Pero a diferencia de la elección presidencial de hace 18 años, en la cual el presidente Ernesto Zedillo se alejó del PRI y de Labastida poniendo “una sana distancia”, ahora el presidente Enrique Peña Nieto está completamente inmiscuido en la campaña de Meade, pero sin que esto le resulte favorable al precandidato.
En la elección del 2000 el PRI traía encima una carga negativa por la corrupción salinista, los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, los magros resultados de la economía y la creciente inseguridad en todo el país que dieron origen al hartazgo ciudadano y a la necesidad del voto del cambio.
El equipo de Labastida encabezado por Emilio Gamboa, como ahora de Meade coordinado por Aurelio Nuño, no encontró la forma de detener los apoyos que de todos lados recibían los adversarios Cuauhtémoc Cárdenas y, sobre todo, Vicente Fox. Por más anuncios que metían en los medios con la publicación de encuestas dudosas y de notas favorables de un buen número de articulistas, columnistas y reporteros, el sinaloense nunca pudo crecer lo suficiente como un candidato fuerte y capaz de transformar el país.
El discurso plano, la promesa de continuar las reformas salinistas y la administración zedillista, así como su perfil conciliador hizo que Labastida nunca pudiera levantar el ánimo de la militancia priista ni la confianza de la ciudadanía que lo veía como un personaje débil y con poca presencia.
Aquella frase quejándose de las acusaciones de Fox –“me dijo labestida”- y el escaso ímpetu en el debate con sus contrincantes, dio la señal de que su estrategia no funcionaba, que su mensaje no era el indicado, que su equipo de campaña no supo hacer su trabajo y que no tenía posibilidades de ganar ante una figura como la de Vicente Fox que caminaba seguro, se divertía y crecía sin parar aglutinando el voto del cambio.
Dicen y con toda razón que la historia no se repite, pero la precampaña poco redituable de José Antonio Meade tiene similitudes con la campaña de Labastida en el 2000 cuyo fracaso fue una suma de errores propios, de su equipo y de la carga negativa del PRI.
Meade tiene un equipo que se ha ido engrosando sin dar resultados, hay demasiados generales y poca tropa, la presencia de tres voceros más el papel protagónico de su coordinador de campaña, Aurelio Nuño, que tiene más exposición en medios que el propio precandidato, es tan solo una muestra de la desorganización e ineficacia que hasta ahora ha mostrado este grupo variopinto de priistas, panistas, exfuncionarios y exgobernadores.
Al terminar la precampaña de 40 días Meade, el PRI y Peña Nieto no han logrado cambiar la percepción ciudadana de que son la mejor opción para gobernar el país otros seis años. El mensaje de continuidad, la marca indeleble de la corrupción con que se asocia al priismo y al peñismo, así como la indefinición partidista del precandidato lo mantienen estancado detrás de Andrés Manuel López Obrador y de Ricardo Anaya.
Por cierto… Cada elección tiene una estrategia que marca el voto: en el 2000 fue el voto del cambio contra el PRI, en 2006 el voto del miedo contra Andrés Manuel López Obrador, para el 2012 el voto del “más vale malo por conocido que bueno por conocer” a favor de Enrique Peña Nieto y ahora se configura el voto del terror en contra de López Obrador. El PRI ya empezó a difundir con promocionales en redes sociales en los que asegura que se puede perder todo, absolutamente todo –escuelas, médicos, comida, enfermeras, casas, etc.—si no se vota a favor del PRI. Mientras que ya apareció el Pejeleks con un supuesto periodismo de investigación contra el tabasqueño y una serie de videos de noticias falsas o basura hecha a la medida.