Tomás Mojarro
Es madrugada de miércoles. La noche me la pasé sin dormir, y cómo, si arriba del mundo estalla un millar de bombazos. No de cohetes aborígenes, que los conozco por su tono menor, sino importados, porque se trata de unas bombas de alto poder que activan la alarma de los autos, revocan el mastique en los vidrios y fuerzan a los perracos a gemir entre espeluznos y crispación de pelambre. Pólvora china, quizá, como también sean los derechos sobre la guadalupana que hace años enajenó Norberto Rivera, cardenal amigo del dinero y los del dinero. Y este hedor de la pólvora, y este aire contaminado que reseca ojos, boca, pulmones. Pues qué, ¿la devoción estará en relación directa con el fragor de la pólvora?
En fin, que esta noche los creyentes mexicanos testimoniaron su grado de catolicidad. No de cristianos, que el cristianismo se manifiesta no en coheteros escándalos, sino en amor al prójimo. Por otra parte quedó en evidencia que la maniobra perversa del Sistema de suprimir del calendario cívico las fechas más significativas para borrar en las masas la memoria histórica, con la Madre del cielo vino a darse en madre, porque a contracorriente de leyes y reglamentos la jerarquía católica mantiene modos, estilo y celebración, y es que en esta fecha el poder no reside en Los Pinos sino en el Tepeyac, y que para los mexicanos el 12 de diciembre es su 10 de mayo.
Amanece, y yo sin dormir. El tronar de los cohetones me tronó el sueño y apestó a pólvora mi habitación. En pleno insomnio bajé a mi biblioteca, y como otros llaman al sueño contando borregas, de los miles que integran mi biblioteca yo me puse a contar libros, pero el sueño andavete. Boca amarga, pupilas arenosas y el reventar de tímpanos a bombazos. Dios...
Y así fue; recorriendo libreros me he puesto a rememorar los inicios de mi biblioteca. Qué tiempos aquellos. Eco del lamento que en una madrugada de insomnio lanzó la protagonista de la cinta Iroshima, mi amor, con la Deneuve me duelo: qué joven fui una vez. Y este suspirillo...
La tinta ya desleída en la dedicatoria de este libro de versos: "Para que al leerlos te acuerdes de mí. Tu inolvidable". ¿Quién pudo haber sido la inolvidable del regalo y la recomendación? Examino libreros. Novela, relato, muchos ensayos. Historia, filosofía, teoría política. Desde mi primera juventud (hoy vivo la quinta, pero a todo vivir) he ido añadiendo libros, carretadas de libros a la par de las carretadas de años que he acumulado de vivir en el mundo. Examino este tratado de química, tan antiguo que aún contiene elementos de alquimia, o tan moderno que en sus fórmulas de alquimia ya incorpora elementos químicos. Incunable. Sobre las cabezas de la cristiandad repetidos bombazos. ¿Su significado? A saber.
Insomnio. Al abrir las planas de El liberalismo se me vienen a las manos retazos de pétalos secos de un no-me-olvides. Extraño.
Mis libros. Amo mis libros. ¿Qué destino aguarda a mis libros? Cuán pobre resulta mi humano destino, que este Tratado sobre la muerte, apenas 100 hojas en rústica, va a sobrevivirme. Insomnio.
Pero en fin, que entre la cohetera ventosidad de la iglesia católica el alba comienza a desperdigar efluvios navideños, y en un cerebro macerado a bombazos sobrevive la idea: estoy obligado a enviar un regalo. Tomo papel de colorines y envuelvo este par de volúmenes:El petróleo mexicano y laConstitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. "A Peña y compinches", escribo, y un timbre. (Vale.)
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