LENGUANTES
Por: Dirce Navarrete Pérez*
Tenía alrededor de 16 años cuando tuve mi primer ataque de ansiedad.
No me había sucedido antes algo parecido y no tenía referencia de
alguien más en mi entorno cercano a quien le hubiera pasado. Así que
cuando sucedió simplemente no entendí qué estaba pasando.
Ante el desconcierto, el miedo y las evidentes muestras de afectación
a mi salud, lo comenté con mi familia y luego con mis amigas. En ese
momento hubo muchas preguntas y un par de respuestas: ¿qué te está
pasando?, ¿pero qué problemas puedes tener para que te pongas de esa
forma?, ¿te drogas?
Con mis amigas no sentía tanta confianza de contar detalles, pues
temía que en la escuela se enteraran y empezaran a tratarme como bicho
raro. Les tocó en un par de ocasiones verme en crisis y simplemente me
recomendaban que me tranquilizara, que ‘le bajara’ a mi intensidad… como
si fuera una decisión personal y todo se resolviera pensando que, en
efecto, sería más fácil “si sólo pudiera dejar de hacerlo”. Mi mamá, que
había pasado antes por algo así, me recomendó ir a recibir atención
médica, psicológica, y que me recetaran un par de pastillas para dormir.
Sin duda alguna la llegada del feminismo a mi vida me hizo comprender
de otra forma todo lo que me había estado sucediendo: aun sin que esa
fuera conscientemente mi intención y sin contarles a las demás todo lo
que me estaba sucediendo, los espacios de mujeres fueron refugios
vitales ante el aislamiento que me había estado recetando y
construyendo. El proceso para conocer y reconocerme en estos episodios,
generar herramientas para atenderlos y poder hacer de esto una propuesta
política desde mi activismo, ha sido largo, con sus altas y sus muy
bajas.
Recientemente he coincidido con amigas y compañeras que han pasado o
se encuentran transitando por situaciones diversas (ansiedad y
depresión, sobre todo), preocupadas por atender su salud. Y a partir de
todo esto es que me surge la necesidad de plantearme(nos), de manera
urgente, un par de preguntas y propuestas, respecto al cómo, desde
nuestros diversos feminismos, podemos aportar a la reflexión y
construcción de espacios seguros, redes de acompañamiento y apuestas
políticas para la gestión feminista de nuestra salud mental.
1. La salud mental como proceso colectivo y feminista
Seguramente a todas alguna vez nos han llamado “locas”, sobre todo
cuando tenemos actitudes que rompen con los marcos del comportamiento
que se espera de las mujeres en un sistema patriarcal. Y es que
señalarnos como “locas” se utiliza frecuentemente para desacreditar
nuestras acciones, nuestras aportaciones y nuestra capacidad para poder
decir y decidir.
En intersección con nuestras otras condiciones, ya sean de clase,
raza, religión, edad, o cualquier otra, la patologización de la
diversidad mental se va convirtiendo en sistemáticas y crueles formas de
violencia contra nosotras, que van desde la estigmatización, el
cuestionamiento, la revictimización, el aislamiento, hasta la violencia
sexual, el encierro y el suicidio.
Y a pesar de que no es necesario tener un diagnóstico psiquiátrico
para ser discriminada por una condición de enfermedad mental, y que la
mayoría de nosotras hemos vivido alguna vez alguna crisis, parece que
solamente a algunas les corresponde dar esta lucha. Incluso dentro de
los movimientos feministas pocas veces tomamos en cuenta estas
condiciones y las posturas neurodivergentes.
¿En qué medida es relevante y urgente retomar la salud –y
específicamente la salud mental– como como un proceso colectivo,
comunitario y feminista? ¿Qué elementos son indispensables tomar cuenta
para iniciar reflexiones al respecto? ¿De qué manera nuestros activismos
se verían afectados si siguiéramos sin abordar este tema de manera más
contundente?
2. La creación de redes como estrategia feminista contra el aislamiento, la exclusión y el encierro.
Cuando empecé a hablar de esto con más mujeres, me fui enterando de
que esto nos pasa a muchas más de las que imaginamos y que podemos
enfrentar varias situaciones en común. La crisis de una no es nunca
igual a la de las otras, sin embargo, compartir las experiencias y
herramientas con las cuales atravesamos estos procesos de salud mental
ha sido en algunos casos indispensable para poder sobrevivir a ellas.
Actualmente existen proyectos de gran aporte al respecto, tal es el
caso de grupos de autoapoyo desde la apuesta de la antipsiquiatría, así
como líneas de teléfono, autónomas y feministas, para atender casos de
emergencia. Sin embargo, en México estas acciones siguen siendo mínimas e
insuficientes.
Necesitamos cuestionarnos, replantearnos y tomar nuestros procesos de
salud mental en nuestras manos, más allá de las instituciones públicas
de salud; requerimos ir en contra de la patologización y estigmatización
de las diversas condiciones mentales. ¿Qué estamos haciendo para evitar
que cada vez más adolescentes y niñas estén siendo sometidas a
tratamientos de medicación, sin que antes hayan tenido opción de elegir
entre otras alternativas? ¿Qué estamos haciendo para que aquellas que
han decidido iniciar procesos de medicación y otras acciones de sanación
no los vivan aisladas? ¿Qué estamos haciendo para visibilizar y
denunciar las violencias que viven las mujeres en los hospitales
psiquiátricos? ¿Qué necesitamos hacer para no generar espacios inseguros
entre nosotras, en nuestras asambleas, marchas, encuentros y acciones
feministas?
Finalmente, me interesa rescatar que con el feminismo hemos aprendido
el poder de acompañarnos, en nuestros abortos, en nuestros ciclos de
violencia, en nuestra deconstrucción del amor romántico, en el
autoconocimiento de nuestras identidades… y entendemos que estos
acompañamientos son acciones profundamente políticas, pues van en contra
de todo lo que nos ha enseñado el patriarcado: son acciones disidentes y
revolucionarias.
En este sentido, ¿cómo podemos acompañar a nuestras amigas y
compañeras que están pasando episodios de ansiedad, depresión y otros
procesos de salud-enfermedad mental, desde una propuesta no
asistencialista? ¿Cómo podemos pedir apoyo cuando necesitamos que
alguien nos acompañe, sin dejar la responsabilidad en las otras? ¿Cómo
hacemos de este acompañamiento una apuesta política de salud feminista?
Algunas páginas y recursos: Colectiva Línea Violeta y No es lo mismo ser loca que loco.
*Dirce Navarrete Pérez es politóloga feminista @agateofobia_
Imagen retomada del Facebook de Autogestión Libre-Mente
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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