Por
Pablo Gómez (apro).- Mientras Enrique Graue, rector de la UNAM,
decía que nunca como ahora México había sido un país tan profundamente
desigual y, por otro lado, la Concamin señalaba que no se había logrado
la prometida tasa de crecimiento de más de 5% y que la de 2017 será la
más baja, en promedio, de los últimos 30 años, el presidente de la
República, Enrique Peña Nieto, hacía un llamado a “desterrar éste que
algunos llaman irracional enojo social”.
Miles de personas protestaron contra el gasolinazo. Foto: Hugo Cruz |
La frase es trascendental porque implica que el gobierno ya se ha
dado cuenta de la indignación popular en su contra, aunque ésta no sea
racional, es decir, no sea producto del entendimiento de la realidad o
no sea entendible en sí misma, por lo cual su “destierro” (apartar de la
mente un pensamiento o un sentimiento) se podría lograr –cree Peña–
mediante la comunicación de los avances del gobierno. Asunto resuelto,
se diría, con el muy meditado discurso del “Jefe del Ejecutivo”.
Peña se ha empeñado de inmediato en esa empresa y dijo ser “el
primero en demandar de manera comedida (…) que haya memoria entre
nuestra población, entre nuestra sociedad, y sepamos también reconocer
de avances, de logros y de beneficios” (sic). La sociedad (desmemoriada)
ya no presenta demandas al gobernante, sino que ahora éste hace
solicitudes al pueblo, comedidamente, claro. Sin duda, algo profundo ha
ocurrido en el país como para ubicar las cosas al revés.
Al tiempo, el secretario de Hacienda, José Antonio González Anaya,
afirmaba sin titubeo que “a México le ha ido bien”, pese al derrumbe
petrolero en producción y precios.
Todo lo anterior ocurrió el pasado lunes 12, día en que terminó el periodo de precampañas. Mas, por lo visto, fue también el de inicio de la campaña electoral del gobierno, ya sin candidatos en la palestra.
La arremetida publicitaria del gobierno se prolongará hasta el día de
la votación, pero no tiene como propósito hacer propaganda oficial, que
está prohibida por la ley en el periodo electoral, sino difundir su
mensaje político a través de gacetillas pagadas de diverso tipo. Para
eso hay dinero… mucho y sin control alguno.
El fracaso de la candidatura priista es el fracaso del gobierno de
Peña. Esta circunstancia es reconocida con amplitud, pues no existe
dentro o fuera del país analista, político, periodista o académico que
considere que la gestión de Peña ha sido exitosa. Mas no se trata sólo
del contraste entre lo prometido y lo realizado, sino del balance neto
de un gobierno que se perdió en sus propios dogmas y terminó generando
desastres.
El número de “nuevos empleos”, que es el dato con el que Peña se
glorifica, tiene un componente que no estaba antes en la estadística: la
formalización de empleos ya existentes por efecto de los recientes
cambios fiscales sobre los pequeños contribuyentes. Y tiene también algo
estructural: casi todos son empleos de muy baja calificación y menor
salario. En un marco general de estancamiento en términos reales, como
el que mantuvo Peña estos cinco años como fiel heredero de sus
predecesores, no se crean puestos de trabajo calificados más que en
aquellas sub ramas integradas, como la automotriz, que han seguido
creciendo.
Peña no habla del componente inducido que caracteriza la alta tasa de
inflación, que rebasó por mucho el pronóstico oficial. Con el fin de
promover gasolineras privadas y poner cara bonita para hacer
licitaciones (entrega de yacimientos) entre las mayores compañías
petroleras, se mantuvo un IEPS alto y móvil, cuyo nombre común es gasolinazo,
extendiendo la carestía, con mayor salvajismo, al gas doméstico. Todo
para nada: el IEPS sigue siendo “subsidiado” y las pérdidas económicas
han sido mayúsculas para el país.
Dice el gobierno que las más recientes concesiones de crudo y gas le
dejarán a México 159 mil millones de dólares. Todos ellos inventados
porque, en realidad, se calcula que serán el monto de la inversión
extranjera durante los próximos diez años, pero no serán ganancias del
país ni se quedarán en México. De las últimas licitaciones que se
hicieron, el ingreso del fisco será por un importe miserable de 500
millones de dólares, a cambio de concesiones por 20 años.
Que no se hable del escandaloso número de pobres mexicanos porque ese
tema está clausurado en el gobierno, incluyendo a su candidato, debido a
que convierte al país en algo impresentable. Tampoco se ha de hablar de
que México es uno de los países socialmente más desiguales del mundo.
Para ciertos sujetos y en ciertos temas, callar es mentir.
La “comunicación” de los “avances” logrados por el gobierno, ordenada
por Peña, ha de ser una campaña política (electoral) de mentiras porque
ese gobierno no conoce otro lenguaje, otra forma de ser. Es natural,
por tanto, que el enojo social se vaya a incrementar.
Pero hay algo más. En la medida en que Peña lleve a cabo su campaña
de “comunicación”, la gente le creerá mucho menos. Hay que tomar en
cuenta que la falta de credibilidad es uno de los problemas que el
gobierno ha trasladado al candidato Meade. Por lo demás, él ya tuvo sus
momentos en el gabinete actual y en el anterior, en los que pudo haber
demostrado que conoce otra política.
José Antonio Meade sabe todo lo anterior. Y sabe más porque conoce al
gobierno y es parte de sus tramas. Sin embargo, no puede reaccionar,
está atado a Peña y a sí mismo, es una de las partes del fenómeno
conocido como enojo social, aunque algunos otros le llaman hartazgo.
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