Tomás Mojarro
A 30 años de la desaparición de Alaíde Foppa, traductora y feminista, poeta, y critica de arte, secuestrada en la ciudad de Guatemala el 19 de diciembre de 1980, los culpables del crimen permanecen impunes.
A Alaíde Foppa yo la conocí. Hoy me propongo traer hasta ustedes la memoria de la roqueña luchadora civil que vivió entre nosotros. Una luchadora de verdad, no “activista” ahijada al Sistema de poder. Luchadora por aquella su Guatemala secuestrada también, por cuyo rescate dio lo más valioso tenía, su propia vida. Alaíde Foppa.
Trasterrada de Guatemala por actividades en defensa de la mujer indígena, conmigo vino a compartir micrófonos y cabina de nuestra Radio UNAM. Un día, de repente (la nostalgia de su tierra dulce y sombría, que dijera Cardoza y Aragón), se atrevió a retornar, de entrada por salida, a aquella su Guatemala tan apacible que “se oye cuando una garza cambia de pie”, pero trampa mortal para quien osara enfrentar a los Romeo Lucas García y congéneres de uniforme que por aquellos tiempos mal-gobernaban al país que es en tantos sentidos hermano nuestro. A la luchadora civil la asesinaron aquellos por quienes clamó el poeta Otto René Castillo cuando en plena tortura iban a arrancarle la vida:
¡Ay, Guatemala, ellos conocerán la muerte de la muerte hasta la muerte!
Fue en diciembre de hace ya treinta años, y como si fuese apenas ayer. En algún punto de la ciudad capital de Guatemala Alaíde Foppa se disponía a abordar el automóvil cuando acribillaron a su chofer, y a ella se la llevaron para nunca más. De su paradero nunca nadie de sus conocidos volvería a saber, y hasta el día de hoy, cuando aquí, frente a todos ustedes, me he puesto a recordar a esa Hécuba de Guatemala: su temple, su mística, su heroicidad, y con ella la lucha, la cárcel y la sangre de sus familiares; de Alfonso Solórzano, el marido, del hijo Juan Pablo y de Mario tiempo después; de la propia luchadora civil. Alaíde Foppa.
De Alfonso y Juan Pablo yo poco sé. Por cuanto a Mario, de su muerte conozco las revelaciones de cierta asociación guatemalteca de periodistas democráticos, donde se asienta que combinó la máquina de escribir y el libro con el fusil, y así hasta su muerte violenta. “Mario Solórzano murió asesinado. Nada se supo de su destino final porque el régimen de Romeo Lucas García ocultó la información por conveniencia política. Pero Mario Solórzano fue descubierto por las fuerzas represivas del régimen en un apartamento de la ciudad capital. Acorralado, sin oportunidad de escapatoria".
Tal es la seña de identidad deAlaíde y sus hijos, a tres de los cuales la dictadura forzó a convertirse en guerrilleros al igual que a los poetas e intelectuales Otto René Castillo, Rodrigo Asturias y Danilo Rodríguez, amigos míos de cuando erraban por estas tierras, exiliados.
Ay, Guatemala – cuando digo tu nombre retorno a la vida – Me levanto del llanto a buscar tu sonrisa.
Pero sí, hay seres que nunca mueren. Mario es uno de ellos, y otros son Juan Pablo y la madre de héroes, ella misma heroína. Ellos nunca han de morir porque, tal como afirma Ernesto Cardenal, poeta, la hierba renace de los carbones – y el héroe nace cuando muere… Mientras tanto, mis valedores…
Hoy, acá, en elMéxico de los exiliados guatemaltecos, algunos aún recordamos a la poeta y heroína de la cálida voz y, también, según la evoca A. Rossi, “aquel hermoso rostro melancólico de grandes ojos castaños que se iluminaban con su espléndida sonrisa y revelaban su luz interior”. Alaíde Foppa. (A su memoria.)
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