Serpientes y escaleras
Salvador García Soto
Las cifras de ejecuciones y asesinatos violentos en el Distrito Federal y el Estado de México se dispararon en las últimas horas. Trece asesinatos confirmados ayer en municipios mexiquenses, sumados a los 18 homicidios violentos ocurridos en delegaciones de la capital, confirman que la violencia toca de manera directa a las dos entidades políticamente más relevantes y que, en el discurso oficial, se suponían ajenas al fenómeno violento que viven otras regiones del país.
Varios factores parecen contribuir a este incremento de muertes en el Valle de México; en el caso del Distrito Federal el cambio de mandos en la Secretaría de Seguridad Pública ha provocado descontrol interno. La llegada de Manuel Mondragón al gobierno federal significó para el nuevo titular, Jesús Rodríguez Almeida, un desmantelamiento de algunas áreas de la SSP, cuyos mandos renunciaron para irse al ámbito federal, lo que ha afectado el funcionamiento de la dependencia encargada de la seguridad.
Además, mientras la Procuraduría de Justicia del DF y hasta el mismo jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera se enfrascaban absurdamente en una polémica sobre los “ataques de perros” en Iztapalapa, en el resto de la ciudad se recrudecía la violencia y en los dos días del fin de semana se reportaban en promedio casi siete homicidios, algunos de ellos producto de riñas, pero otros también con el sello del narcotráfico.
En lo que se refiere al Estado de México, el fenómeno no es nuevo y confirma que el estado del presidente Enrique Peña Nieto se volvió desde hace al menos tres años territorio de disputas y vendettas entre los grupos del narcotráfico, que ya eran evidentes en municipios como Luvianos, al sur del estado, o en Nezahualcóyotl, al oriente del Valle de México. Pero lo ocurrido en este lunes, cuando se reportaron 13 personas ejecutadas en distintos municipios de la entidad, parece escalar los niveles de violencia que se amplían en el estado con la aparición de cuerpos lo mismo en Toluca -en las narices del gobernador Eruviel Avila- que en Santiago Tianguistenco o en Zinacantepec.
¿Cómo explicaría el gobernador la no presencia de cárteles del narcotráfico en su estado, como él ha asegurado, cuando las disputas son ya tan evidentes y su política de ocultar el problema empieza a verse rebasada por la realidad?
Así, una zona del país que se creía “blindada” de la violencia del narcotráfico, que incluso presumía de tener “los más bajos niveles de violencia e inseguridad”, comienza a mostrar signos de descomposición que si no se atienden con oportunidad por autoridades locales y federales, sumarían una región más, nada menos que la capital de la República y el Estado de México, al mapa de la violencia en el país, una violencia que aún no cesa con el cambio de gobierno.
NOTAS INDISCRETAS… La vehemente defensa que hizo de sí mismo el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, en el caso Wal-Mart, tiene elementos a favor y en contra del mandatario. A favor suyo está que aclara que no era congresista en 2004 cuando, se dice en un correo de directivos de la empresa, fungía como “enlace” con el Gobierno del DF para el pago de sobornos por dos millones de pesos. Graco echa así por tierra las filtraciones que surgieron de la investigación del Congreso de Estados Unidos y niega cualquier participación en el tema del crecimiento de Wal-Mart en México en aquellos años. En contra del gobernador de Morelos está reivindicar su origen izquierdista como “garantía” de que no incurrió en actos de corrupción. A estas alturas, cuando los mexicanos hemos visto gobernar a izquierdas, centros y derechas, decir que se es de izquierda no significa nada a la hora de la corrupción que los iguala a todos… Era cuestión de tiempo y los calderonistas ya enseñaron su mejor carta: Margarita Zavala para dirigir al PAN, propuso ayer José González Morfín. Difícilmente alguien podrá escatimarle méritos a Margarita como política y como panista pero ¿y Felipe Calderón? ¿Qué no fue en su sexenio, del que fue parte la señora Zavala, cuando el PAN vivió la peor debacle electoral y perdió la Presidencia? El problema de Margarita se llama Calderón… Los dados repiten Serpiente. Buena racha.
Violencia que no cesa
Editorial La Jornada
Más
allá de los propósitos expresados por la administración de Enrique Peña
Nieto en el sentido de reformular la estrategia de seguridad pública,
combate a la delincuencia y atención a las víctimas de la criminalidad
y de los excesos cometidos por las corporaciones públicas en el
contexto de la
guerradeclarada por su antecesor, la violencia extrema sigue causando estragos en el país y en el mes y medio transcurrido desde la conformación del nuevo gobierno ha provocado centenares de muertes. El elevado saldo de homicidios que se registró el fin de semana pasado en diversas zonas del país culminó con más de una decena de ejecutados en el estado de México, una de las entidades más afectadas por la violencia.
Sin embargo, entre la transición gubernamental de diciembre pasado, las fiestas decembrinas y el arranque de un nuevo año, pareciera haberse diluido en la sociedad la conciencia de que el país se encuentra sumido en una catástrofe de seguridad pública, de que la criminalidad organizada mantiene el control de regiones, las instituciones están infiltradas por la delincuencia y continúa la ola de homicidios en diversos puntos del territorio nacional.
Como
se ha señalado en este espacio, el hecho de que la administración
priísta haya expresado un deslinde claro con respecto a las desastrosas
políticas de seguridad seguidas por su antecesora blanquiazul es,
en sí mismo, un hecho positivo, pero se requiere formular, además, una
estrategia integral –esto es: social, educativa, administrativa,
política, económica y de salud, además de policial– para enfrentar la
ofensiva de la delincuencia. Sigue siendo una asignatura pendiente y
urgente, además, por cuanto resulta inaceptable que la nación siga
sumida en un baño de sangre, en un vacío de autoridad que afecta a
muchas de sus regiones, en una circunstancia de supeditación a
Washington, en la zozobra y en el dolor de nuevas muertes violentas.
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