Carlos Bonfil
La Jornada
Una elegía por la memoria cultural.
El veterano cineasta ruso Alexander Sokurov tiene la habilidad de
sorprender en cada cinta nueva incluso a sus más fieles seguidores.
Después de El arca rusa (2002), suntuosa incursión en las
galerías del museo Hermitage, de San Petersburgo, donde a partir de una
sola toma de hora y media refiere la visita de un aristócrata francés
del siglo XIX y con ella propone el recorrido por algunos momentos
emblemáticos de la historia rusa, se podía esperar de Francofonía (2015), proyecto similar realizado con el Museo del Louvre, una suerte de segunda parte de aquella propuesta.
La idea central de su nueva cinta es algo distinta. No se trata ya de
capturar con el recorrido histórico y el recurso estilístico de una
cámara irrefrenable y serpenteante el
flujo del tiempo, sino de acusar ahora, de modo menos abstracto, la amenaza muy real de un tiempo presente capaz de pulverizar un pasado cultural. La destrucción impune de tesoros artísticos milenarios llevada a cabo por extremistas islámicos es apenas una señal de alarma. Pero Sokurov va más lejos de esta constatación terrible y pregunta cuál sería el destino o la identidad de las naciones sin los grandes museos que conservan su memoria histórica.
¿Qué sería Francia sin el museo del Louvre? ¿O Rusia sin el
Hermitage? Y para aventurar una respuesta, refiere la historia de la
colaboración durante la Segunda Guerra Mundial de Jacques Jaujard (Louis
Lo de Lencquesaing), director del Louvre bajo la ocupación nazi, y
Franziskus Wolff-Metternich (Benjamin Utzerath), oficial alemán
encargado de rescatar, de modo muy selectivo, los bienes culturales de
las naciones invadidas.
El Louvre gozó de una atención más privilegiada que la
reservada al Hermitage, pero ambos museos supieron poner a resguardo en
castillos o sótanos lo esencial de sus acervos, con el fin de prevenir o
de paliar la barbarie inminente. Los oficiales nazis encontraron así un
París y un Louvre casi vacíos, todo un espacio espectral y majestuoso
que el cineasta restituye ahora mediante un acopio formidable de
imágenes de archivo. Un Sokurov atento siempre a las tragedias e ironías
de la historia, ofrece en Francofonía la parábola amarga,
tristemente irónica, de cómo, habiendo logrado el delirio napoleónico
enriquecer un museo con el fruto de sus saqueos imperiales, ese mismo
museo bien pudo quedar en ruinas por otro delirio del Tercer Reich, de no haber intervenido oportunamente el empeño reparador de dos personajes, amantes del arte, supuestamente enemigos.
El recorrido por las salas del Louvre tiene aquí algo de revelación
onírica, como también el descenso a los cimientos del museo abiertos
ahora al público. La cámara de Bruno Delbonnel ofrece vistas aéreas
portentosas, y también imágenes sepia que favorecen un diálogo continuo
entre pasado y presente. Alexander Sokurov preside esta original
reconstitución histórica señalando, con aguda mirada crítica, la triste
capacidad que tiene el ser humano de repetir, para desgracia suya, los
errores del pasado.
Twitter: @CarlosBonfil1
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