Eduardo Ibarra Aguirre
Durante la IX Cumbre del poderoso BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), realizada en Xiamen, los presidentes Enrique Peña Nieto y Xi Jinping condenaron la actividad nuclear de la República Popular Democrática de Corea y coincidieron en la necesidad de aplicar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, mismo que delibera sobre las enésimas sanciones que a exigencia de Estados Unidos y el belicista Donald Trump, aplicará al país mejor conocido como Corea del Norte.
La condena sino-mexicana forma parte de una lista de expresiones de rechazo de EU, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Japón, Corea del Sur, China y Rusia, entre otros, presentadas como "la comunidad internacional", pero siempre omitiendo los importantes matices que las diferencian, pues mientras los primeros seis gobiernos lo hacen de manera tajante y el primero con las clásicas y desgastadas amenazas bélicas por delante del titular de la Casa Blanca, Moscú enseguida de la condena colocó en el centro que "insta a que todas las partes vuelvan al diálogo y a las negociaciones, que son el único modo de resolución (ojo: el único) del problema actual".
Lo anterior porque Pyongyang realizó el 3 de septiembre un ensayo atómico que según medios de la RPDC consistió en la detonación de una bomba de hidrógeno, o termonuclear con una presunta potencia de 100 kilotones (cinco veces más potente que la lanzada por EUA sobre la inerme e indefensa Hiroshima, Japón, el 6 de agosto de 1945). Y según Pyongyang dispositivos de esa clase pueden ser montados en los misiles Hwasong-14, probados apenas en julio pasado, y capaces de alcanzar Alaska.
Si el gobierno de Kim Jong-un –nieto de Kim Il Sung, arquitecto de la primera derrota militar sufrida por EU de parte de un pequeño país–, logra incrementar en alrededor de 30 por ciento el alcance de esos vectores, buena parte del territorio estadunidense quedaría expuesto a un eventual ataque desde la RPDC.
Resulta comprensible, pues, las amenazas del comandante supremo del Ejército más intervencionista en la historia humana, Donald Trump, entre ellas que buscará la "paralización total de los intercambios comerciales norcoreanos", lo que implica suspender los negocios entre su país y China, principal socio comercial de Pyongyang. Lo que es una balandronada absurda e incluso estúpida por inviable. Y por si no fuera suficiente, el secretario de Defensa, Jim Mattis, amagó con "una respuesta militar masiva" de Washington.
Por amenazas y desplantes guerreristas no para la en extremo peligrosa escalada verbal. Sobre todo cuando en la Oficina Oval despacha lo que el novelista Paul Auster denominó sicópata maniaco, "Creo que es un peligro y una amenaza real, no sólo para Estados Unidos, sino para el mundo".
No es pertinente omitir el testimonio del expresidente James Carter: En todas las conversaciones que sostuvo "los norcoreanos enfatizaron que querían relaciones pacíficas con EU y sus vecinos, pero estaban convencidos de que planeábamos un ataque militar preventivo contra su país". Ver:
Es de esperarse, entonces, que el Consejo de Seguridad (el original quinteto atómico) no aporte más leña al fuego y llame a la contención y a la sensatez de USA y la RPDC. Todo indica que no existe otra manera de preservar la paz en la aldea que la de aceptar el hecho consumado de que el llamado club atómico tiene un nuevo integrante. Y ésta no sería la primera ocasión: India, Pakistán e Israel se dotaron de bombas atómicas y la "comunidad internacional" no lo impidió.
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