Colectivo La digna voz
“Quien
empieza comprando la presidencia termina vendiendo la patria”, acusan
los perredistas. Pero lo que no dicen, por falsa prudencia, oportunismo
o ignorancia, es que la presidencia o cualquier otro cargo de “elección
popular” se conquista sólo por la vía de la compra. También
olvidan, omiten o ignoran que los gobiernos de los Estados modernos
están irremediablemente condenados a cancelar cualquier proyecto
orientado a la construcción de una patria auténtica: los gobiernos son
las prostitutas del capital, nomás que unos son más putas que otros. Al
final todo es compra o vendimia. México atraviesa una suerte de “buen
fin” de Estado: todos los políticos están en barata, y se ofertan en
vitrina de oropel al postor más vigoroso.
Hasta en las democracias
más “avanzadas” (o más sofisticadamente falsarias), los candidatos que
conquistan una contienda electoral, a menudo son los que más recaudan e
invierten en campaña (pasan charola y luego pagan voluntades y espacios
publicitarios).
Estados Unidos, un país donde el financiamiento de las candidaturas es recalcitrantemente privado, es el más claro ejemplo de esta mentira ceremonial. La democracia electoral no es otra cosa que una vulgar lavandería. Explícome: en el ámbito de la economía formal o criminal (que no es lo mismo pero es igual), los caudales dinerarios ilícitos se lavan expeditamente cuando se introducen en los circuitos lícitos (insistimos: la distinción lícito-ilícito es sólo formal).
En los estercoleros de la política oficial rige el mismo procedimiento rutinario. Los eunucos se convierten en distinguidos “licenciados” u “honorables diputados” o “altezas serenísimas” o cualquier otro epíteto grandilocuente en boga, es decir, lavan sus sórdidas indumentarias, con sólo inscribirse en una boleta de candidatos, y ganar por decreto “popular” (¡sic!) el ansiado hueso. ¡De a cómo el kilo de ropa!
Un elemento definitorio de la política es la voluntad, o al menos eso sostiene la teoría. Pero si esta noción fuere cierta, nos veríamos obligados a retirar el calificativo de “políticos” a esa de horda de asambleístas o gobernantes que ornamentan curules o pinos, pues hasta ahora no se sabe de uno solo que se adscriba a una voluntad propia, natural o genuinamente personal: acá todos son rústicos vasallos de ciertas fuerzas e intereses a cuyos empeños se someten con solícito servilismo. Las decisiones no se toman en los recintos gubernativos.
Allí sólo se procesan instrucciones que giran los poderes fácticos, nacionales o preferentemente transnacionales. Vale decir: la política no la hacen los “políticos”. Éstos únicamente se encargan de colocarle el envoltorio de regalo a las políticas de latrocinio, o bien, de aplicar cloro y detergente a la mierda que nos prescriben como “progreso” y “modernización”. En resumidas cuentas, el gobierno no es otra cosa que una costosa lavandería, y los políticos, unas ordinarias lavanderas de los proxenetas en turno.
El Metro o el subway
Que dice la izquierda que el metro no está “nice”: que le faltan escaleras eléctricas de esas que salen en las películas; que los boletitos de papel no están “cool” y que se deben reemplazar con las tarjetas recargables, o modernizar los torniquetes como en París y Nueva York; que convendría instalar sistemas de comunicación Tetra LTE (¡sic!), que fabrica la multimillonaria Google, para que nos vigilen acá buena onda; y que se ve feíto tanto mugroso ambulante así que más vale incorporar mil 200 policías para que le pongan una corretiza a esa turba mercachifle.
Pero dice la izquierda que esta modernización no la puede pagar el gobierno. ¡Ni maíz!, porque eso de cobrarle impuestos a los empresarios o a los ricos ya no rifa. Pero a la izquierda se le ocurrió otra grandiosa idea, de esas que también se le ocurren a la derecha: ¡pasarle la factura a la prole!
¡Pero no se espante ciudadano usuario del metro! Dice la izquierda que con la nueva tarifa, o sea, con el incremento de 66 por ciento (sic) al pasaje del Metro, habrá “Mejor servicio para todos” (¡sic!). ¡Que venga la alegría!
Protesta descafeinada o el franquismo contraataca
Un característica inédita de la ideología moderna es la colusión de los opuestos, es decir, la abolición de las contradicciones. El problema trae consigo el remedio: que si el café descafeinado, o la leche deslactosada, o el cigarro electrónico sin tabaco, o el chocolate laxativo, o el consumo responsable, o la empresa socialmente responsable, o la cerveza sin alcohol.
Contagiados por esta rupestre ideología (o tendencia espiritual, argüiría un posmoderno), las comisiones de Derechos Humanos y del Distrito Federal de la cámara de diputados, operadores de los impresentables PRI-PAN-PVEM, aprobaron el martes pasado un dictamen de Ley de Manifestaciones Públicas del Distrito Federal, con el propósito de hacer las marchas y protestas un poquito menos bárbaras e inciviles.
El documento fue elaborado por José Sotomayor Chávez, un panista de los meros buenos, o sea, con poca o nula neurona e inclinaciones falangistas. Naturalmente, toda la iniciativa esta impregnada por las penosas características de su creador. En substancia, el dictamen propone abreviar o “descafeinar” el derecho a la manifestación, reduciendo la realización de movilizaciones a vía secundarias, imponiendo horarios hábiles (de 11 de la mañana a 6 de la tarde), para no vulnerar el sacro derecho de otros a transitar libremente valiéndoles un carajo los problemas de la muchedumbre, condicionando las marchas a un permiso especial expedido por el gobierno del Distrito Federal, y prohibiendo terminantemente reclamar cualquier decisión gubernamental. Una marcha sin protesta, o una protesta sin marcha. O sea que de preferencia se congreguen en la alameda para darle de comer migajón a las palomas, y dejen todas las decisiones en manos de nuestros excelentísimos representantes populares. ¡Viva el rey!
Sufragio inefectivo, sí reelección
Van cuatro golpes de Estado constitucionales consecutivos: a saber, el asesinato de Colosio, el teatro de la transición foxista, el fraude electoral de 2006, la compra de la elección en 2012. Nadie puede objetar la inefectividad del sufragio. Pero como el propósito es retornar a ese sueño húmedo de los conservadores e hijos de puta, epitomizado en México en el periodo histórico conocido como “porfiriato”, pues más vale traicionar completito el ideario maderista y reinaugurar la figura de la reelección. ¡A huevo!
La recién aprobada reforma política prevé que los senadores se reelijan hasta por dos períodos consecutivos, y los diputados federales hasta por cuatro períodos sucesivos, para un total de 12 años en los dos casos.
Según cuentan los ideólogos, esta política tiene como fin conceder a la ciudadanía la facultad de evaluar a sus representantes periódicamente. Pero estos ideólogos sólo le echan más leña al fuego: no sólo tenemos que lidiar con la condición vitalicia de unos trogloditas en curul, ahora también insultan nuestra inteligencia con las apologías expiatorias que nos recetan.
El nuevo porfiriato, no el de los científicos sino el de los tecnócratas, iza el estandarte de su multifactorial lucha: ¡Sufragio inefectivo, sí reelección!
Pemex o las golondrinas
Tal como estaba previsto, Pemex se privatizó. En cálculos aún embrionarios, se estima que esta reforma implicaría unos 100 años de rezago tecnológico, industrial, científico, en relación con los pares del norte (Estados Unidos, Canadá). En los asuntos sociales, será desastroso. Más pobreza, más crimen, más violencia. En el tema de la soberanía… digamos que no importa porque de todos modos Peña nunca leyó esa palabra y no sabe qué significa.
Pero en Estados Unidos celebran. El rotativo Los Angeles Times no escatima su júbilo: “[La reforma energética] impulsaría la producción de petróleo y gas en Estados Unidos y Canadá” (¡sic!). En Washington también festejan: “Es una victoria mayor”. En México, el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, se autocongratula, y responde a los estadunidenses colgándose la estrellita de alumno aplicado: “México está haciendo la tarea”.
Efectivamente: nada va a quedar sin vender, rematar, alienar o privatizar. Y por eso la senadora Layda Sansores, de Movimiento Ciudadano, atinadamente extendió una invitación a los nuevos impulsores del porfirismo. Les rogó: “¡Vayan y privaticen a la puta madre que les parió… esta patria no les pertenece!”
Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/2013/12/porfiriatrix-reloaded-vuelta-al.html
Estados Unidos, un país donde el financiamiento de las candidaturas es recalcitrantemente privado, es el más claro ejemplo de esta mentira ceremonial. La democracia electoral no es otra cosa que una vulgar lavandería. Explícome: en el ámbito de la economía formal o criminal (que no es lo mismo pero es igual), los caudales dinerarios ilícitos se lavan expeditamente cuando se introducen en los circuitos lícitos (insistimos: la distinción lícito-ilícito es sólo formal).
En los estercoleros de la política oficial rige el mismo procedimiento rutinario. Los eunucos se convierten en distinguidos “licenciados” u “honorables diputados” o “altezas serenísimas” o cualquier otro epíteto grandilocuente en boga, es decir, lavan sus sórdidas indumentarias, con sólo inscribirse en una boleta de candidatos, y ganar por decreto “popular” (¡sic!) el ansiado hueso. ¡De a cómo el kilo de ropa!
Un elemento definitorio de la política es la voluntad, o al menos eso sostiene la teoría. Pero si esta noción fuere cierta, nos veríamos obligados a retirar el calificativo de “políticos” a esa de horda de asambleístas o gobernantes que ornamentan curules o pinos, pues hasta ahora no se sabe de uno solo que se adscriba a una voluntad propia, natural o genuinamente personal: acá todos son rústicos vasallos de ciertas fuerzas e intereses a cuyos empeños se someten con solícito servilismo. Las decisiones no se toman en los recintos gubernativos.
Allí sólo se procesan instrucciones que giran los poderes fácticos, nacionales o preferentemente transnacionales. Vale decir: la política no la hacen los “políticos”. Éstos únicamente se encargan de colocarle el envoltorio de regalo a las políticas de latrocinio, o bien, de aplicar cloro y detergente a la mierda que nos prescriben como “progreso” y “modernización”. En resumidas cuentas, el gobierno no es otra cosa que una costosa lavandería, y los políticos, unas ordinarias lavanderas de los proxenetas en turno.
El Metro o el subway
Que dice la izquierda que el metro no está “nice”: que le faltan escaleras eléctricas de esas que salen en las películas; que los boletitos de papel no están “cool” y que se deben reemplazar con las tarjetas recargables, o modernizar los torniquetes como en París y Nueva York; que convendría instalar sistemas de comunicación Tetra LTE (¡sic!), que fabrica la multimillonaria Google, para que nos vigilen acá buena onda; y que se ve feíto tanto mugroso ambulante así que más vale incorporar mil 200 policías para que le pongan una corretiza a esa turba mercachifle.
Pero dice la izquierda que esta modernización no la puede pagar el gobierno. ¡Ni maíz!, porque eso de cobrarle impuestos a los empresarios o a los ricos ya no rifa. Pero a la izquierda se le ocurrió otra grandiosa idea, de esas que también se le ocurren a la derecha: ¡pasarle la factura a la prole!
¡Pero no se espante ciudadano usuario del metro! Dice la izquierda que con la nueva tarifa, o sea, con el incremento de 66 por ciento (sic) al pasaje del Metro, habrá “Mejor servicio para todos” (¡sic!). ¡Que venga la alegría!
Protesta descafeinada o el franquismo contraataca
Un característica inédita de la ideología moderna es la colusión de los opuestos, es decir, la abolición de las contradicciones. El problema trae consigo el remedio: que si el café descafeinado, o la leche deslactosada, o el cigarro electrónico sin tabaco, o el chocolate laxativo, o el consumo responsable, o la empresa socialmente responsable, o la cerveza sin alcohol.
Contagiados por esta rupestre ideología (o tendencia espiritual, argüiría un posmoderno), las comisiones de Derechos Humanos y del Distrito Federal de la cámara de diputados, operadores de los impresentables PRI-PAN-PVEM, aprobaron el martes pasado un dictamen de Ley de Manifestaciones Públicas del Distrito Federal, con el propósito de hacer las marchas y protestas un poquito menos bárbaras e inciviles.
El documento fue elaborado por José Sotomayor Chávez, un panista de los meros buenos, o sea, con poca o nula neurona e inclinaciones falangistas. Naturalmente, toda la iniciativa esta impregnada por las penosas características de su creador. En substancia, el dictamen propone abreviar o “descafeinar” el derecho a la manifestación, reduciendo la realización de movilizaciones a vía secundarias, imponiendo horarios hábiles (de 11 de la mañana a 6 de la tarde), para no vulnerar el sacro derecho de otros a transitar libremente valiéndoles un carajo los problemas de la muchedumbre, condicionando las marchas a un permiso especial expedido por el gobierno del Distrito Federal, y prohibiendo terminantemente reclamar cualquier decisión gubernamental. Una marcha sin protesta, o una protesta sin marcha. O sea que de preferencia se congreguen en la alameda para darle de comer migajón a las palomas, y dejen todas las decisiones en manos de nuestros excelentísimos representantes populares. ¡Viva el rey!
Sufragio inefectivo, sí reelección
Van cuatro golpes de Estado constitucionales consecutivos: a saber, el asesinato de Colosio, el teatro de la transición foxista, el fraude electoral de 2006, la compra de la elección en 2012. Nadie puede objetar la inefectividad del sufragio. Pero como el propósito es retornar a ese sueño húmedo de los conservadores e hijos de puta, epitomizado en México en el periodo histórico conocido como “porfiriato”, pues más vale traicionar completito el ideario maderista y reinaugurar la figura de la reelección. ¡A huevo!
La recién aprobada reforma política prevé que los senadores se reelijan hasta por dos períodos consecutivos, y los diputados federales hasta por cuatro períodos sucesivos, para un total de 12 años en los dos casos.
Según cuentan los ideólogos, esta política tiene como fin conceder a la ciudadanía la facultad de evaluar a sus representantes periódicamente. Pero estos ideólogos sólo le echan más leña al fuego: no sólo tenemos que lidiar con la condición vitalicia de unos trogloditas en curul, ahora también insultan nuestra inteligencia con las apologías expiatorias que nos recetan.
El nuevo porfiriato, no el de los científicos sino el de los tecnócratas, iza el estandarte de su multifactorial lucha: ¡Sufragio inefectivo, sí reelección!
Pemex o las golondrinas
Tal como estaba previsto, Pemex se privatizó. En cálculos aún embrionarios, se estima que esta reforma implicaría unos 100 años de rezago tecnológico, industrial, científico, en relación con los pares del norte (Estados Unidos, Canadá). En los asuntos sociales, será desastroso. Más pobreza, más crimen, más violencia. En el tema de la soberanía… digamos que no importa porque de todos modos Peña nunca leyó esa palabra y no sabe qué significa.
Pero en Estados Unidos celebran. El rotativo Los Angeles Times no escatima su júbilo: “[La reforma energética] impulsaría la producción de petróleo y gas en Estados Unidos y Canadá” (¡sic!). En Washington también festejan: “Es una victoria mayor”. En México, el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, se autocongratula, y responde a los estadunidenses colgándose la estrellita de alumno aplicado: “México está haciendo la tarea”.
Efectivamente: nada va a quedar sin vender, rematar, alienar o privatizar. Y por eso la senadora Layda Sansores, de Movimiento Ciudadano, atinadamente extendió una invitación a los nuevos impulsores del porfirismo. Les rogó: “¡Vayan y privaticen a la puta madre que les parió… esta patria no les pertenece!”
Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/2013/12/porfiriatrix-reloaded-vuelta-al.html
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