Carlos Bonfil
Luces de variedad. Algunos cinéfilos recordarán La pivellina
(2009), una estupenda historia de circo narrada en tono casi documental
por la pareja de realizadores Tizza Covi y Rainer Frimmel (ella,
italiana; él, austriaco), en torno a una niña de dos años, abandonada en
un parque, y del adolescente (Tairo Caroli), quien, junto con otros
miembros del clan circense, partía en búsqueda de la madre. Siete años
más tarde, Míster universo, de los mismos directores, sitúa su
acción también en un circo, y el joven Tairo de aquella historia es
ahora un domador de fieras que emprende una búsqueda no menos singular,
la de Míster Universo (Arthur Robin), antigua atracción del espectáculo
itinerante, quien podría remplazarle un amuleto perdido (un fierro
retorcido por su fuerza descomunal), por otro nuevo, y con ello la
esperanza de una buena fortuna.
De nuevo, los realizadores se dividen la faena artística, Tizza Covi
se concentra en el guión y en el montaje, en tanto Rainer Frimmel se
ocupa primordialmente de la dirección. Una primera parte del filme
registra con minucia las labores de Tairo y su estrecha relación con
tigres y leones a los que trata como mascotas inofensivas, asistiendo al
más viejo de ellos, enfermo de cáncer, con una solicitud admirable. La
mirada al circo como un espectáculo en vías de desaparición, es
melancólica, y está alejada por completo de toda sospecha de crueldad
hacia los animales, cuya suerte pareciera confundirse con el destino
incierto de quienes, guardándolos en cautiverio, los alimentan y cuidan,
y terminan explotándolos en rutinas ya cansinas para todos.
Míster universo poco tiene que ver con una visión
romántica de ese mundo circense; la mirada es particularmente
desencantada y fría. Tanto así, que luego de presentar en breves viñetas
los talentos de sus protagonistas principales, Tairo, el intrépido
domador de fieras, y su compañera Wendy, contorsionista de elasticidad
asombrosa, comprometida por un dolor crónico de espalda, la cinta
abandona las carpas y los carromatos de la compañía nómada, para seguir
al primero en un road-movie a través de una región industrial e
inhóspita, en su búsqueda del personaje legendario, aquel mulato de la
isla de la Guadalupe, que en su juventud asombrara al público con su
titánica fuerza, y cuyo encuentro es ahora capital para el joven domador
anhelante de ilusiones.
Esta fábula crepuscular, ambientada en una Italia proletaria, semeja un tributo al Federico Fellini de La calle (1954) y Los payasos
(1970), aun cuando de los viejos tiempos neorrealistas se haya
transitado ahora al desasosiego paralizante de los nuevos tiempos
liberales. Los cineastas recuperan algo de ese estado de ánimo colectivo
–o debiera mejor decirse, de desánimo creciente–, que ha sido la nota
recurrente en la mayoría de las cintas europeas presentadas en esta
muestra.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional, a las 12 y 17:30 horas.
Twitter: CarlosBonfil1
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