‘Por culpa de
pinche Marcelo perdió el PRI, si viene aquí lo vamos a matar’. ‘Marcelo
organizó todo para que perdiera el PRI, pero esto no se queda así, lo
vamos a quemar vivo, solamente estamos esperando el momento’. ‘Marcelo
se va a ir a la cárcel, si no se va, vamos a ver qué le vamos hacer,
pero no se va a escapar’.
Marcelo es el Padre Marcelo
Pérez, un sacerdote católico. El PRI es el Partido Revolucionario
Institucional, el partido político del actual presidente de México.
Para los matones y los paramilitares del PRI, el crimen del padre Marcelo, es
poner en práctica las palabras del Papa dichas en el Congreso
Internacional de los Movimientos Populares en Bolivia el pasado verano,
animando a los sacerdotes a trabajar con las organizaciones indígenas,
laborales y comunitarias para luchar contra la injusticia social.
Padre
Marcelo, inspirado por la teología de la liberación enseñadas por el
obispo Samuel Ruiz -una vez acusado de ser un ‘comandante’ zapatista-
cree que la Iglesia Católica debería "trabajar por la justicia al lado
de los pobres", y a pesar de la oposición de los partidarios del
presidente, ha organizado con valentía a los trabajadores campesinos de
las comunidades indígenas tzotziles, en las profundas montañas de
Chiapas, en la frontera sur de México.
El trabajo organizado del
Padre Marcelo es valiente porque el Pueblo Creyente que dirige, enfrenta
directamente a los políticos locales y corruptos que permiten
contrabandistas de armas y carteles de la droga, traficar armas y
narcóticos a través del territorio indígena con impunidad.
‘Permanecer
en silencio nos hará cómplices’, el sacerdote insiste. 'Todos los
campesinos e indígenas en Chiapas deben organizarse para resistir a los
intereses económicos y políticos, cuyos partidos políticos engañosos
sólo sirven para enriquecer a los ricos y empobrecer a los pobres’.
Enfrentado
a las amenazas de muerte, la detención arbitraria de miembros de su
congregación por agentes de policía corruptos, y la intimidación a
través de disparos efectuados por la noche fuera de su oficina
parroquial y las rocas lanzadas contra su iglesia, el Padre Marcelo
proclama desafiante su fe en las palabras del primer Papa de América
Latina en la víspera de su histórica visita a Chiapas.
‘Yo
celebro sus palabras proféticas’, Marcelo escribió en un comunicado del
Pueblo Creyente para denunciar a los políticos y paramilitares del
estado. ‘El Papa nos dice: “el futuro de la humanidad está en manos no
sólo de los líderes y las élites. Está sobre todo en las manos de la
gente, en su capacidad para organizarse, con humildad y convicción, el
cambio que necesitamos”.’
La lucha del Padre Marcelo es una de
muchas en las que los defensores de derechos humanos en Chiapas llaman
'una guerra de baja intensidad’.
Pedro Faro, director del Centro
de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (Frayba) -creado por el
obispo Ruiz, que lleva el nombre del sacerdote católico legendario que
luchó por los derechos indígenas durante la invasión imperial española
de las Américas en los años de 1500- describe la situación de los
campesinos y de los indígenas en el estado como ‘un panorama bastante
oscuro que se pondrá más complicado’.
‘Chiapas tiene la más alta
presencia de fuerza militar en México’, explica Faro. ‘La ocupación
militar del estado se basa en el uso de los paramilitares y una
estrategia del yunque y del martillo que busca cercar a los movimientos
autónomos, como el Pueblo Creyente, y a la resistencia Zapatista en
curso’.
‘Nada les pasa a los paramilitares porque hay una muralla
de silencio, impunidad y negación sobre sus acciones sostenidas por el
estado mexicano’, asevera Faro. ‘Grupos armados se componen de
partidistas en las comunidades, y son activados cuando el gobierno lo
considera necesario’, el agrega.
Los defensores de derechos
humanos también han identificado una nueva táctica como parte de la
estrategia de contrainsurgencia oficial - la cooptación de
organizaciones campesinas e indígenas a través del favorecimiento a
determinadas comunidades con dinero en efectivo y programas sociales,
destinados a crear dependencia de los políticos locales, conectados con
el gobierno y los militares.
El último informe del Frayba acerca
de la guerra de baja intensidad en Chiapas, describe esta estrategia
como ‘un intento de explotar la pobreza extrema del estado mediante el
uso de sobornos para dividir a las comunidades, socavar los intentos de
organizar de forma independiente por los pueblos indígenas, y en vez, de
mantenerlos en una situación de servilismo incondicional’.
La
presencia del Papa en esta zona de guerra, y su mensaje a los indígenas,
los campesinos y los migrantes en este estado, se tomará como una
expresión de fe en la resistencia y movimientos autónomos, Padre Marcelo
declara.
‘Su mensaje será muy incómodo para los del poder en
México, porque la voz de Su Santidad es la de los indígenas y de los más
pobres, y eso hay que dejarlo muy en claro’, él añade.
En el 15
de febrero, este sacerdote indígena tzotzil -acosado, perseguido y
amenazado de muerte por los paramilitares y simpatizantes del propio
partido político del presidente mexicano- estará al frente de 100.000
personas en San Cristóbal de las Casas -la capital cultural de este
estado de la montaña- para ayudar al Papa a celebrar la misa.
‘Mi
tarea en la misa es que me tocará preparar el corazón de los
asistentes, para que el mensaje del Papa no sea un acontecimiento
fugaz’, dice Marcelo. ‘Lo que hace falta es una revolución –una
revolución, pero no armada- un cambio, es lo que se necesita para
transformar la realidad económica y social de las comunidades indígenas
en México’.
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