CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- La democracia mexicana en realidad se reduce a un
sistema de competencia entre partidos y de una escasa concurrencia de
candidatos independientes. No existen otras instituciones públicas
democráticas como tampoco lo son las organizaciones de la sociedad,
tales como los sindicatos, ejidos, etc. El clavo del que está cogido el
país es el derecho al voto pasivo, es decir, recibir el sufragio
ciudadano en elecciones periódicas, aunque no del todo equitativas y
libres. Calentar ese clavo hasta hacerlo inaprensible sería llevar a
México a un desbarrancadero.
En la víspera de la elección del año
2000, Vicente Fox y su partido se pusieron de acuerdo con el PRI para
armar un procedimiento de desafuero contra el virtual candidato de la
izquierda, López Obrador. La Cámara de Diputados votó por poner al
entonces jefe de gobierno de la Ciudad de México a disposición de la
justicia por haber desobedecido una orden de juez para suspender la
apertura de una calle. Pero el propósito no era que Andrés Manuel
ingresara en la cárcel, sino que, mediante un auto de vinculación a
proceso (como se diría ahora), le fueran suspendidos sus derechos
políticos, entre ellos el de voto pasivo, el de poder ser elegido a un
cargo de elección popular.
Como recordamos, Vicente Fox, su
procurador Macedo de la Concha; Santiago Creel, secretario de
Gobernación; Roberto Madrazo, líder del PRI; Emilio Chuayffet, líder del
grupo priista en San Lázaro; y Manlio Fabio Beltrones, presidente de la
Cámara; entre otros, lograron el desafuero pero se hicieron bolas
cuando, para evitar la solicitud de una orden judicial de aprehensión,
pagaron una fianza impuesta por el Ministerio Público, imaginando que el
desaforado había sido presentado al mismo, lo que no podía ser porque
no había sido aprehendido. De esa forma, se envió el pliego de
consignación a un juzgado aunque sin detenido y ni siquiera simple
indiciado: total, todo muy cómico. El juez tuvo que regresar a la PGR
todo el tambache de papeles.
Lo anterior provocó una mayor
indignación popular porque se veía más claro que era una burda maniobra
política antidemocrática para evitar una candidatura. En ese momento,
las cosas se compusieron porque Fox se vio orillado a retirar los cargos
inventados por él mismo. El procurador y el subprocurador, es decir,
los acusadores directos, se fueron a sus casas a descansar, pero los
instigadores se quedaron en los más altos cargos de la República. Sin
embargo, luego se volvió a descomponer el cuadro político con los
operativos fraudulentos del PAN y el PRI que beneficiaron a Felipe
Calderón y lo llevaron a la Presidencia de la República.
Ya se
empieza a planear ahora lo que sería un nuevo complot (palabra sujeta a
burlas pero que describe mejor que cualquiera otra cierta manera de
hacer política en México), en el cual volverían a involucrarse desde el
jefe del Ejecutivo, la PGR y algunos jueces, hasta los precandidatos,
líderes y gobernadores del PRI y el PAN, pero en esta ocasión también
las instancias electorales: INE y Tribunal.
No se trataría sólo de
lo que estamos viendo, es decir, una campaña de desprestigio y uno que
otro garlito en el que siempre caerá algún político de malas costumbres o
de bajo entendimiento. Sería algo mucho más fuerte para anular la
candidatura de López Obrador si la demoscopia no se modifica en sus
periódicos dictámenes, las encuestas.
El propósito del PRI y el
PAN no consiste en evitar la competencia electoral en el nivel de la
disputa por el poder, sino en restringirla exclusivamente a esos dos
partidos.
Desde 1988 ese ha sido el problema de los políticos del
viejo régimen, los representantes de un sistema que no se ha modificado
por más alternancia que haya habido. Siempre han estado conspirando para
que la competencia sea sólo entre ellos. Es obvio que la forma más
segura de que nada cambie es dejando al candidato inaceptable fuera de
la competencia, cuando ése puede obtener una mayoría de votos.
Es
justamente la concurrencia electoral la que siempre ha estado en
peligro. Si ahora el complot culminara en la suspensión de derechos de
López Obrador o en cualquier otra forma de convertirlo en inelegible, lo
que en realidad estaría ocurriendo es el funeral de esa democracia
formalista, la cual, sin embargo, es la única que tenemos aun con toda
su precariedad.
Si el derecho a ser elegido se cancelara para
alguien que pudiera lograr una mayoría, ya no habría derecho para nadie.
Si a la evidente parcialidad de los organismos electorales
administrativos y jurisdiccionales se le sumara la supresión del voto
pasivo, ya no habría nada de donde se pudiera coger un país.
Ese país es México. Ya sabemos, por tanto, en qué consiste la tarea democrática más importante del preciso momento actual.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario