz de introducir mecanismos de certeza, confiabilidad y verosimilitud en tales procesos, en elecciones próximas el incendio podría ir más allá de un palacio municipal.
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