Tomás Mojarro
Termina aquí el drama de una Tonantzin a la que sucesivos maridos han terminado por reducir a la inopia, depredadores que van de Moctezuma II al actual. Y aconteció en el México de hoy...
Despacho de abogados. Las pupilas de Tonantzin, hornazas al rojo vivo.
- Pero cálmese, señora, ¿tanto furor contra su marido? Aquí en el expediente consta que sigue casada con el anterior, uno chaparrito, peloncito, de lentes.
- ¡Un multiasesino, licenciado, que después de empapar de sangre toda mi casa se me huyó al extranjero! ¡Su dipsomanía no le excusa sus crímenes! De ése el amor no fui yo, sino la botella. Haiga sido como haiga sido, al tal me lo vinieron enjaretando la tele, las sotanas y los grandes capitales.
- Calmada, señora. No es el lugar ni el momento...
- !Y así quiere usted que me calme!
Tras el burladero de sus expedientes la burocracia del despacho, rostro de aburrimiento olfatea problemas.
- Casados por la Iglesia, según su expediente.
- Es que me salió beato, el muy hijo del Vaticano.
(Un largo son de sirena, primeriza en urgencias de parto. Quién será el desdichado que acaba de recibir su cuarto de hora de mala suerte y en el vientre de esa ambulancia lleva a su muerte cuidándole la agonía. ¿Narco, sicario, algún inocente, que escardando entre el paisanaje aún queda por ahí alguno?)
- Mala suerte la mía, licenciado. Si viera lo cobardón que me resultó mi primer marido, un tal Moctazuma. Yel mercachifle que me resultó el de la pata postiza, que al vecino le vendió la mitad de mis tierras, y el dientón que me ametralló a mis hijos en Tlatelolco. ¿Por qué me vine a casar con aquel pelón, orejón, que malbarató mi herencia, ya tan disminuida por sus antecesores?
Flaca, avejentada, mechón de canas en la frente y en los labios un leve temblor. Apretón de quijadas.
- Y tener que hacer vida de casada con tales depredadores, si es eso pueda ser vida. Robo, saqueo, violaciones, entreguismo de mi casa al vecino sobrón.
Afuera, en la calle, repentina ráfaga de metralleta a dúo con los bombazos de los fuegos de artificio que la devoción hace explotar sobre la cúpula de Guadalupe.
- Pero yo no escarmiento, porque años antes del seráfico borrachín del Verbo Encarnado, ¿pues no me volví a ilusionar? Alto él, fortachón, decidor y plantoso, en su labia me dejé enredar. Soltera anochecí y amanecí con marido. ¿Fuerte, honrado y recio de carácter? ¡Un vil mandilón, un zafio que me puso en vergüenza delante del vecindario, y tan pícaro e inescrupuloso con mis joyitas como cualquier Salinas! ¿Pues no lo enganchó por ahí alguna ofrecida de las que nunca faltan y siempre salen sobrando que se aprovechó del babotas de las bototas y le sorbió los esos (los sesos, perdón)? ¡Con sus críos carroñeros saqueó mi casa, punta de baquetones!
- Que me rasga esos documentos, cálmese.
- Pero ahora resulta que soy bígama, licenciada. Metí al actual a mi cama sin divorciarme del borrachín con el que tuve que casarme por la Iglesia. Hay que romper ese vínculo.
- Es irrompible, señora.
- Fox y la Sahagún lo rompieron.
- ¿Y usted puede dar jugosos sobornos a Norberto Rivera? Porque con dinero baila el Onésimo.
- Pero yo con qué, si todo me lo robaron, cuando lo había jurado ante las ruinas de mi heredad: ya me saquearon, no me volverán a saquear.
Ira, dolor. Le tiemblan los labios. Intenta sofrenar el hilo de las lágrimas.
- Y ahora, apenas llegando a mi casa el gallito copetón...¡ya me dejó sin petróleo y sin luz! ¡Ese y sus compinches me violaron, y a oscuras!
(Ah...)
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